Música

Giuliano Carmignola

"Grabar es una manera de hacer trampas"

17 febrero, 2012 01:00

Giuliano Carmignola. Foto: Anna Carmignola.

Alérgico al ruido mediático, el violinista italiano abandona su escondite para rescatar en una nueva grabación los 'Conciertos para violín' de Haydn. Junto a los músicos de I Sonatori Della Gioiosa Marca visitará el Auditorio de Oviedo, mañana, con un programa barroco en torno a Leclair, Vivaldi y Locatelli.

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  • Giuliano Carmignola (Treviso, 1951) es un músico atípico entre las estrellas de la corriente historicista. Primero porque, en realidad, su concierto preferido es el de Alban Berg. Y en segundo lugar porque se mantiene bastante alejado de las salas de concierto y de las grabaciones. Desciende de la montaña, como él dice, cuando realmente lo necesita. Y no es un recurso metafórico. A Carmignola le gustan los Alpes y le gusta esquiar. Prefiere recluirse en su refugio a mezclarse en la mundanidad, aunque ahora se ha visto constreñido a "descender". Actúa mañana en el Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo con los músicos de I Sonatori Della Gioiosa Marca -Leclair, Vivaldi, Locatelli- y acaba de publicar su último disco a propósito de los Conciertos para violín de Haydn (Archiv).

    -Un disco y una experiencia sentimental, ¿no?
    -Las dos cosas, en efecto, porque estos conciertos los conocí, los estudié y los toqué cuando estudiaba en Venecia. Repasarlos ahora me ha supuesto acordarme de mi profesor, Luigi Ferro, y recordar aquellos años de formación que fueron tan importantes. La idea de grabarlos respondía a una especie de compromiso personal y también resolvía un hueco en la discografía. Hay versiones disponibles, es verdad, pero se remontan a la que hizo Simon Standage con Trevor Pinnock, hace más o menos 30 años.

    La mecha barroca
    -Precisamente se grabaron en el mismo sello, Archiv, donde usted ha encontrado continuidad a sus proyectos.
    -Archiv es una de las grandes referencias para la música antigua y el barroco, pero yo reconozco que tengo una posición bastante sui géneris como intérprete. Nunca me he considerado un especialista barroco ni un violinista a quien apasiona la musicología. No soy uno de esos ortodoxos ni militantes que convierten el historicismo en bandera. De hecho, al principio fui muy escéptico con implicarme en la aventura de los instrumentos originales.

    -Lo hizo a principios de los noventa con I Sonatori de la Gioiosa Marca. Aquellas grabaciones de Vivaldi y del barroco italiano en el sello Divox continúan siendo de referencia.
    -I Sonatori aparecieron en un momento de mi vida muy particular. Yo había despuntado como solista en varios concursos y tenía por delante una carrera internacional, como se dice, pero las responsabilidades familiares y la elección de una vida más sedentaria me hicieron quedarme en Venecia como violinista de la Fenice y como profesor del Conservatorio. Tenía una estabilidad que me satisfacía. Surgió entonces la posibilidad de grabar y actuar con I Sonatori. Me involucraron en el llamado historicismo. Y hasta tuvieron que prestarme un arco barroco porque yo no tenía. También me resultó chocante emplear cuerdas de tripa. Fue una experiencia deslumbrante. Encontré un mundo lleno de vitalidad que me permitía expresarme como músico.

    -¿De qué manera?
    -Creo que el músico debe aportar un sello, una personalidad. Debe intentar significarse en la fantasía y en la imaginación, de modo que el repertorio barroco me proporcionaba un campo extraordinario de expresión artística. En este sentido también ha sido fundamental poder colaborar con Andrea Marcon y su agrupación, igual que lo ha sido reunirme ahora con los músicos de la Orquesta de los Campos Elíseos en el redescubrimiento de Haydn.

    -¿Por qué cree que esos conciertos para violín no gozan de una reputación incuestionable?
    -Son obras de juventud, que por un lado insinúan el enorme talento de Haydn y que al mismo tiempo podrían considerarse menores. Especialmente confrontadas a las grandes sinfonías o al interés que suscitan merecidamente los conciertos para violonchelo. Es un Haydn cercano al barroco que plantea una dialéctica entre el solista y la orquesta bastante elemental, pero hay algunos pasajes que, en mi opinión, pueden considerarse entre los grandes hitos de la historia de la música. Pongo como ejemplo el Adagio del Concierto en do mayor.

    -No se ha limitado usted a interpretarlos. También ha escrito las cadencias.
    -Me he tomado esa libertad, efectivamente, pero lo he hecho de una manera espontánea y no con el ánimo de dejar una huella. Impresiona, he de decir, escribir junto a Haydn en una misma partitura. Siempre he procurado atenerme a su estilo y al contexto de la obra. Ha sido una experiencia muy interesante que no sé si voy a repetir.

    -A usted le convence menos, en cambio, el estudio de grabación como lugar para interpretar la música.
    -El estudio de grabación es un lugar atípico, cuando no aséptico. Creo que la música requiere la idea de la comunión, el contacto con el público, la tensión de actuar en directo, el fenómeno según el cual aquello que haces es irrepetible. Grabar y regrabar es una manera de hacer trampas. Con ello no discuto la importancia de los discos. Lo que sí digo es que la experiencia de un concierto en directo es irremplazable. Hay una incertidumbre que funciona como estímulo. Puede ocurrirte lo mejor y lo peor encima de un escenario. Influye la acústica, el estado de ánimo, el repertorio. También lo hace la relación con el público. Hay veces que parece que la música no les llega a los espectadores. Y otras en que la comunión es rotunda. Sobre todo cuando el público es culto y está preparado para escuchar lo que le propones.

    -No sabemos si ése era el caso exactamente de los conciertos que usted ofreció en las fábricas de la periferia de Milán en los años setenta. O sea, cuando Claudio Abbado decidió que La Scala tenía que asomarse a otras realidades. Por eso le reclutó a usted e hizo lo mismo con un pianista emergente que se llamaba y se llama Maurizio Pollini.
    -Me sorprendió entonces que Abbado me reclutara. Andaba yo por Moscú por el año 1974. Era un concurso en el que tocaba el Concierto de Tchaikovsky. Me planteó Abbado su idea de llevar la música clásica a lugares donde nunca había estado. Fue una experiencia personal y musical impresionante, aunque lo más llamativo es que, después de aquel periodo, casi no mantuvimos contacto durante treinta años. Volvió a acordarse de mí para trabajar con la Orquesta Mozart hace unos siete años. El reencuentro fue emocionante. Abbado es una de las personalidades de la música que más se ha acercado a su esencia.