Martha Argerich. Foto: Susesch Bayat.

La pianista argentina cumple 70 años el domingo y lo celebra con varias ediciones especiales (EMI, Decca, DG) que recogen los mejores momentos de su imprescindible trayectoria.

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  • Martha Argerich tiene miedo a quedarse a solas con la música. Necesita cómplices para subir al escenario. Y, más en concreto, necesita amigos. La prueba está en que han desaparecido de su agenda los recitales en solitario y han proliferado los happenings de gran vuelo. Prefiere compartir la experiencia sobre la escena, hacer música con, compartir. Ya se había manifestado el horror vacui a principio de los ochenta, pero las últimas décadas han sido particularmente radicales en su alejamiento del individualismo. Sale ganando su dimensión de concertista y su perseverancia en la música de cámara. De hecho, los últimos premios que jalonan su trayectoria tanto conciernen a su afinidad con Claudio Abbado como demuestran la colaboración con otros grandes pianistas de nuestro tiempo. El brasileño Nelson Freire es uno de los más recurrentes. Otros, como Stephen Kovacevich, han sido hasta maridos de la gran dama argentina (el tercero, concretamente), mientras que varios de los restantes tienen que ver con su apuesta entusiasta por las nuevas generaciones.



    Y no puede decirse que Argerich haya adquirido una preferencia corporativa. La curiosidad y la experimentación han convertido a la maestra en pareja habitual del chelista Mischa Maisky, del mismo modo que han despejado los horizontes del repertorio. Tanto ha destacado en Bach como ha explorado a Messiaen. Se ha premiado su versión del Concierto de Shostakóvich y aplaudido la sensibilidad con que se aplicó en las páginas menos usuales de Haydn.



    Los partidarios de la pianista no se conforman. Lamentan que se haya detenido el catálogo de "piano solo" que ella misma inició cuando la fichó Deutsche Grammophon en 1967. Diez años antes ya se había impuesto descaradamente en los concursos Busoni y de Ginebra para sorpresa y admiración de Arturo Benedetti-Michelangeli. El coloso italiano se convirtió en profesor del prodigio, tal como ya había hecho Friedrich Gulda en Viena. Quería Argerich estudiar en la capital austriaca, pero no estaba claro que los medios económicos de su familia bonaerense se lo permitieran.



    Y fue entonces cuando intervino la protección benefactora de Juan Domingo Perón. El presidente argentino había tenido noticias de un concierto que Argerich ofreció con 12 años en el Teatro Colón. Hablaba la prensa de grandes prodigios. Se mencionaba en las gacetillas que la criatura ya tocaba el piano con tres años y que era un genio. Perón convocó a los Argerich en la residencia presidencial y concedió al padre de la niña un trabajo en la embajada de Argentina en Viena para que pudiera garantizarse a la artista la mejor instrucción sin truncar el tejido familiar. El premio fue inmediato, puesto que Argerich se alzó con el Concurso Chopin de Varsovia en 1965.



    Llama la atención que una misma ciudad, Buenos Aires, alumbrara en un lapso de dos años el talento de Argerich y de Daniel Barenboim. También sorprende que las memorias del maestro únicamente citen en una sola ocasión y sin detalles a la "compatriota". Han tocado juntos. Incluso han grabado El carnaval de los animales de Saint-Saëns, cuya fama contradice que el compositor francés lo hubiera concebido como una parodia del animal más terrorífico de la Tierra: el pianista.



    Martha Argerich es pianista, pero el sustantivo se le ha quedado estrecho. Será por la hondura, por la personalidad, por la creatividad, aunque también ha intervenido en esta madurez de los 70 años su victoria contra el cáncer. Le diagnosticaron un melanoma maligno en 1990 y pareció haberlo resuelto cinco años después, pero reapareció el tumor con la amenaza de invadir sus pulmones. Tuvieron que extirparle parte de uno, someterla a un tratamiento experimental y agredirla con una terapia "insoportable" en el John Wayne Cancer Institute. Argerich reapareció en un recital de agradecimiento al hospital en el Carnegie Hall. Era su primer concierto en EEUU después de 19 años. Y no estaba sola en el escenario.