Partitura de Luis Codera Puzo escrita para El Cultural.

¿A qué suena la música del futuro? ¿Qué inspira a los compositores de nuestros días? ¿Cómo es la nueva generación de talentos? El Cultural ha reunido a diez jóvenes de la actual vanguardia musical para responder a estas y a otras cuestiones. Nos adentramos en la rutina de un colectivo tan amplio como heterogéneo que se ha hecho un hueco en la agenda internacional de conciertos. Cada uno se abre paso con una propuesta estética diferente, pero todos comparten el hambre de público y el vértigo de una crisis que, en la mayoría de los casos, no les permite vivir sólo del pentagrama. La desaparición del Festival Nous Sons de Barcelona, la reducción del Ciclo de Música Contemporánea de Andalucía o el reajuste presupuestario del Centro para la Difusión de la Música Contemporánea de Madrid invitan a la reflexión. ¿Cómo sobreviven hoy nuestros compositores?







Todos los días, Joan Arnau Pàmies (Reus, 1988) dedica cinco horas a experimentar con las paradojas del tiempo en su estudio de Chicago. No en vano es uno de los compositores españoles más jóvenes del circuito. Acaba de cumplir 23 años, pero habla con inaudito desparpajo filosófico. Devora a Nietzsche, Michel Onfray o Leonard Susskind y pasaría por otro metafísico del Ircam parisino si no fuera porque le obsesiona la parte más social de la música. "Vivo pegado al intérprete", nos cuenta vía Skype. "Sólo el contacto directo con los ensambles me permite aprender de mis errores y conseguir la frescura y vitalidad que busco para mis partituras". Canvas para Polaris Trio, las seis miniaturas de Postludes y Versus I & II (que estrenará el 28 de marzo Alea Tres en la Universidad de Boston) delatan a un perfeccionista. Su primer estreno fue un monumental Concierto para piano y orquesta del que ha quemado todas las pruebas. "Era un pseudo Mozart tremendamente cutre, sin gusto ni estilo, pero que tuvo su éxito. Me sirvió para darme cuenta de que ser compositor es algo muy serio. Hay unas reglas estéticas y éticas que no puedes saltarte". Aunque sí reconoce que las cosas han cambiado un poco de un tiempo a esta parte. "Ya no te miran mal si en mitad de una master class sueltas que te gusta Pink Floyd".









Esta compositora gaditana le debe su vocación a un Casiotone de infancia y al acierto de los profesores del Conservatorio Superior de Córdoba que supieron ver un talento creador detrás de su irreprimible tendencia a versionar. Nuria Núñez (Jerez, 1980) se dio a conocer en el Curso Internacional de Composición de Villafranca del Bierzo, donde Taller Sonoro se ocupó en 2005 de su primer estreno, El friso de la vida. "Fue como lanzar una moneda a un pozo para imaginar un fondo de posibilidades sonoras". La casualidad quiso que no acabara a tiempo el Conservatorio y tuviera que dedicar varios meses a Sombras azules sobre lienzo rojo, que se hizo en 2007 con el Premio de la Fundación Autor-CDMC. En sus primeras obras se intuye un gusto por integrar influencias y en su imaginario conviven Lachenmann, Dylan Thomas y Edvard Munch. "Nuestra generación ha acabado con los compartimentos estancos. Nos dejamos empapar por los grandes maestros pero también hemos aprendido a superarlos, a seguir caminando". Hace dos años y medio llegó a Berlín con los ahorros de algunos premios. "No sabía alemán y dormí en un albergue hasta que me aceptaron en la Universidad de las Artes". Su futuro sigue siendo hoy "gozosamente incierto", aunque le ha cogido el tranquillo a las becas. El próximo 8 de abril estrenará, dentro del ciclo SON de Musicadhoy en Madrid, Imágenes desde el desierto, su "primera obra de catálogo".









Hace cosa de dos años que Mario Carro (Madrid, 1979) ha encontrado una voz propia en el panorama contemporáneo. Irrumpió con Glosas, primer premio del concurso Alea III de Boston en 2005, y desde entonces ha estrenado todo lo que ha compuesto y ha recibido encargos de la Residencia de Estudiantes (Tres Poemas de Ángel González), el CDMC (Días y noches de amor y de guerra) y la Comunidad de Madrid (El Mar). "Con la actual política de talentos emergentes, un compositor no saborea realmente el éxito hasta que le piden programar una obra por segunda vez", cuenta Carro, que es licenciado en Psicología y profesor de piano en Tres Cantos. Como a tantos otros, el dogmatismo de antaño le ha llevado a probar su música en cotas expresivas cada vez más altas, como su Impromptu para piano, en el que abandona la escritura a lápiz para batirse cuerpo a cuerpo con el instrumento. "Aspiro a la claridad del concepto. No me sirve de nada la coherencia teórica si el público no entiende, no siente o no disfruta con lo que le ofrezco". El Cuarteto Bretón le estrenará el próximo 27 de mayo Le fleur du mal en la Fundación Canal.









