Sergiu Celibidache en la Residencia de Estudiantes. Foto: Javi Martínez.
Se cumplen cien años del nacimiento en Roman (Rumanía) del gran director Sergiu Celibidache, uno de los maestros más singulares, sabios y esenciales del siglo XX. Su biografía está llena de casualidades y de sorprendentes decisiones, siempre nacidas de una manera de ser y un carácter muy peculiares y difíciles, hasta cierto punto insólitos. Su carrera nació por azar, cuando, tras haber realizado estudios de música, filosofía y matemáticas en su país, primero en Jassy, luego en Bucarest, se trasladó a París donde, para subsistir, continuando una actividad que ya había ejercido, tocó el piano en salones de danza y cafetines. En 1936 marchó a Berlín para seguir instruyéndose en la Hochschule für Musik y en la Universidad, donde se doctoró con una tesis titulada Normas seguidas en el desarrollo de los elementos formales en la técnica constructiva de Josquin des Près. Algo insólito.En los años subsiguientes trabajó composición con Heinz Tiessen y dirección de orquesta con Kurt Thomas, Fritz Stein y Walter Gmeindl. En la universidad Friedrich Wilhelm aprendió musicología con Arnold Schering y Georg Schunemann. Y en 1945, vetado Furtwängler por sus relaciones con el nazismo y fallecido en accidente el prometedor Leon Borchard, la Filarmónica le ofreció el puesto de titular. Fue la época en la que también comenzó su relación con el budismo zen. Para que su aprendizaje diera sus más completos frutos faltaba el contacto con Furtwängler, a quien se le había levantado la prohibición de dirigir y con el que compartió podio durante varios años. Hasta que abandonó su puesto en 1952 y comenzó una nueva y positiva andadura, que determinó la sublimación y síntesis de su pensamiento musical y lo colocó en una senda distinta y original, abjurando prácticamente de todo lo que había realizado hasta entonces.
Fue ya en esa nueva etapa cuando lo pudimos conocer en España. Dirigió por primera vez la Orquesta Nacional de España el 12 de diciembre de 1952, en el Palacio de la Música, en concierto único (en esa época todavía no existían los domingos del Monumental). Se inició desde entonces una entente entre formación y director que sería, a partir de 1959, prácticamente anual hasta que la relación se rompió en 1965. No se trata en esta breve nota de contar toda la vida y milagros de Celibidache, sino de recordarlo en esta fecha redonda y de evocar su figura que causó notable influencia en la manera de reproducir la música partiendo de un entendimiento muy especial y profundo de la partitura, para lo que aplicaba teorías y técnicas muy relacionadas con una suerte de humanismo trascendente conectado con una muy singular concepción del tiempo.
El maestro rumano opinaba que el director era un mero transmisor, que los pentagramas son los que nos indican el camino a seguir; el único posible. Era esa sacrosanta creencia lo que le impulsaba y lo que hacía que sus versiones -o interpretaciones, palabra que odiaba porque la música no hay que interpretarla, hay que hacerla y la partitura es la base informativa- fueran algo aparte. Las lentitudes, más frecuentes a medida que pasaban los años, pretendían que las notas quedaran al descubierto, que las resonancias marcaran el territorio y ayudaran a elevar esa narración en vertical, pero en la que todo está milagrosamente enlazado con el fin de que quede perfectamente expuesta la ecuación espacio-tiempo.
Sobre estas premisas fenomenológicas se edificó el arte de Celibidache, que pudimos admirar tantas veces en sus encuentros con las Orquestas Nacional y de la RTVE y que acabaron por cristalizar milagrosamente en su trabajo de casi veinte años con la Filarmónica de Múnich, con la que lo vimos en España y con la que, finalmente, en contra de sus manías de siempre, consintió en registrar numerosos conciertos, muchos de ellos en CD o DVD. Hace muy poco justamente han salido al mercado las imágenes de sus versiones de varias sinfonías de Bruckner, compositor que le era muy afín. Una maravilla que mantiene vivo el recuerdo de este músico impar, fallecido en agosto de 1996.