Helga Schmidt en su despacho. Foto: Tato Baeza.
La directora artística e intendente del Palau de les Arts de Valencia abre las puertas de su despacho a El Cultural para hablar del futuro de la ópera ante los retos que la acechan. Las limitaciones presupuestarias, el relevo generacional del público y los recursos tecnológicos para la difusión del repertorio exigen un replanteamiento de las fórmulas. Helga Schmidt se sincera: "Soy muy soñadora pero no creo en los milagros".
Helga Schmidt no concede entrevistas; se le escapan. De manera que una conversación que se suponía breve va alargándose mientras ella, quizá sin quererlo, hace balance improvisado de sus años como intendente y directora artística del Palau de les Arts de Valencia. Hace seis temporadas que doña Helga, como la saludan todos por los pasillos, ocupa un despacho de aséptico diseño futurista en la proa del barco de Calatrava. Allí articula sus temporadas, allí invita a caviar a los periodistas y también allí, entre los carteles de sus óperas favoritas, brinda con champán las noches de estreno. "En esta ventana", señala en otra ocasión, "es donde van a romper todas las olas". Más allá, al otro lado del cristal, el agua de los estanques desemboca en otro edificio, el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, donde se anuncia una exposición sobre el genoma humano. "En el mundo de la ópera no hay ciencia que valga", sentencia en un imperfecto aunque preciso castellano. "Aquí dentro todo es oficio".
La intendente Schmidt nació hace siete décadas en Viena, una ciudad poco más grande que Valencia pero que da trabajo a cientos de músicos y que cuenta con una frenética actividad de conciertos de música clásica cada noche. "¡Eso sí que es genética!". Es Helga una persona entusiasta, tanto como para rechazar una oferta en firme del Teatro Real y empezar de cero a orillas del Mediterráneo. Se enamoró de un edificio en construcción y asumió como retos cada una de sus limitaciones. Empezando por una acústica que no terminaba de cuajar (demasiada baldosa, concluyeron) y siguiendo por un imponente patio de butacas vacantes. Entonces todo eran dudas, cábalas e ilusión. Ahora respira aliviada. "No he hecho nada en este tiempo que me quite el sueño o de lo que tenga que arrepentirme".
Desde la inauguración oficial de la sala principal en 2006, el público valenciano le ha dado sobradas muestras de fidelidad. Sus detractores, que son también legión, denuncian sin embargo el despilfarro de unas temporadas tan tentadoras como prohibitivas en unos tiempos en los que la Comunidad Valenciana parecía vivir del petróleo. Pero sería injusto atribuir todos los méritos de esta mujer luchadora y tenaz a su destreza con la chequera. Ni siquiera cuando sus colegas Lorin Maazel y Zubin Mehta siguen empeñados en elevar la cuestión presupuestaria del Palau a los titulares de prensa. Porque ha llorado Helga Schmidt los recortes de la Generalitat Valenciana, que sigue siendo su principal fuente de ingresos (16.827.870 euros para este año), y ha sufrido cada céntimo que la aleja de los tiempos de bonanza en que el Festival del Mediterrani era a la lírica lo que la Fórmula 1 al deporte.
No ha hecho falta un relevo en el gobierno autonómico para cambiar la mentalidad megalómana con la que fue concebido el proyecto, cuyo coste final superó los 382 millones de euros. Los presupuestos para 2012 (ingresos de taquilla, alquileres y patrocinios incluidos ) rondan los 24 millones y medio. A la veteranía de Maazel y Mehta al frente de la Orquesta de la Comunidad Valenciana le ha sucedido la valiente y lúcida inexperiencia de un director de 30 años, Omer Meir Wellber, a quien nadie conocía cuando fue presentado como nuevo titular del foso. Del mismo modo, las fastuosas producciones con las que La Fura dels Baus reinventó el ideal wagneriano de arte total han dado paso a temporadas a base de coproducciones y alquileres de menor factura. Incluso, en un intento por cuadrar las cuentas, el Palau abrió sus puertas a otras bodas que no eran precisamente las de Fígaro, como la del futbolista del Real Madrid Raúl Albiol. Otro galáctico.
