Image: Las cuentas sinfónicas

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Música

Las cuentas sinfónicas

¿Cómo programan los auditorios sus temporadas?

16 septiembre, 2011 02:00

Promotores, gerentes y directores artísticos del sector público y privado ajustan el céntimo de sus temporadas sinfónicas. Todos buscan colgar el cartel de "no hay entradas" y terminar de consolidar la afición por la música clásica en España. Alfonso Aijón (Ibermúsica), Víctor Medem (Ibercàmera), Antonio Moral (CNDM), Xavier Güell (Musicadhoy) y Remedios Navarro (Real Orquesta Sinfónica de Sevilla) nos revelan las claves de una programación rentable y responsable para tiempos de crisis. Además, El Cultural selecciona, ciudad por ciudad, las mejores citas del curso que ahora empieza.

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  • Beethoven fue el compositor que más veces sonó en las salas de concierto durante 2010, según un sondeo realizado por BachTrack.com entre 11.700 espectáculos de todo el mundo. El top ten lo completaron Mozart, Bach, Brahms, Haydn, Schubert, Tchaikovsky y Mahler. Chopin y Schumann se colaron en el ranking con motivo de sus bicentenarios, mientras que Stravinsky, Shostakovich, Mendelssohn o Bruckner no participaron del gusto popular ni consiguieron colocar muchas de sus masterpieces en los presupuestos. El público los prefiere "románticos" y los promotores de conciertos, "rentables". Pero ¿quién decide la música que escuchamos?

    España cuenta hoy con uno de los mejores circuitos sinfónicos del mundo. Nada que envidiar a Alemania, Francia o Inglaterra. Daniel Barenboim, Zubin Mehta, Riccardo Chailly o Simon Rattle son habituales de la temporada sinfónica madrileña desde que en 1970 Alfonso Aijón pusiera en marcha Ibermúsica, un proyecto pionero que se dedica a la promoción privada de orquestas e intérpretes. "Si por algo hemos perdurado en estos 42 años es por haber ofrecido desde nuestros comienzos una garantía total de calidad", explica su fundador. "Una calidad inesperada, todo hay que decirlo, pues al principio presentábamos a intérpretes muy jóvenes y desconocidos".

    A primera vista
    Sucedió que los nombres de aquellos talentos emergentes empezaron a sonar hasta convertirse en el reclamo de las mejores salas y festivales internacionales. Fue el caso de Krystian Zimerman, Maria João Pires, Zoltan Kocsis, Andras Schiff o Christian Zacharias, que no venían solos, sino acompañando a las más prestigiosas formaciones. Gracias a Ibermúsica la afición madrileña pudo conocer el sonido de las Filarmónicas de Viena, Berlín y Los Ángeles, la ejecutoria de las Sinfónicas de Londres y Chicago o la tradición centenaria de la Concertgebouw de Ámsterdam, la Gewandhaus de Leipzig o la Staatskapelle de Dresde, que siguen visitando el Auditorio con regularidad.

    "Muchos artistas venían a España un tanto desconfiados o incluso escarmentados por experiencias desagradables en actuaciones aisladas, por las que a veces ni se les pagaba lo prometido". Se ríe Aijón del Ibex después de haber sobrevivido a una gira con la Filarmónica de Nueva York en huelga y los abogados de Rockefeller pisándole los talones. "He hipotecado tres veces mi casa, pero es ahora cuando empezamos a tener problemas serios. La crisis ha dificultado mucho la captación de patrocinadores", se lamenta. Con un presupuesto por temporada de unos 3 millones de euros, Ibermúsica depende en un 100% de los ingresos de taquilla y de la fidelidad de sus más de 4.000 abonados. Pero no sólo. Más allá de la chequera y el talonario, su verdadero sustrato son los lazos de amistad con los artistas. "Daniel Barenboim, Zubin Mehta o Radu Lupu han venido gratis a Madrid".

    Entre los hits sinfónicos, Aijón destaca la Novena de Beethoven, Carmina Burana de Orff y el Réquiem de Verdi, sobre el que no ha vuelto desde una gira desgraciada, llena de cancelaciones imprevistas. El horror vacui le impide programar todo lo que le gustaría, pero asegura que no existe el público malo. "Los hay más y menos entusiastas. Pero en general es agradecido y sabe comportarse. Las toses y los teléfonos móviles son una enfermedad nueva y muy extendida. No oculto una malsana alegría cuando en Berlín o en Lucerna compruebo que en todas partes cuecen habas...".

