Philippe Herreweghe, Barbara Hendricks, Jordi Savall o la London Philharmonic Orchestra ya tienen sello propio.

Grandes nombres de la música clásica crean su propio sello discográfico como alternativa a la crisis del sector. Buscan más libertad en los criterios musicológicos y un mayor control de los beneficios. Un nuevo concepto de CD, no siempre rentable, que les sirve de puente para mantener llenas las salas de concierto.

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  • No es lo mismo Bach que "Baaaj". El primero hace referencia a un tomo de la enciclopedia y, lo segundo, a un exabrupto atribuido a Sir John Eliot Gardiner. Venía el director de orquesta británico de una gira maratoniana por varios países a propósito de las 198 Cantatas del calendario bachiano. Se había tomado la molestia de grabar la monumental integral ciudad por ciudad cuando, a su vuelta de Santiago de Compostela, un directivo de Deutsche Grammophon le comunicó que una repentina saturación del mercado impediría su publicación. La reacción de Gardiner tan furibunda como oportunamente visionaria: fundar su propio sello, Soli Deo Gloria. Poco después, en octubre de 2005, sus Cantatas Volume 1 se convertían en Disco del Año de los Premios Gramophone y la foto de Steve McCurry usada para la carátula, en estandarte del independentismo discográfico. En este tiempo, la filosofía DIY ("do it yourself" o "hágalo usted mismo") ha minado la factura de las grandes discográficas, que han visto alejarse a algunos de sus grandes fichajes, a los que dentro del sector ya se los conoce como "los intocables de Eliot Gardiner".



    Las Cantatas de Bach son la manzana de la discordia. Recuerda Ton Koopman que tenía grabados quince volúmenes para Erato cuando la compañía interrumpió la publicación de las tres últimas entregas. El enfado del maestro holandés se materializó en la marca Antoine Marchand, que es la traducción francesa de su nombre. "Nos encontramos en una encrucijada", nos cuenta Koopman. "Las grandes casas no quieren invertir y los sellos pequeños simplemente no pueden". ¿Cómo mantener vivo el espíritu de Monteverdi, Marin Marais o Tomás Luis de Victoria cuando lo importante es vender?



    El panorama es desolador. Mientras Deutsche Grammophon y Decca sobreviven bajo el paraguas de la multinacional Universal Music, Warner y EMI pasan a manos de magnates del petrodólar. Lo que ha provocado una avalancha de despidos y también la aplicación de medidas de "austeridad musicológica", sobre todo en la horquilla del repertorio que no cuenta con el tirón de Il Divo, The Priests y otros refritos del fenómeno de Los Tres Tenores. Lo que explica que, al lado de los sellos económicos (Naxos, Brilliant, Newton...) y los independientes (Glossa, Kairos, Anemos, Tritó, Opera Rara, Columna Música...), estén proliferando los "domésticos". No es un anglicismo, sino todo un españolismo en clave de Juan Palomo: "Yo me lo guiso, yo me lo como". Así lo vienen haciendo Philippe Herreweghe en su Phi, Paul McCreesh en Gabrieli, Peter Maxwell Davies en MaxOpus, Jordi Savall en Alia Vox, Harry Christophers en CORO, Barbara Hendricks en Arte Verum, Michael Nyman en MN Records y algunas grandes orquestas, como la Filarmónica de Londres o la Sinfónica de Chicago.



    A mi manera

    Los motivos que les han llevado a constituirse en Sociedad Limitada son diversos. Empezando por el exiguo margen de beneficios que ofrecen las grandes discográficas (entre un 7 y un 10% del precio a distribución) y siguiendo por una serie de criterios de rigor musicológico y libertad creativa. De otro modo, Philippe Herreweghe no habría podido grabar una nueva integral de las Sinfonías de Beethoven. Para el director belga, su discográfica Phi "persigue el número áureo más que el de las ventas y representa la perfección estética frente a los compromisos comerciales".



    Otras leyes rigen el universo enmoquetado de los despachos de las principales distribuidoras discográficas. "Los discos ya no son lucrativos ni comerciales", comenta Juan Lucas, director de Diverdi, que distribuye en España los principales sellos independientes de música clásica del mundo. "Su función hoy es servir de anuncio de los conciertos, como carta de presentación de nuevos talentos o, claro, para satisfacer la vanidad de los grandes directores e intérpretes".



