El pianista y compositor Vijay Iyer.

Los festivales de jazz de Tarrasa y es Primavera de Madrid reciben la próxima semana el nuevo trabajo discográfico del pianista y compositor neoyorquino.

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  • Parecía imposible que, tras Brad Mehldau y Keith Jarrett, se produjera una nueva revolución pianística, pero así ha sido gracias a la irrupción en la escena internacional de Vijay Iyer (Nueva York, 1971). El joven pianista de origen hindú venía protagonizando sabrosos comentarios entre las tertulias jazzísticas estadounidenses, bien por sus aventuras como líder, bien por sus colaboraciones junto a creadores urgentes e iluminados como los saxofonistas Roscoe Mitchell o Steve Coleman.



    Este verano se le pudo ver recogiendo aplausos y emociones en los festivales San Sebastián y Vitoria, en solitario y junto a compañeros y patrones como el trompetista Leo Wadada Smith o el saxofonista, también de origen hindú, Rudresh Mahanthappa. Ahora regresa a nuestros escenarios para presentar en dos conciertos exclusivos (Festival de Jazz de Tarrasa, este jueves; Festival Jazz es Primavera de Madrid, viernes 25) la obra que certifica que el chaval se ha hecho mayor, Solo (ACT-Karonte), en el que, como indica el propio título, el artista se enfrenta en solitario a sus propios sueños y miedos. El resultado ha sido claro: Vijay Iyer además de un excelente músico es un jazzista monumental, haciendo nuevos viejos temas de Ellington o Monk y abriendo una nueva dimensión jazzística a partir de composiciones de su cosecha. Jazz científico, matemático y en 3D: "Sí, me interesa mucho la física del sonido, por la orquestación, la dinámica y la resonancia. A veces trabajo con estructuras formales que tienen mucho que ver con las matemáticas. Pero, vaya, lo importante es documentarse para que luego todo suceda de forma natural y que las improvisaciones alcancen un sentido".



    El fraseo improvisado del pianista recorre todos los márgenes del teclado, entregándose a un viaje musical que tan pronto bebe del academicismo negroaemericano como se sumerge en melodías de inspiración oriental.



    El trabajo constante

    El despertar jazzístico de Iyer se produjo mediada la década de los noventa, con la publicación de tres discos premonitorios: Memorophilia, Architextures y Panoptic Modes. Luego llegarían aventuras de mil colores intelectuales, desde la composición para cine, teatro o televisión a sus proyectos literario-musicales junto al poeta y rapero Mike Ladd. Todo lo hacía bien, confesando en voz alta una fórmula elemental para alcanzar el éxito: "Trabajar constantemente".



    Efectivamente, da la impresión de que en este tiempo Iyer no ha parado de trabajar y... estudiar, y aprender y volver a estudiar. Sólo así se entiende que todas sus creaciones estén dotadas de un poso cultural innegable, y de una atmósfera mágica y misteriosa que nos anticipa un mañana no muy lejano. Él, en cualquier caso, no muestra preocupación alguna por el futuro, haciendo suyas las palabras de Ellington: "No me importa si mi música quedará para la posteridad; lo que me importa es que suene bien, aquí y ahora". O las de Monk, que acostumbra a citar: "¿Adónde va el jazz? No lo sé, quizás al infierno".



    Hoy Iyer ha decidido anticiparnos un mañana jazzístico, y su deseo, difícil, ambicioso, no es lo más importante: lo más importante es que lo está consiguiendo. Este piano solo que ahora nos presenta es una muestra más de que su sueño cada día es más orgánico y terrenal.