La letra pequeña
En este contexto de grandes cambios -presupuestarios, generacionales, tecnológicos...- se ha llegado a insinuar que Helga Schmidt podría abandonar el barco antes de tiempo. Ella niega la mayor y asegura que cumplirá con la letra pequeña de su contrato, que finaliza en 2013. "Lo importante no es cuándo me vaya, sino cómo estarán las cosas cuando eso suceda".
-¿De verdad que nunca se ha planteado abandonar el cargo?
-Si pensara tanto en mí misma no habría dedicado mi vida al mundo de la ópera. Soy reina y esclava de mi trabajo, y disfruto con los esfuerzos que me exige este oficio. Ignoro lo que pasará cuando expire mi contrato, pero le puedo hablar de las cuestiones que están hoy sobre la mesa. Como, por ejemplo, que la dirección del Palau y el comité de empresa hemos acordado una serie de medidas que incluyen la reducción de los sueldos de la plantilla entre un 2 y un 15%, a excepción de los trabajadores que cobran menos de 26.000 euros anuales, lo que reducirá el gasto en personal en alrededor de un millón de euros. Debo decir que a partir de ahora cobraré 68.000 euros anuales, un 60 % menos del salario que ingresaba. También estamos estudiando la posibilidad de llevar a cabo un cierre técnico durante varias semanas en verano que nos permitirá ahorrar otros 200.000 euros.
-Se habló de su posible abandono tras la salida de Francisco Camps de la Generalitat. ¿Cree que los escándalos de corrupción han podido afectar a la estabilidad del teatro?
-No hay relación entre una cosa y la otra. En mi teatro todas las cuentas están perfectamente claras. ¿Quiere saber por qué? Porque todo pasa por mis manos. Soy yo la que ajusta el céntimo, la que controla que no haya números rojos y la que propuso a la Fundación del Palau la creación de un equipo administrativo que evitara corruptelas e injerencias políticas.
-¿Dónde termina la Helga directora artística y empieza la intendente Schmidt?
-Aprendí a hacer ambas cosas a la vez durante mis años como directora del Covent Garden londinense. Allí conocí a grandes figuras de la historia que me han marcado, como fue el caso del gran Carlos Kleiber. Soy una persona ambiciosa y diría que muy soñadora, pero no creo en los milagros. Sé programar, conozco los gustos de la gente y las necesidades de los artistas pero no se me olvida que, al final del año, hay que rendir cuentas. Vivimos en la era de los gestores, no tanto de los programadores.El dinero no da para más. Hay que ser valientes.
-¿A qué se refiere?
-Me refiero a ser capaces de atraer a un público más joven sin tener miedo a decepcionar a otro más especializado. Estoy pensando en alquilar un musical de Bernstein o de Gershwin para el Festival del Mediterrani.
A hora y media de Madrid
-¿En qué ha quedado el proyecto para convertir el AVE en un apéndice del Palau?
-Seguimos trabajando con la Consejería de Cultura para elaborar un paquete de actividades de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. O incluso un combinado de billete-entrada. Pero todo está en el aire.
-¿Sigue considerando discriminatorio el trato del Gobierno central al Palau de les Arts?
-Vaya por delante que no tengo nada en contra del Liceo ni del Real. Ahora más que nunca somos un equipo, a todos nos va la vida en las coproducciones. Nuestro presupuesto depende enormemente de la Generalitat. Una mínima parte viene del Ayuntamiento. La Diputación ha cerrado el grifo, por eso dependemos tanto de la taquilla. En cuanto a la asignación estatal, ha caído un 25%, bajando del millón de euros [846.450], un porcentaje mayor que en otros teatros, incluido el Maestranza. Eso es intolerable.
-También en Madrid y Barcelona han sabido captar mucho más patrocinio que en Valencia.
-Tenemos que aprender de ellos en ese aspecto, buscar patrocinadores fuera de España y animar al Gobierno a cambiar la Ley de Mecenazgo. En Londres pude comprobar que una buena política fiscal puede resultar tremendamente eficaz. Costará adaptar la mentalidad, pero luego lo celebraremos.
