Riccardo Muti. Foto: Todd Rosenberg.

El director napolitano, Príncipe de Asturias de las Artes 2011, debuta en el foso del Teatro Real de Madrid con I due Figaro de Mercadante. Lo hará el domingo al frente de la Joven Orquesta Giovanile Cherubini y en un hábil montaje de Emilio Sagi que ya ha sido aplaudido en Salzburgo y Rávena.

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  • Riccardo Muti (Nápoles, 1941) defiende una carrera polifacética y un historial impecable, pero entre sus asuntos pendientes -más en el plano sentimental que en el profesional- figuraba la "deuda" de sumergirse en el foso de Madrid. Lo hizo en Sevilla (La Traviata, 1992) y en Barcelona (Macbeth, 2001) en ambos casos con las huestes de La Scala. Ahora le corresponde aplicarse al Teatro Real con la Orquesta Cherubini y con una ópera "desconocida" de Saverio Mercadante (1795-1870), I due Figaro (1826), que representa un viaje de ida y vuelta entre Madrid y Nápoles con el mediador idóneo. Hablamos de Riccardo Muti y de su acervo meridional. Que no contradice su puesto al frente de la Sinfónica de Chicago ni su estupefacción ante el incidente que enfrentó hace unos días a dos patronos de la agrupación norteamericana en plena interpretación de la Segunda de Brahms.



    -¿Qué sucedió exactamente?

    -Más que suceder algo grave, lo que me ha sorprendido es la repercusión. Estas semanas hemos hecho el estreno mundial de tres obras y trabajado magníficamente con la orquesta, pero la noticia del año parece haber sido que un patrono agredió a otro porque quería ocupar la primera fila de su palco pese a haber llegado tarde [Muti se regodea sarcásticamente con los detalles y pone en juego su fino sentido del humor]. Menos mal que estábamos tocando una música de conciliación [tararea el segundo movimiento de la sinfonía] y que Brahms es un antídoto a la discordia... En realidad, esta anécdota prueba la superficialidad y el sensacionalismo en que vivimos. El episodio apenas se prolongó unos diez segundos, pero se diría que había estallado un conflicto. Tiene gracia porque hasta los periódicos decían con mucha imaginación que yo había lanzado una mirada punzante a los responsables del incidente...



    -Parece rodearle el malentendido de la antipatía, cuando usted tiene un acusadísimo sentido del humor.

    -El sentido del humor, la ironía, forman parte de la identidad de los mediterráneos. Me gusta reírme y divertirme, a excepción de cuando trabajo. Entonces es el momento de la severidad, de la disciplina. No estoy mencionando la agresividad ni la tiranía. Provengo de la escuela de Antonino Votto que a su vez había sido alumno de Toscanini. Quiero decir que no me gusta trabajar fast and soon [lo dice en inglés: rápido y pronto], sino hacer la música con profundidad y rigor.



    -Otro malentendido concierne a su fama de director conservador. Conservador en el repertorio, en su escaso compromiso con la vanguardia.

    -Los comentarios que me tildan de conservador provienen de quienes están desinformados y de quienes no quieren informarse premeditadamente. Las pruebas de mi compromiso con la música de los siglos XX y XXI están descritas en mi trayectoria y en la cantidad de estrenos mundiales en los que he participado. Me han interesado mucho Varèse, Sciarrino, Kurtág... Tengo una mentalidad abierta y despierta respecto a la música.



    -Que también se explica en una labor musicológica. Su compromiso con el repertorio napolitano del settecento y del ottocento recala ahora en Madrid.

    -I due Figaro es la historia del hijo que regresa a casa. Porque Mercadante escribió la ópera en Madrid y porque la música refleja el espíritu de lo español tanto en las formas (danzas locales, géneros) como en el fondo. Se habla mucho de la influencia de la música napolitana en España y menos de la reciprocidad, cuando es igualmente relevante. Había entre Nápoles y Madrid un intenso intercambio cultural. Los grandes castrati, como Farinelli y Caffarelli, recalaban en la capital española, mientras que Carlos III levantaba en mi ciudad el teatro más bello del mundo. Ya conté en la entrega del Premio Príncipe de Asturias que mi madre, una mujer napolitanísima, seguía llamando a la via Roma la calle Toledo, porque era su nombre originario. Pongo el ejemplo como prueba de la intensidad de las relaciones. Así se entiende la importancia que tiene plantearlas en el Real en un proyecto que va a prolongarse con la recuperación de La rappresaglia, otra gran ópera de Mercadante.



    -El manuscrito de I due Figaro fue descubierto en 2009. ¿Cuál fue su primera impresión?

    -Casi a primera vista me percaté de que era una ópera mayor. Mercadante la apreciaba tanto que siempre viajaba con uno de los dos manuscritos existentes. Es una música de acusada personalidad y de gran altura teatral. De Mercadante se conocen más las obras religiosas, orquestales o de cámara, pero fue un compositor de óperas que merece una total rehabilitación.



    -¿Cómo se explica entonces su ostracismo?

    -Fue la suya una época extraordinariamente intensa en la producción operística. La ópera era entonces como el cine y el público exigía una continua renovación de la cartelera. También hoy hay obras maestras del cine que desaparecen entre tanta cantidad. Mercadante competía con la prolijidad de Cimarosa, de Bellini o de Donizetti, a quien llamaban irónicamente Dozzinetti porque escribía las óperas a docenas. Por estas razones tiene mucho sentido recuperar los tesoros escondidos. I due Figaro es uno de ellos. Incontestablemente.



    -Una de sus originalidades estriba en que en la apariencia de una comedia se alojan la seriedad y hasta el dolor.

    -I due Figaro tiene una factura revolucionaria. Podríamos hablar de una ópera semi-cómica donde tanto cabe el humor como la gravedad. Parece que el sentido del drama, de la severidad, de la tragedia es una peculiaridad de las culturas septentrionales, nórdicas, cuando forman parte de nuestra idiosincrasia. Y por idiosincrasia entiendo la cultura que tiene como referencias el Mediterráneo y el olivo. Somos pueblos complejos los del Sur. Y esa complejidad se traduce al mismo tiempo en el optimismo y en la nostalgia. Nos identifica la exuberancia. Nuestra antigua Historia. Pero también lo hace el hecho de que seamos idealistas sin ilusión. La importancia de ese acervo ha puesto sobre aviso a naciones emergentes, como China o Corea, que parecen haber entendido mejor la significación de nuestro propio patrimonio.



    -Alude usted al mensaje en favor de la cultura que hizo a propósito del bis del Va pensiero en la Ópera de Roma. ¿Le preocupa que los recortes conciernan particularmente a la formación, a la educación, a la cultura?

    -Europa se equivoca cuando considera la cultura una cuestión secundaria. Estamos descuidando nuestra Historia, nuestras raíces, nuestra identidad. Y no me refiero a la identidad desde un discurso excluyente. Todo lo contrario. La certeza de lo que somos es la que nos confiere la capacidad de asimilar. Más aun en un mundo globalizado, complejo, caracterizado por el vaivén de los flujos migratorios. La capacidad de asimilar y de integrar empieza por saber lo que somos. En este contexto, he llegado a entender que la música desempeña un extraordinario papel de conexión entre personas, pueblos, culturas. La música es un sentimiento, y los sentimientos no engañan. Estoy seguro de que el porvenir del lenguaje musical se halla en el resultado de esa mezcla, de ese mestizaje, de ese intercambio. Pero es necesario saber quiénes somos unos y otros.