Peter Sellars, durante un ensayo en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.

Peter Sellars se estrena el sábado 14 de enero en el Teatro Real de Madrid con una ambiciosa producción que conjuga dos óperas de pequeño formato (Iolanta y Perséphone) de dos compositores tan enfrentados estilísticamente como Tchaikovsky y Stravinsky. El maestro griego Teodor Currentzis gobierna el foso de este osado experimento.

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  • Hace un cuarto de siglo que el director de escena estadounidense Peter Sellars (Pittsburgh, 1957) emergió con una fuerza increíble en Europa. Era un auténtico enfant terrible, un rupturista, un ingenioso buceador en comportamientos, un visionario capaz de descubrir insólitas y hasta entonces ocultas reacciones del alma humana. Era Sellars por entonces un radical de tomo y lomo, que sorprendió a propios y a extraños en su modernista producción de Orlando de Händel o en sus posteriores contactos con el minimalista John Adams, de quien fue profeta y servidor en varias de sus obras, entre ellas la popular Nixon en China. Rápidamente sus extremos planteamientos empezaron a estar de moda y la crítica y en buena parte el público se alborozaron con sus rompedores montajes mozartianos.



    Su gran espaldarazo llegaría en 1992, cuando, llamado por Gerard Mortier, escenificó en la Escuela de Equitación de Salzburgo la monumental ópera San Francisco de Asís de Messiaen. Con el hoy director del Teatro Real no ha dejado de mantener contacto hasta este momento, en el que el nuevo fruto de su colaboración está a punto de subir al escenario del coliseo madrileño. Cuenta Peter Sellars a El Cultural que hace seis años le comentó a Mortier que llevaba un largo tiempo tratando de "conjugar Iolanta de Tchaikovsky y Perséphone de Stravinsky en un mismo concepto escénico que permitiera vincular a dos compositores aparentemente irreconciliables". El experimento, que desde mañana y hasta el 29 de enero controlará desde el foso Teodor Currentzis, consiste en "perséphonizar a Tchaikovsky e iolantizar a Stravinsky en un juego reconciliador de espejos y simetrías que indagan más allá de las diferencias estéticas". Sellars asume todo el riesgo: "Demostraré que existe un hilo conductor que nos lleva de uno a otro".



    No es nada imposible que este juego extremo, un tanto distorsionador, pueda dar resultado, incluso la unión de una obra romántica de 1892 y otra que es un melodrama con narrador de 1934, que obedecen a estéticas dispares. Las habilidades, en ocasiones un tanto periclitadas, del antiguo y travieso niño prodigio nos pueden llevar a ello. Porque de lo que no cabe duda es de que este director tiene la cabeza bien asentada y de que está continuamente llamando a la imaginación, que busca en una situación de crisis mundial por los caminos más austeros.



    En este caso, Sellars resuelve la ecuación sublimando la figura de las dos protagonistas de las óperas. La historia de Iolanta, la hija del rey a la que todo el mundo hace creer que no está ciega, discurre muy cerca, casi en paralelo, a la de Perséphone, raptada por Hades y convertida contra su voluntad en la reina del inframundo. Las mujeres quedan emparentadas, más allá de los postulados formales de la música, por las voces femeninas del coro y las fragancias de las flores de la puesta en escena. "Los momentos de misterio y de transformación se señalan siempre con el alba y el anochecer, cuando una cosa se convierte en su opuesto", explica el estadounidense. "Al anochecer todo cambia, es el momento de la transformación. Consiste en estar en el filo, allí donde algo se convierte en su contrario, y es un momento de despertar o de terminar algo y entrar en una nueva realidad". Palabras que atienden a una concepción eminentemente poética de este montaje.