-¿Teme que su política de austeridad pueda derivar en revueltas internas, como ha pasado en el Liceo y el Real?
-Haré todo lo posible para que eso no llegue a suceder. Ha habido despidos voluntarios pero no está en nuestros planes llevar a cabo un ERE.
De vuelta al barroco
-¿En qué medida esta situación repercutirá en el repertorio de futuras temporadas?
-No es lo mismo producir una ópera de Monteverdi que de Berg, una de dominio público que otra que aún genera derechos de autor. Por eso se va a producir un incremento del repertorio barroco y clásico. Lo contrario ocurrirá con las nuevas producciones y la música contemporánea. Habrá más títulos populares. Traviata, Bohème, Carmen, Aida y Tosca. Aunque debo confesarle que Thaïs ha funcionado estupendamente en taquilla. Se ha vendido todo.
-Plácido Domingo nunca les ha fallado. ¿Renunciarán también a los grandes nombres?
-Jamás. Le aseguro que resulta mucho más rentable traer un nombre del prestigio de Plácido Domingo o de Juan Diego Flórez que montar una carísima producción con cantantes menos conocidos. Sabemos que con ciertas personas en cartel lo vendemos todo. Además, acabamos de fijar un caché máximo de 18.000 euros, el mismo que tienen en el Real y el Liceo.
-Es que lo de Maazel era algo exagerado, ¿no le parece?
-A Maazel le pagamos la mitad de lo que cobra en cualquier teatro del mundo [80.000 euros por función]. Eso sólo lo ha hecho con nosotros. Sigue siendo una cifra elevada, pero a la gente se le olvida que Maazel no sólo ha dirigido sino que ha creado una orquesta de élite.
-Para muchos, la mejor fábrica de sonidos de España.
-El único requisito que le puse a Camps para aceptar el proyecto era montar una orquesta que fuera la base de esta casa. Pensé en Jesús López Cobos, pero lo ficharon en Madrid. Luego, tras el estreno en Londres de 1984 convencí a Maazel.
-Ahora todo está en manos de Omer Wellber...
-Hay que invertir en talento, apostar por el futuro. Wellber es un director joven que trabaja muy bien. A pesar de la polémica de su Aida en La Scala de Milán, tiene mucho recorrido por delante. En Valencia, en Berlín, en Israel. Es serio, disfruta de los ensayos, se entiende con los músicos... No es Mehta, tampoco Gergiev ni Chailly. Pero quién lo es.
Los fantasmas de la ópera
Malos tiempos para la lírica, que decía el poeta y que tantas veces hemos repetido en estos últimos años. Las crisis se ceban, ya se sabe, en primer lugar con las actividades culturales. La ópera no escapa a esa peste. Lo más significativo, y hasta cierto punto ejemplar, de las recientes movidas se ha dado en el Liceo de Barcelona, cuya temporada estuvo a punto de irse a pique, en una muy buena parte, por la imposibilidad de pagar a la plantilla. Finalmente la sangre no ha llegado al río porque los trabajadores decidieron prescindir de la paga extraordinaria de verano. Lo sorprendente es que los empleados y la empresa se van a dar la mano este domingo en un curioso concierto extraordinario de hermandad "en nombre de la responsabilidad y la consciencia institucionales".
De la más rabiosa actualidad es el conflicto que a día de hoy tiene planteado el comité de empresa del Teatro Real de Madrid. El coliseo reclama a sus trabajadores un millón de euros en sueldos que debían haberse descontado de sus nóminas desde 2010. El asunto tiene difícil solución. De momento, los trabajadores del Real, que ya se han manifestado a las puertas del teatro durante las sesiones de Vida y muerte de Marina Abramovic, amenazan con una huelga para la primera de Cyrano de Bergerac, que cuenta con el ídolo Domingo como gran atracción. Sería muy sonada la cosa.
A esta relación hay que poner una reciente guinda: la de que el juez del caso Palmarena ha imputado al arquitecto Santiago Calatrava y a un exdiputado por supuesta adjudicación fraudulenta de la Ópera de Palma, de la cual no hay ni rastro. Arturo Reverter