Hasta cumplir los 18, Óscar Piniella (Madrid, 1983) fue autodidacta. De su mayoría de edad se ocuparon en el Conservatorio de Zaragoza Jesús Rueda, Agustín Charles, José María Sánchez-Verdú y Hèctor Parra, entre otros. Con su "opus uno", un aséptico y stravinskiano Cuarteto con piano presentado en 2008, quiso reivindicar una música sin aditivos que ha seguido desarrollando en Our princess in the castle y Os recosiros d'os ibons hasta llegar a Je voudrais tout gâcher cette nuit, último Premio Injuve. Para Piniella, "los músicos de ahora no tienen las necesidades que hace 50 años ni las aspiraciones que los grupos-dogma postseriales". Los hábitos de la generación a la que pertenece pasan, dice, por el escaparate de YouTube, el intercambio de opiniones vía Facebook y el análisis de partituras en PianoFiles.com.









José Minguillón (Madrid, 1979) es, en el mejor sentido de la palabra, un compositor "multiusos". Discípulo de Jesús Torres, hace unos años que logró atravesar la barrera del sonido que separa los estrenos de concurso de las obras de encargo, aunque su condición de músico sigue pasando, cuatro tardes a la semana, por impartir clases de piano en Mingui Estudio. Sus obras para ensamble Pasión prudente (Premio Injuve 2007) y Jade (CDMC, 2010) indagan en las fronteras del solista y dan buena cuenta de su talento. Actualmente, dedica su tiempo al work in progress del álbum El libro de las cocochas y al desarrollo de Todas las cosas que tú eres, un espectáculo musical (guión incluido) para voz, piano y percusión. "Está claro que la solución a nuestros problemas pasa inevitablemente por la producción propia", sentencia.









George Benjamin es una cita obligada en la biografía de Joan Magrané (Reus, 1988). Su profesor Ramón Humet le puso At First Light y asegura que ese día vio la luz. Su primer contacto con el público se lo debe a Kadosh, Premio Injuve de Composición 2009, una obra iniciática en la que experimenta con los rigores de la disciplina en una declaración violenta de intenciones. Three sketches of light, Akaza y otros trabajos recientes fueron la calma después de la tormenta. En su música, "inspirada en un 80% en lecturas poéticas y en un 20% en la numerología y el simbolismo", Gimferrer, Gamoneda, Hölderlin o el mismísimo Dante son el detonante de un posterior estudio de las proporciones sobre el pentagrama. El BCN 216 estrenará Sobre la práctica de la alquimia el 10 de mayo en L'Auditori de Barcelona.









Estudiaba Física cuando sintió el aguijón de la música clavado en el cuello. No ha vuelto a coger una calculadora, pero desde entonces a Hermes Luaces (Madrid, 1975) le interesa, sobre todo, tender puentes entre la música y toda clase de fenómenos culturales. Por eso en Agujeros Negros, finalista del Premio Reina Sofía que se fallará en octubre, emplea recursos más familiares, a través de melodías modales y ritmos robados del rock y del tecno. "La música puede suponer una reflexión sobre el misterio de nuestra existencia, pero no a costa de una falsa complejidad". A caballo entre lo popular y lo ‘culto', Luaces invoca a Mozart, Debussy, Steve Reich, Björk y Radiohead. Y le preocupa la pérdida de identidad. "No tiene sentido que un compositor japonés suene igual que yo". El 8 de abril estrenará Paisajes emocionales en el Auditorio y el 30 de marzo, Cielo e infierno en el Ciclo de Sevilla.









Empezó a componer jugando al piano con su madre, que era cantante. Más tarde, Oliver Rappoport (Málaga, 1980) perfeccionó su técnica en la Escuela Superior de Música de Cataluña. Senderos, Metanoia o Reflejos del silencio son como un viaje sonoro que parte de cero y se abre paso a través de los contrastes y las metáforas. Su lenguaje aboga por un cambio en la puesta en escena de los conciertos. "Igual que no se concibe un directo de Lady Gaga sin luces, siempre incluyo sugerencias de iluminación en el programa, aunque pocas veces me hacen caso". Ahora se encuentra en Londres realizando un master. "El plan Bolonia ha obligado a los compositores a tener algún título universitario".











