Un momento del montaje de Mario Gas. Foto: Javier del Real.

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  • Entre el 5 y el 15 de junio, Pedro Halffter dirige en Sevilla ocho funciones de la ópera de Puccini en la versión escenénica que Mario Gas estrenó en el Teatro Real en 2007.

    Recala una de las más célebres óperas de Puccini en el Teatro de la Maestranza de Sevilla, que la recibe con todos los honores a lo largo de ocho funciones. La historia de Cio-Cio-San es especialmente taquillera y emotiva, de las que tocan el corazón del espectador. Hay buenos mimbres para que pueda establecerse la siempre ansiada unión entre escena, foso y patio de butacas. En primer lugar la batuta de Pedro Halffter, excelente conocedor de esta ópera verista, que ya ha dirigido en el Teatro Real con éxito y que entra en las coordenadas de la música que mejor sirve.



    La búlgara Svetla Vassileva, una de las sopranos que hoy están dando mejor juego en partes de lírica o lírico-spinto, dará voz a la protagonista. Sin llegar a las calidades tímbricas de una compatriota como Krassimira Stoyanova, esta cantante realiza una cuidada encarnación de Butterfly y, pese a un ostensible vibrato, nos toca la fibra emocional. A su lado figura en el primer reparto el mexicano Héctor Sandoval, de pulido instrumento, bien emitido y controlado. Un lírico puro. Frente a ambos se sitúa Ángel Ódena, un barítono en perpetuo ascenso, algo tremolante pero de firme emisión y timbre penumbroso. Estos cantantes se alternan con Amarilli Nizza, soprano de mayor envergadura y oscuridad que Vassileva, Javier Palacios, tenor valenciano de buena proyección y de timbre menos incisivo que el de Sandoval, y Luis Cansinos, un barítono sobrio, de calidades vocales relativas.



    Suzuki se lo reparten entre Marina Rodríguez Cusí, ya una experta en la parte, y la italiana Manuela Custer, de mayor prestancia vocal y menor refinamiento. Goro es en las ocho veladas Mikeldi Atxalandabaso, un tenor lírico-ligero muy seguro y claro; un lujo para el cometido. Fernando Radó y Fernando Latorre completan un equipo muy apañado que se moverá en escena bajo las órdenes de Mario Gas, que repone la producción que hizo famosa hace cinco años en el Real y que transcurre durante el rodaje de una película sobre la historia de la geisha. Un montaje hábil e inteligente que difumina alguno de los tradicionales valores poéticos de la partitura.