    Dos auditorios en uno
    Alfonso Aijón y Antonio Moral son el ying y el yang del Auditorio, la consigna privada del savoir faire frente a la doctrina pública del faire savoir. "La diferencia entre Alfonso y yo", apunta Moral, "es que a mí no me tienen que salir las cuentas". Su primera temporada como director del nuevo Centro Nacional de Difusión Musical le ha costado dos millones de euros al Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música. Los 117 conciertos de su programa buscan "las cosquillas del público" con planteamientos estéticos muy abiertos, a fin de impulsar la creación, la educación y la difusión musical. "Mi objetivo no es colmar las expectativas sino despertar interés. No se trata tanto de saciar el hambre del público como de abrir el apetito de lo desconocido. Tenemos salas, sí, pero arrastramos un déficit importante de afición y formación". Bach, Mozart, Beethoven y Mahler son un filón pero también una moda pasajera, en opinión del que fuera director artístico del Teatro Real. "Del mismo modo que ahora no se escucha tanto Tchaikovsky, Prokofiev o Stravinsky, Mahler ha vuelto con fuerza a los atriles".

    En la partida presupuestaria intervienen factores como el alquiler de la sala (en el caso de las promotoras privadas); el tamaño de la plantilla orquestal (no es lo mismo la Cuarta de Mozart que la de Brahms ni se emplean los mismos efectivos en las Sextas de Haydn y Mahler o en la Novena para cuerdas de Mendelssohn y la de Bruckner); las horas de ensayo (que llegan a triplicarse en el caso del repertorio contemporáneo); la naturaleza de las orquestas (subvencionadas o autofinanciadas, como las inglesas); los gastos por derechos de autor (siempre que no hayan transcurrido 80 años desde la muerte del compositor); amén de "otra serie de exigencias de carácter personal". Se refiere Moral a las suspicacias de Maurizio Pollini, Krystian Zimerman, Maria João Pires, Christian Thielemann... "No basta con abrirles las puertas de la Sala Sinfónica y ofrecerles un jugoso caché. Te piden tocar con su propio piano, acabar con las corrientes de aire, un cierto tipo de luz... Son artistas sensibles y obsesionados con la perfección. Lo mejor en estos casos es saltarse al agente y buscar el contacto directo. No hablar de dinero, sino de proyectos, de ideas. Hay que retarles". Lorin Maazel, Riccardo Muti o Seiji Ozawa ponen menos condiciones, toda vez que no suben a un podio por menos de 50.000 euros. "Hoy no podría permitirme ciertos directores como tampoco podría pagar a Anne-Sophie Mutter o a Lang Lang".

    Coproducir o morir
    En 1985 Ibercàmera decidió exportar el modelo de Ibermúsica al Palau de la Música Catalana y al Auditori de Barcelona. Hace unos meses, Víctor Medem relevó a su fundador Josep Maria Prat al frente del emporio, que cuenta a día de hoy con 1.558 abonados y un presupuesto de 1,4 millones de euros por ejercicio, de los cuales el 90% procede de recursos propios. Además, desde hace cinco años parte de su temporada pasa por el Auditori de Gerona, donde ya tienen 375 abonados, y acaban de firmar un acuerdo con la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera para coproducir un ciclo de orquestas internacionales que materializarán Daniele Gatti y la Nacional de Francia el 25 de marzo en el Palacio Euskalduna.

    Para Medem, programar no es otra cosa que "encontrar potencial comercial en la calidad de las partituras y los intérpretes". Tanto que "cada entrada que no se vende es un pequeño drama en los despachos". Siendo el público el que manda, lo mejor, dice, es conocer bien sus filias y sus fobias. "Hay compositores que se venden más y mejor. Wagner, Bach y Brahms son un éxito garantizado en Cataluña. Mientras que Bruckner resulta mucho menos rentable. Pero no conviene repetir la misma fórmula. Nosotros buscamos el equilibro entre el qué y el cómo. Si te decides a programar la Cuarta de Brahms mejor que te la dirija Fabio Luisi, aunque sea más caro". Si algo ha aprendido Medem en este tiempo en el gremio es que el futuro pasa inevitablemente por las coproducciones y los acuerdos de colaboración. "Lo importante es no crear dispersión ni competencias absurdas".

    Brecha contemporánea
    Xavier Güell lleva 15 años al frente de Musicadhoy tratando de resolver las dos "x" de la ecuación que da nombre al siglo de los "compositores olvidados". Todo empezó en los años 50, cuando Donaueschingen, Darmstadt, Musica Viva de Múnich, Das Neue Werk de Hamburgo y otros festivales impronunciables de la vanguardia se dedicaron por completo a la experimentación. Ahora es el público el que les da la espalda a ellos. "No estoy de acuerdo con esa teoría", aclara Güell. "Creo que la culpa de la marginación del repertorio contemporáneo es de los programadores sin agallas, que subestiman sin pudor la inteligencia del público, y también de los intérpretes, que durante algún tiempo no tenían la formación suficiente que requieren ciertas partituras".

