Puesta en escena de Luisa Miller, de Verdi.

Luisa Miller, estrenada en el San Carlo de Nápoles el 8 de diciembre de 1849, es una obra de transición, que circula en sus dos primeros actos por senderos en parte trillados, aunque con algunos números realmente valiosos, en los que se va perfilando la madurez del compositor, y un tercero en donde la inspiración y la originalidad de la mano creadora eleva el nivel y se sitúa en los aledaños de ese nuevo lenguaje dramático-musical que explotaría definitivamente en la trilogía de principios de los cincuenta, Rigoletto, Il trovatore y La traviata. Para Massimo Milla, en Luisa Miller descubrimos de nuevo al gran Verdi "en los pasajes más áridos, los de diálogo apretado y absolutamente carente de efusiones sentimentales. El Verdi más experto y cuidadoso, creador de un recitativo flexible y expresivo, que se integra activamente en la orquesta". En esta obra burguesa se da ya ese paso hacia la atmósfera más recogida e íntima, con la que el autor se acerca en mayor medida a sus personajes y con lo que su vida interior adquiere, cada vez más, una intensidad más genuina y profunda que nace de la obra teatral Kabale und Liebe, de Schiller, y en la que lo social y político adquiría una mayor presencia.

El conjunto de esta ópera tiene sin duda otro aire, pese a que no se abandonan las reglas clásicas. Las pasiones, explica Gabriele Baldini, "se desarrollan de manera más íntima, casi impúdica, pero no por el abandono a la expresión más inmediata". Es por ello una ópera de nada fácil representación, que precisa una prestación vocal muy rica y variada; que en principio parece que podría tener buena respuesta en las funciones que se inician pasado mañana en el Liceo y en las que es protagonista la búlgara Krassimira Stoyanova, habitual en la ópera de Viena, que ha crecido desde el lirismo de una Gilda o una Susanna hasta el carácter de la también mozartiana Condesa, de una Violetta, de una Alice o de una Luisa, con la que se presenta en el teatro barcelonés. En dos de las funciones es sustituida por la siempre sorprendente ángeles Blancas. El cumplidor y buen cantante Roberto Frontali es Miller, mientras que Rodolfo se lo reparten Aquiles Machado, en periodo de recuperación, y Alberto Montserrat, que desde su timbrado instrumento busca su sitio. Dos principales Condes, de timbres tirando a mate, se anuncian: el robusto Giacomo Prestia y el más feble Ricardo Zanellato. La batuta está en manos del muy eficaz Maurizio Benini.