    No es el caso de Daniel Barenboim, que a sus 64 años acaba de firmar un contrato de exclusividad con Decca Classics y Deutsche Grammophon que se formaliza este mes con tres lanzamientos simultáneos. Sin embargo, el titular de la Staatskapelle de Berlín y de la West-Eastern Divan Orchestra reconoce al teléfono que no descarta emplear esta fórmula de autoproducción más adelante: "Quizá para dar luz verde a un repertorio más íntimo y volver sobre la música de mi juventud".



    Otra estrella del disco compacto, Barbara Hendricks, llevaba 12 millones de unidades facturadas cuando decidió fundar Arte Verum en 2006. "No me puedo quejar del resultado", comenta la soprano estadounidense, "pero la idea no era tanto vender mucho como poder sacar a la luz proyectos personales que, de otra forma, se quedarían en el tintero". La hazaña implicaba abonarse al crossover y emular a Billie Holiday en Barbara sings the blues, pero también le sirvió para poner en práctica algunas iniciativas "antisistema", como la comercialización "a voluntad" de su primer solo barroco, Endless Pleasure.



    El departamento de distribución de Harmonia Mundi aglutina un buen número de sellos "de autor". Entre ellos, los de Michael Nyman (MNR) y Philip Glass (Orange Mountain Records), pero si por algo llama la atención su catálogo es por la cantidad de orquestas (la Sinfónica de Londres, la Filarmónica de Israel o la Orquesta del Teatro Mariinsky) que han optado por esta alternativa. "La reproducción streaming [vía internet y sin necesidad de descarga] de sus conciertos ha terminado por convencerlas de que el camino al público es mucho más corto de lo que se pensaban", nos explican desde la filial.



    ¿Músico o empresario?

    En el caso de los músicos especializados en el repertorio antiguo, el kit de arqueología incluye hoy una calculadora de diez dígitos. Que Alia Vox haya vendido 2,5 millones de discos en doce años ¿significa que Jordi Savall tiene tanto de violagambista como de empresario? "Me siento más músico que otra cosa", aclara el propio Savall, "aunque no menos empresario que lo que Händel fue en su época". Junto a su mujer, la soprano Montserrat Figueras, ha patentado unos estándares de calidad, fundado tres conjuntos y hasta cuenta con su propio equipo de grabación en la Colegiata del Castillo de Cardona. "Hemos asumido todos los pasos del proceso de creación. Así que los beneficios de un proyecto se invierten automáticamente en el siguiente".



    Dentro de la nómina española, encontramos también el sello Lauda, de Albert Recasens y la Grande Chapelle; RCOC, de Juan Bautista Otero y la Real Compañía de Ópera de Cámara; CDM, de Carles Magraner y la Capella de Ministrers; Transópera de la polifacética Pilar Jurado y, recientemente, la soprano Raquel Andueza ha publicado Yo soy la locura, primer registro de su Anima e Corpo. Y la estadística nos dice que cada vez más artistas se "animan" a montar su propio chiringuito.



    España ocupa el décimo lugar en el ránking de ventas del mercado mundial de música clásica. Según la International Federation of the Phonographic Industry, en 2010 se recaudó un 6% de las ventas de grabaciones materiales, es decir, 10.620.000 euros, de un total de 177 millones. A pesar de que la crisis de formatos afecta en menor medida al repertorio clásico (que representa entre un 2 y un 4% del volumen mundial de negocio) los expertos preven que desaparezcan las tiendas de este género en los próximos cinco años. El argumento de los comerciantes es que Spotify y las ventas online cada vez les dan menos tregua. "Dentro de poco, el disco físico sólo podrá venderse a la salida de los conciertos", nos cuentan desde una tienda, "aprovechando el subidón emocional del público". Lo que ha llevado al Teatro Real a atar algunos cabos e inaugurar estos días un sello con su nombre. "Nuestro objetivo", explica Ángela Álvarez Rilla, directora del Proyecto Audiovisual, "es competir con los productos del mercado pero, sobre todo, evitar que el activo artístico quede en manos de compañías extranjeras".