    Para Güell el negocio es la muerte del arte, también en el ámbito musical. "Programar no es contentar, es enseñar a vivir con intensidad y pasión el momento musical. Necesitamos con urgencia revolucionar el concepto clásico de concierto. Y no me refiero a poner luces de colores o a proyectar vídeos. Le hablo de programar con valentía". Esta temporada el presupuesto de Musicadhoy se ha reducido otro 20%, hasta los 280.000 euros, lo que no le impedirá seguir apostando por la música más actual y apoyando a la nueva generación de compositores y músicos españoles a 6 euros la sesión. "No me interesan los aniversarios, las cuotas ni los géneros. Lo que yo busco es la aventura, la experiencia, las emociones, lo insólito, la sorpresa". El catálogo es amplio, quizá demasiado amplio. Y por eso, para separar el trigo de la paja, Güell visita constantemente las principales salas europeas y participa en las mesas redondas que organizan las Redes Europeas de Artes Escénicas (Enparts) y de Creación y Difusión de la Música Contemporánea (Varèse). "Allí no se habla de público. Es un término amorfo y peyorativo. Lo que nos ocupa son las personas".

    Conciencia y mecenazgo
    Pero no siempre el gran repertorio al mínimo precio consigue salvar la cuenta de resultados. La Real Orquesta Sinfónica de Sevilla lleva meses afinando el euro en los despachos del Teatro de la Maestranza y sobreponiéndose a los continuos recortes del Ayuntamiento, la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y del Ministerio de Cultura. Su titular, Pedro Halffter, diseña los programas y su directora gerente, Remedios Navarro, se ocupa de hacerlos realidad en menos de tres años. "La ROSS cuenta con 7 millones de euros este curso, un 12% menos que el anterior", sostiene Navarro. "De ahí que nuestro trabajo esté articulado en tres líneas de acción básicas: optimizar los recursos, apostar por los nuevos públicos y captar financiación privada". De momento, el abono joven (40 euros la temporada) ha sido un éxito. "Se nos han colapsado las líneas...", celebra. Y coincide con Alfonso Aijón, Víctor Medem, Antonio Moral y Xavier Güell en que España necesita un nuevo modelo de mecenazgo, "como mínimo a la francesa", que permita desgravar entre un 30 y un 35% de las aportaciones. "Pero no conviene engañarse. Antes de modificar la ley hay que cambiar la conciencia".

    El coloso es Beethoven

    La respuesta es Beethoven. Y la conclusión. Quiere decirse que el compositor germano aparece en cabeza de la clasificación oficiosa que reconoce a los autores más habituales y apreciados en las salas de conciertos según la reputada página web BachTrack.com. Beethoven se cuela con alguna obra en 1.576 espectáculos sinfónicos de todo el mundo, aventajando cómodamente a Mozart (1.260). La tercera plaza puede considerarse una sorpresa. Ni Bach (902), ni Brahms (879) disputan la medalla de bronce a Schumann, cuyo protagonismo en 953 conciertos abre distancias con las marcas de Haydn (648), Schubert (645), Tchaikovsky (607), Chopin (569) y Mahler (562). El cuadro de honor también puede explicarse desde el furor conmemorativo. Particularmente en los casos de Schumann y Chopin, a quienes ha beneficiado la celebración de sus bicentenarios. Por la misma razón es de suponer que la temporada venidera conceda mayor espacio a Debussy, Massenet y Ravel. Los tres tienen su año, igual que ocurre con John Cage, aunque el hermetismo del compositor americano no le augura grandes privilegios.

    El liderazgo de Beethoven no sólo concierne a su grado de exposición llamémoslo absoluto en las salas de concierto. Resulta que cinco de sus obras forman parte de las diez más programadas. Es verdad que el Mesías de Händel se cuelga la medalla de oro de la clasificación, pero el repertorio beethoveniano acapara la lista con la Quinta, Sexta y Séptima sinfonías y los Conciertos para piano n° 4 y 5. El protagonismo de Beethoven deja pocos espacios a sus colegas. Mahler posiciona su Primera en la tercera plaza del podio, mientras que los Conciertos para piano de Chopin se ubican respectivamente en sexto y cuarto lugares.

    La décima y última plaza corresponde a la Sinfonía fantástica de Berlioz, de tal manera que las grandes obras orquestales de Brahms, de Schubert o de Tchaikovsky no logran abrirse un camino en el top ten de las salas de concierto mundiales. Rubén Amón