Música

Pablo Heras-Casado

“No hay nada comparable a la Filarmónica de Berlín”

14 octubre, 2011 02:00

Pablo Heras-Casado.

Le hemos visto dirigir a la Filarmónica de Los Ángeles, la Sinfónica de Chicago y la Staatskapelle de Dresde, pero el debut, el jueves, de Pablo Heras-Casado frente a los filarmónicos de Berlín será la consagración definitiva de una de las grandes batutas del momento.

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  • Pablo Heras-Casado (Granada, 1977) es lo suficientemente joven para haber conocido apenas de oídas la era del despotismo musical que ejercían los legendarios directores de orquesta, aunque su alergia a la mitomanía se concede una eminente excepción: la Filarmónica de Berlín. Así se entienden las implicaciones profesionales y personales de su debut con los berliner en la Philharmonie de la capital germana (los días 20, 21 y 22 de octubre) que se retransmitirá en directo a través del Digital Concert Hall. Dirige un programa extraordinariamente original -Mendelssohn, Berio, Szymanowski- a la medida de un acontecimiento extraordinario, particularmente si tenemos en cuenta los poquísimos directores españoles que han sido convocados al podio de Herbert von Karajan. No es cuestión de replantear el debate sobre cuál es la mejor orquesta del mundo, aunque la Filarmónica de Berlín siempre figura en los tres escalones del podio a cuenta de un sonido "inconfundible e inimitable", tal como reivindica el propio Heras-Casado mientras vela el trance del primer ensayo.

    -¿Cuál es o ha sido su primera referencia de la Filarmónica de Berlín?
    -Pues no muy lejana en el tiempo. La música orquestal no figuraba entre mis inquietudes cuando empecé a estudiar. Me atraía la polifonía renacentista. Debía tener yo 13 ó 14 años cuando escuché los primeros discos. Probablemente alguna sinfonía de Brahms con Karajan. Descubrí entonces, claro, que aquélla era una orquesta superdotada.

    -¿Y cuándo se le reveló en directo?
    -En un ensayo en la Philharmonie. Simon Rattle dirigía el primer acto de La Valquiria, y cantaban Plácido Domingo y Eva Maria Westbroek. Me dejaron impresionado la teatralidad, el dramatismo de la orquesta, la intensidad, la transparencia. Me llamó mucho la atención la tensión de la orquesta, entendida en sentido positivo. Destacaba la hondura de los graves, la brillantez de los agudos, pero sin agresividad. Nunca había escuchado un sonido parecido. No hay nada comparable.

    -¿Y cómo es ese sonido? ¿Hasta qué punto un debutante está obligado a preservarlo?
    -Creo que la mejor definición es que la Filarmónica de Berlín toca con la intensidad, la perfección y la tensión del mejor cuarteto de cuerda que pueda imaginarse. Y lo digo desde una posición objetiva. No me identifico con los mitos ni he crecido con ellos, pero al mismo tiempo soy consciente de que esta orquesta me pone delante un gran desafío.

    -¿Cree que puede ayudarle haberse ya placeado con orquestas de la altura de Cleveland, Boston, Chicago?
    -No me siento intimidado, pero sí motivado. También soy consciente de que el secreto para afrontar los conciertos de Berlín es el mismo que emplearía con cualquier otra orquesta, por buena o mala que fuera. Y este secreto consiste en ser uno mismo. Subirse al podio con honestidad. Adquirir un compromiso con la música y con los músicos. No concibo el concierto con la Filarmónica de Berlín como un empujón en mi carrera profesional, sino como un hito musical, como un regalo, como un impulso, como una motivación para seguir trabajando y evitar el peligro de acomodarme, de caer en la rutina.

    -¿Ha tenido plena libertad para elegir el repertorio?
    -Fue la orquesta la que se dirigió a mí. Y más en concreto lo hicieron los músicos. El trato presuponía un amplio margen de libertad, aunque al mismo tiempo yo era consciente de que carecía de sentido dirigir una sinfonía de Brahms, o la Quinta de Beethoven, o el repertorio de Schubert. El programa ha salido de un entendimiento común y se atiene a mis inquietudes. Está presente la música contemporánea a través de las Quatre dédicaces para orquesta de Luciano Berio. Una obra que además nunca ha tocado la Filarmónica de Berlín. También figura una sinfonía, la Cuarta, de un autor, Karol Szymanowski, a quien empieza a reconocerse y del que me declaro fascinado. Y, finalmente, figuran dos obras de Mendelssohn, la obertura de Las Hébridas y la Tercera sinfonía. Rattle me explicó que muy pocos directores querían hacer Mendelssohn con los berliner. Por eso me pareció interesante aludir a ese repertorio.

    -La cita berlinesa redunda en una evidencia: usted juega en la Champions. ¿Cuándo se dio cuenta de que su carrera había dado un gran salto cualitativo?
    -Creo que fue en 2008, cuando me propusieron cubrir una sustitución en la Filarmónica de Los Ángeles. Aquel concierto tuvo mucha repercusión y empezó a abrirme las puertas en Estados Unidos. Debuté con Boston, Cleveland, San Francisco. Y después han ido viniendo contratos con Chicago, o con la Staatskapelle de Dresde, una experiencia formidable por el peso histórico de la orquesta y por la relación tan magnífica que entablé con los profesores. Realmente no me he detenido a pensar en lo que me está sucediendo. Trabajo, viajo y estudio tanto que no reparo demasiado en los resultados ni en el vuelo que ha cogido mi carrera. No me creo lo que me está sucediendo. Me maravillo de poder hacer lo que más me gusta y con los mejores medios posibles.

    -¿Y no le cansa tanto nomadismo, tanta promiscuidad orquestal? ¿No le atrae la idea de vincularse a una orquesta estable?
    -No de momento. De hecho, han surgido bastantes posibilidades. Hay ofertas que me producen interés, pero ninguna todavía me enamora lo suficiente como para cambiar un sistema de vida y de trabajo que me satisface plenamente. Comprometerme con una orquesta sería asentarme en una ciudad varios meses. Por eso tengo que sopesar muy bien cómo serían mi vida y mi trabajo, sin olvidar que me gusta dedicarle tiempo a la ópera.

    -Empezando por su debut en el Met neoyorquino...
    -Es una noticia que nunca he anunciado pero que ya sí puedo contar. En efecto, voy a dirigir Rigoletto en el Met en la temporada de 2013. Me entusiasma el proyecto y sitúa en el horizonte una nueva referencia, un nuevo estímulo.

    -¿Cree usted que el motor de Pablo Heras-Casado es la insaciable curiosidad?
    -Absolutamente. Me interesa la música desde muchos puntos de vista, perspectivas históricas, sensibilidades contemporáneas. Hay una especie de dialéctica entre unos periodos y otros que explica esa intención personal de acercarme a la música con una mentalidad polifacética, con un prisma abierto y con una preocupación por el contraste.