La producción de Bob Wilson, a su paso por la Ópera de París en 2004. Foto: E. Mahoudeau.

Procedente de Salzburgo y con el sello inconfundible de Bob Wilson, vuelve el lunes al Teatro Real Pelléas et Mélisande de Debussy. La soprano Camilla Tilling destaca en el reparto que dirigirá Sylvain Cambreling.

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  • Sin duda lo mejor de la temporada del Teatro Real de Madrid se sitúa en su primer tramo, donde brilla un terceto de obras maestras -Elektra, Pelléas et Mélisande y Lady Macbeth de Mtsensk-. Salvada con nota la de Richard Strauss, desde el próximo lunes y hasta el 16 de noviembre le toca el turno a la de Debussy, cuya representación ofrece sin duda apetitosos alicientes, pues en el foso va a ubicarse el francés Sylvain Cambreling, director hábil y concienzudo, que tan buen trabajo realizara en julio con San Francisco de Asís de Messiaen. Batuta la suya no particularmente inspirada pero posee una autoridad incuestionable. Como la que se le reconoce desde hace tiempo al texano Bob Wilson, de tan curiosas técnicas escénicas, dominador de un estilo en el que las acciones de cualquier tipo quedan fantásticamente congeladas.



    La producción, que tiene una indudable vitola, viene de París y Salzburgo y se ofrecerá en junio de este año en el Liceo, con Michael Boder como director musical (se despide del Teatro) y María Bayo en el reparto. Máxima estilización, factura geométrica, escena desnuda sutilmente iluminada. Factores que alumbran una narración concentrada y de inteligente simbolismo. Claro que a veces la música, refinada, evanescente, de tan original armonía, de tanta riqueza orquestal, va por otros derroteros, tan diferentes a los de la ópera tradicional.



    En cierto sentido Pelléas es una anti-ópera, se ha dicho con frecuencia, y la definición no le desagradaba al propio Debussy, que en 1902 quiso hacer "otra cosa". Partió del texto teatral en prosa del belga Maeterlinck, al que liberó de algunas escenas particularmente simbolistas. El deseo de respetar estrictamente la prosodia llevó al compositor a redactar una entonación semihablada, un parlato musical rico en sfumature, en matices expresivos, heredados de los hallazgos que él mismo había aplicado a sus melodías para voz y piano, como las Canciones de Bilitis.



    Un estilo derivado en cierta medida de los rasgos de la escuela rusa de Dargomiski o Musorgski. De este último conocía muy bien Debussy el ciclo La habitación de los niños, en el que se buscaba ese efecto reflejado en un recitativo dramático permanente, infinito. También se ha comentado la influencia de Wagner en virtud del empleo de temas conductores, que Debussy se engarza de muy diferente manera, pues no poseen el mismo rango y además se sitúan en el seno de la orquesta, no del de las voces. Pero no puede negarse que el tratamiento sinfónico de ciertos pasajes nos acerca por momentos a Parsifal.



    Sobre este tejido maravilloso y extraordinario, de un refinamiento único, del que emana una pátina irreal, muy adecuada para el desarrollo de la poética anécdota que se narra, circulan las aireadas voces, que han de estar presididas por un barítono tipo martin, una suerte de baritenor lírico, que debe mantener una tesitura bastante alta pero que ha de servir continuos claroscuros. El discreto tenor Yann Beuron -Pílades en Ifigenia en Tauride hace unos meses- se hace cargo de la parte. Mélisande, y esto hemos de festejarlo, es la exquisita soprano sueca Camilla Tilling, triunfadora en el Ángel de San Francisco. La suave emisión, el temple y el cálido timbre convienen al frágil personaje de la misteriosa joven. Laurent Naouri, siempre eficaz pero desigual, es Golaud, mientras que Franz-Josef Selig, que ya estuvo en el mismo papel en la versión de Armin Jordan de 2002, es Arkel.