Asegura Luis Codera Puzo (Barcelona, 1981) que llegar tarde al "mundillo" ha marcado, y para bien, su estilo. Se planteó seriamente eso de componer mientras rellenaba la solicitud para la Selectividad. En aquella época llevaba la guitarra eléctrica guindada al cuello y el groove metido en las venas. Es hijo del jazz pero reniega de las fusiones baladíes. "El universo está lleno de cosas interesantes, pero la música no puede ser simplemente interesante: hay que llevarla al límite". Agustín Charles le enseñó en la Esmuc a ser exigente y de las clases de Wolfgang Rihm en la Hochschule für Musik se queda con su forma de racionalizar los recursos. Sus otras dos referencias son Beat Furrer y el Lachenmann escritor. Golem (Esmuc, 2009) es una depuración estética en la que aspira a las esencias y Empor, que se estrenará el 18 de abril en Karlsruhe, es un combate musicotextual "contra la ortodoxia camuflada".











En 2009 Abel Paúl (Valladolid, 1984) representó a España junto a Eduardo Soutullo en los World Music Days de Suecia que organiza la International Society of Contemporary Music. Estrenó Fragmentos del vértigo, para la que empleó materiales pobres que funcionaban como un puzzle. "La composición tiene que ser vocacional porque supone un salto al vacío que no sabes dónde te llevará". A él le llevó fuera, y por eso el grueso de su catálogo ha sonado en Holanda, Finlandia, Estados Unidos y Alemania, donde ha colaborado con el prestigioso Neuen Vocalsolisten de Stuttgart. El encargo que recibió de la 49 Semana de Música Religiosa de Cuenca (Línea de Vacío) supuso un punto de inflexión en su carrera que espera volver a repetir. "Ha llegado la hora de invertir en la nueva creación y dejar de construir más y más salas de concierto".



Los nuevos y los retos

Sin meternos en el lío de definir "generación", es útil agrupar a los compositores españoles vivos en tres montones, según la época en que se dieron a conocer: los del tardofranquismo (la llamada Generación del 51 y adláteres: De Pablo, Halffter, García Abril, Guinjoan, Marco...), los del fin de siglo (Sotelo, Verdú, Fernández Guerra, López López, Panisello, Rueda, Torres, Del Puerto...) y los de ahora, los del XXI. Como hizo en su día con el segundo, El Cultural prueba hoy a retratar al tercer montón. La disculpa por los nombres que se nos habrán escurrido entre los dedos por descuido o por error de juicio es tan obvia que no vale la pena insistir en ella. Algunos no están porque tienen ya buena carrera (Hèctor Parra, Elena Mendoza...) y hemos preferido destacar a los nuevos.

¿Cómo viene esta nueva hornada? Para empezar, numerosa. En la orla sólo cabían diez, pero hay más: Alberto Carretero, Marc García, Germán Alonso, Eneko Vadillo, Iluminada Pérez Frutos, Alberto Bernal, Fernando Villanueva, Teresa Carrasco, Iñaki Estrada, Oriol Saladrigues, Fernando Buide, Agustín Castilla-Ávila... Todos éstos y seguro que otros tantos. Como la de sus padres y sus abuelos, ésta es una generación viajada y homologada con el marchamo europeo (a veces americano) de calidad, sólo que no ha tenido que luchar tanto. A la Roma de las bulas de contemporaneidad, los del 51 llegaron en plan pionero, con gorro de Daniel Boone; los finiseculares, en caravana de carretas; y los de ahora, en easyjet, como si tal cosa. También lo están teniendo más fácil aquí, en una España en crisis, sí, pero plagada de auditorios, orquestas, ensembles, óperas y consejerías de cultura y donde los estrenos triunfan a menudo a teatro lleno. Nada es nunca suficiente, pero hablo en comparación: nuestras 30 orquestas de hoy frente a las 3 de hace 30 años, y así.

Pero todo eso cuenta poco. La principal diferencia de esta generación con las anteriores es que ésta ha nacido libre. El éxito de los del 51 (como sus colegas europeos) en su misión de hacerse modernos fue literalmente aplastante. Sus discípulos aún están tratando de quitarse de encima la losa, cada uno la suya, la que le fascinó de joven, llámese Boulez, De Pablo, Lachenmann, Guerrero o Ligeti. Los nuevos no arrastran estos complejos. Han aprendido de maestros (Verdú, Rihm, Posadas, Torres...), no de héroes. No son hijos de dios, lo que facilita mucho la tarea. Los nuevos se pueden ocupar desde el primer día, sin distracciones, de los retos que importan. Pueden decidir si van a componer para el oído de supermán o para el mío, tan escaso de memoria y tan limitadito en general. O si van a crear obras de arte, pensadas para existir y ser percibidas, o ideas de arte, pensadas para ser pensadas. Y sobre todo, tienen toda la libertad del mundo para decidir si persiguen estos retos o lo que a ellos les dé la gana. En comparación con sus antecesores, estos jóvenes músicos no tienen nada delante de sí. ¡Qué maravilla! ¡Y qué horror! Álvaro Guibert