Carlus Padrissa y Àlex Ollé, en un ensayo en el Teatro Real de Madrid. Foto: Javier del Real.

Sumario: Lo mejor del año

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  • Fue Gerard Mortier quien ofició en 1999 el debut operístico de Àlex Ollé (Barcelona, 1960) y Carlus Padrissa (Barcelona, 1959). Había visto su montaje de la Atlántida de Falla en Granada y quiso poner a prueba su talento entre las bambalinas del Festival de Salzburgo. Se lo jugaron todo a una carta con La condenación de Fausto de Berlioz y ganaron la manga sin faroles. Desde entonces, los hemos visto jugar, juntos o por separado, en grandes producciones operísticas dentro y fuera de España.



    Este año la compañía cumplía 33 años, "la edad de Cristo", sostiene Ollé, "por lo que no descartamos seguir reencarnándonos y reinventándonos en nuevos espectáculos". Para los críticos de El Cultural, 2011 ha sido el año de La Fura, tanto por los ambiciosos planteamientos de El gran macabro del Liceo, el Edipo de La Monnaie de Bruselas y la Turandot de Múnich como por la vigencia de su Tetralogía wagneriana en el Teatro de la Maestranza de Sevilla y el desembarco de su Mahagonny en el Bolshói de Moscú.



    En los próximos meses, Padrissa se ocupará del estreno en Múnich de Babilonia de Jörg Widmann y Ollé de un Baile de máscaras en la Ópera de Sídney a la salud de Verdi. Volverán a juntarse para una Conquista de México en Madrid, "si las elecciones lo permiten".



    Pregunta.- ¿Cuál ha sido el gran reto de 2011?

    Àlex Ollé.- No nos podemos quejar, desde luego, pero es verdad que los teatros cuentan con menos presupuesto y recursos. Nos gusta gastar dinero en lo que hay que gastarlo, que es en contratar a profesionales. Pero ya no invertimos un céntimo en artificio, en relleno.

    Carlus Padrissa.- Exacto. En el 25 Festival de Peralada, por ejemplo, no les llegaba el dinero para un Orfeo y Eurídice, así que les propuse sacar a los músicos del foso y utilizarlos como cuerpo coreográfico. El público quedó fascinado con el efecto que producían los músicos contorneándose por el escenario mientras tocaban su instrumento...



    P.- ¿Qué lección han aprendido de la dichosa crisis?

    C. P.- Que menos es más, que la escasez agudiza el ingenio, que no hay una sola forma de hacer las cosas, que el talento es muy agradecido y que no hace falta mucha pasta para alimentar la imaginación.

    À. O.- 2011 me ha enseñado a tomarme las cosas con más calma, a no abarcar tantos proyectos a la vez. No es que no pueda con el trabajo, sino que cada vez soy más consciente de la responsabilidad que esto implica.



    P.- ¿Cuál es la receta del éxito de la compañía?

    À. O.- El lenguaje universal y la proyección internacional. Todo el mundo entiende lo que queremos decir.

    C. P.- Y también nuestra afición a los riesgos. Empezamos siempre de cero, no nos gusta vivir de las rentas.



    P.- Juntos pero no revueltos. ¿Hasta qué punto sus estilos se complementan?

    À. O.- Siempre que hay fricción hay creación. Nos entendemos y nos lo decimos todo.

    C. P.- Yo soy macro, Àlex micro. Él es más teatral y yo más visual. Hace algunos años que trabajamos por separado. Pero sabemos que Mortier es nuestro punto de encuentro...

    À. O.- Sería una verdadera lástima que el relevo político desatara un cambio de organigrama en el Real. Mortier necesita tiempo para su proyecto.



    P.- ¿Se trabaja igual dentro que fuera de España?

    C. P.- Creo que el público reacciona igual en el Bolshói que cuando montamos una obrita para los ancianos de mi pueblo.

    À. O.- Tenemos claro que hay vida antes y después del Met y La Scala. No nos ponemos metas.