Image: La Celestina, al fin viva

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Música

La Celestina, al fin viva

La Zarzuela acoge el estreno de la ópera de Nin-Culmell

18 septiembre, 2008 02:00

La mezzosoprano Alicia Berri y el tenor Alain Damas, en un momento de La Celestina. Foto: Antonio Castro

Tras infructuosos intentos por llevarla a escena, La Celestina de Joaquín Nin-Culmell verá la luz mañana en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Un estreno absoluto que ha sido posible gracias a la colaboración de diferentes entidades y al esfuerzo de Ignacio García, su director de escena, y al director y compositor Alexis Soriano, que no estará en el foso. Nin-Culmell, fallecido en 2004, dedicó sus últimos años a perfeccionar una ópera que nos llega, prima y póstuma, de la mano de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, que dirigirá Miguel Ortega.

El 19 de septiembre se estrena en el Teatro de la Zarzuela de Madrid la ópera La Celestina de Joaquín Nin-Culmell (1908-2004), basada en la tragicomedia de Fernando de Rojas. Varias personas estaban empeñadas, desde mediados de los noventa, en impulsar el estreno de la ópera. El director y compositor Alexis Soriano y el director de escena Ignacio García en primer lugar. Uno y otro mantuvieron largas conversaciones con Nin y conocían perfectamente sus ideas y deseos. Como el diseñador Lluis Juste de Nin, sobrino del autor, y la ilustre e histórica mezzosoprano y profesora Ana María Iriarte, presidenta de la Fundación que lleva su nombre y directora del proyecto que va a tomar cuerpo ahora y que supone la participación de otras entidades.

Domenico Franchi es el autor de la escenografía y el avezado Miguel Ortega, quien se situará en el foso al lado de la Orquesta de la Comunidad. Como era de esperar, el director de escena es Ignacio García, que apuesta por enaltecer la desnudez literaria del texto y plantear la escena desde una óptica de un expresionismo intemporal, que quizá facilite el camino de la esencialidad perseguida por el compositor.

El reparto de un legado
Lo que sorprende, y duele, es que el otro gran colaborador de Nin, el mentado Alexis Soriano, que se sabe la partitura de memoria y conocía sus claves interpretativas, haya sido marginado. Hubiera sido justo, como que en el reparto figuraran, en el papel de Celestina, bastante complejo y en permanente mutación, las mezzos Mabel Perelstein o Elena Gragera, en quienes se había pensado. Sus voces penumbrosas, más lírica la de la segunda -para quien Nin retocó un aria muy importante-, eran las ideales para el creador. El reparto definitivo está constituido por Alicia Berri, mezzo (Celestina), Alain Damas, tenor (Calisto), Gloria Londoño, soprano (Melibea) -los tres nacidos al otro lado del Atlántico-, José Antonio García Quijada, bajo (Sempronio), Andrés del Pino, barítono (Pármeno), Carolina Barca, soprano (Areusa), Soledad Cardoso, soprano (Elicia) y Lucia Anivarro, mezzo (Lucrecia).

El anciano compositor persiguió hasta sus últimos años el estreno de esa su única obra lírica, que escribió con mucho cuidado entre 1961 y 1985. Aunque nacido en Berlín, su ascendencia y su raigambre eran plenamente hispanas. Supo servirse de las influencias recibidas de la música europea heredera del tardorromanticismo, avistar las nuevas luces emanadas del París de entreguerras, conocer las técnicas del finiquitado impresionismo, estar atento a los descubrimientos seriales y penetrar en las esencias y raíces de la cultura española de todo tiempo. Con todo ello, sin perder nunca de vista la música de los siglos de oro, realizó, en línea con su padre, el también compositor Joaquín Nin Castellanos (1879-1949), abundantes prospecciones dentro de lo popular y de lo abiertamente folclórico, lo que le proporcionó una formidable base de actuación. Desde su atalaya en la universidad californiana de Berkeley, Nin-Culmell nunca perdió de vista sus referencias peninsulares y no dejó de venir a España. En Madrid era siempre gozosamente acogido, ya en sus años postreros, por la Residencia de Estudiantes. Cada una de sus estancias era para él una manera de proyectar nuevas aventuras, entre ellas la de estrenar esta ópera, que retocó hasta el final.

Tenía la ilusión de poder verla en escena en el que consideraba su país. Pero no hubo suerte. Se fue de este mundo sin poder asistir a ese acontecimiento. Y se marchó tan lúcido como lo habíamos conocido, curioso e interesado por todo y por todos, tan entrañable y tan vigoroso pese a su avanzada edad. Gran conversador, fino analista, dotado de una memoria asombrosa y de un excelente sentido del humor, no exento de ironía, nos dejó un gran vacío cuando su vida se extinguió próximo ya a los cien años.

La verdad es que Nin, artista de la máxima concisión, logró con esta ópera resumir perfectamente su estilo y estética. Un legado magistral que por fin podremos escuchar y contemplar y que se erigió sobre libreto del propio autor, que supo quedarse con lo esencial de la obra original, un caudaloso drama de veintiún actos. De este modo, hubo de eliminar multitud de personajes secundarios, suprimir el escenario en donde se ubica la trama, que se esquematiza hasta lo simbólico, y abrir numerosas elipsis en la acción principal. El lenguaje es en su mayoría el de Rojas, pero con algunos injertos de Juan del Encina. La historia es más abstracta y moderna, dinámica y concentrada. De ella se omite el suicidio de Melibea.

La partitura, de una notable fluidez, aparece cuajada de pequeños motivos conductores, de elementos temáticos interconectados en los que participa una orquesta reducida, que dialoga permanentemente con las voces, que adoptan muchas veces una línea declamatoria, lo que no elimina en absoluto el elevado lirismo de numerosos pasajes. La interválica y la rítmica contribuyen al efecto dramático y crean, en palabras de Alexis Soriano -máximo conocedor de estos pentagramas, que preparó con el compositor-, una suerte de "microcosmos expresivo".