Lina Beckmann y Nicholas Ofczarek en Jedermann de Hugo von Hofmannsthal, que abrirá Salzburgo. Foto: Luigi Caputo.

Esta tarde arranca el Festival de Salzburgo bajo la nueva dirección de Alexander Pereira. El miércoles será Christian Thielemann el encargado de inaugurar Bayreuth con El holandés errante. En la recta final de julio y durante todo el mes de agosto, las dos grandes citas del verano europeo competirán en estrenos y nombres. El Cultural recorre sus programas.

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  • Poner en un solo ramillete los festivales de Bayreuth y Salzburgo es siempre una interesante experiencia. Se aprecian de este modo dos maneras de hacer, dos líneas artísticas, dos finalidades, dos ámbitos culturales. El certamen unívoco, centrado en un solo compositor, frente a la muestra multidisciplinar, del más ambicioso contenido. En Bayreuth se concentran todos los vectores de fuerza que contribuyeron en su día a dar forma al sueño de un músico, cuya producción es la que alimenta e impregna absolutamente cualquier manifestación. Se guarda con ello la fiel memoria de una creación única, logro inmarcesible de la cultura occidental. Un ejemplo monolítico que no se da de este modo en ningún otro lugar, ni siquiera en Pésaro, consagrado a Rossini, pero que acepta la inclusión de obras de otros autores.



    El despliegue salzburgués siempre admira por su extraordinario nivel y por la amplitud de sus propuestas, que abarcan prácticamente toda la historia de la música y que ofrece los más apetitosos manjares del orbe. Centro, ya no tan elitista, de reunión de la melomanía del mundo, nos coloca ante la posibilidad de disfrutar de las actuaciones de los artistas más cotizados del firmamento. Asistir al Festival de Salzburgo es como situarse ante un maravilloso escaparate en el que desfila lo más granado de la interpretación musical. Los divos tienen ahí su lugar. Nunca, por supuesto, por muchos que sean sus brillos, en perjuicio de la calidad, bien que luego cada oyente-espectador pueda tener su propia opinión e incluso pensar, después de gastarse una buena cantidad de euros, que no valía la pena. Aunque el marco arquitectónico y la atmósfera de la villa que vio nacer a Mozart sean ya de por sí todo un regalo.



    Bayreuth busca Tetralogía

    Aquí se aguarda como agua de mayo -o de julio en este caso- la llegada de la próxima Tetralogía, que será nada menos que la del bicentenario del nacimiento de Wagner. De momento, las aguas del festival bajan relativamente tranquilas después de los últimos sustos ocasionados con las peregrinas puestas en escena de Lohengrin, firmada por Hans Neuenfels -una producción conocida ya como "la de las ratas"-, y Tannhäuser, signada por Sebastian Baumgarten, que escenifica la ópera en una refinería petrolífera. Katharina y Eva Wagner, actuales responsables de la programación, apoyan lo nuevo, lo radical, aunque se desvíe de algunos de los presupuestos que muchos han tenido como inviolables durante decenios y que hasta cierto punto mantuvo su padre Wolfgang, nieto del compositor, que, de todos modos, dio cauce a ideas de moderno cuño, cosa lógica y necesaria. Algo que ha de quedar claro. Pero hay modos y modos.



    En relación a esas dos obras diremos que serán cantadas en sus primerísimas partes por Klaus Florian Vogt, musical aunque de timbre demasiado blanco, y la eficiente Annette Dasch, por un lado, y el vulgarcito Lars Cleveman, la simplemente digna Camilla Nylund, la desigual Michelle Breedt, el inexpresivo barítono lírico Michael Nagy y, esta es la mejor noticia, el joven y prometedor bajo Günther Groissböck. Los directores, ninguno de los dos convincentes, son Andris Nelsons, a quien habíamos dado un voto de confianza, y Thomas Hengelbrock, que es un poco avefría.



    No siempre las actuales miradas dan con la almendra del esquivo mensaje poético-musical que late en cada ópera, aunque las de Wagner posean mil y una lecturas. Este año la novedad está en la producción de El holandés errante, encargada al muy joven alemán Jan Philipp Gloger (1981), que ha trabajado mucho y bien en numerosos teatros de ópera. Su Alcina de Dresde ha sido muy alabada. Veremos qué se le ocurre para este romántico título wagneriano en el que la parte principal será desempeñada por el barítono ruso Evgeny Nikitin, que se nos antoja una voz de escaso caudal para el dramático cometido, que precisa de un bajo-barítono o un barítono heroico, un heldenbariton. Senta estará bien servida por la excelente Adrianne Pieczonka, una soprano lírica canadiense de sólida técnica y medido canto. El avaro Daland será el siempre seguro Franz-Josef Selig, una voz recia y oscura, y Erik el mediocre Michael König, de emisión estrangulada y parva preparación. Es una garantía que la batuta esté en las manos del excelente Christian Thielemann, ya uno de los nombres de oro de la muestra, en la que ha triunfado años atrás con valiosas interpretaciones del Anillo.



    Parsifal, en el complicado, algo indigesto pero sugerente montaje de Stefan Herheim, no estará en las sensuales y comunicativas, aunque no tan espirituales, manos de Daniele Gatti. Lo sustituye en el foso el ascendente Philippe Jordan, que mamó desde niño con su padre, Armin, el repertorio wagneriano. Será su esperado debut en la Colina Sagrada. Entre las voces destaca la tan bien puesta y equilibrada, relativamente grande de Kwangchul Youn, un Gurnemanz escasamente poético. El experimentado y más bien anodino Peter Schneider empuñará la batuta para dirigir el ya gastado y aburrido Tristán e Isolda "según" Marthaler. Irene Theorin -a la que hemos visto recientemente en el Auditorio Nacional cantando para Ibermúsica el final de El crepúsculo de los dioses-, el siempre digno aunque gélido Robert Dean Smith y Robert Holl, un Marke algo descolorido ya, componen el cumplidor trío protagonista.



    Hemos de recordar que El holandés, Lohengrin y Tristán serán escuchadas en el Liceo de Barcelona del 1 al 6 de septiembre en versiones de concierto. Seguir las evoluciones de los conjuntos del Festival siempre es en cualquier caso una gozada.



    Salzburgo de siete suelas

    Tras la reposición de la obra teatral Jedermann de Hugo von Hofmannsthal, esta tarde John Eliot Gardiner (con La Creación de Haydn en los atriles) abrirá la veda del festival mozartiano, en el que manda la crisis. A pesar de lo cual, su nuevo director, Alexander Pereira, ha conseguido levantar una serie de importantes propuestas. En el apartado operístico, se nos ofrecen hasta siete nuevas producciones. Llama la atención la inclusión de ópera tan rupturista y básica del siglo XX, tan compleja de montar, como Die Soldaten de Zimmermann, que tendrá al competente Ingo Metzmacher en el foso y a Alvis Hermanis como rector escénico. Hay que estar atentos a las ideas de este innovador regista de Riga, hasta ahora ligado únicamente al teatro.



    Cantantes habituados a los pentagramas modernos, como Alfred Muff y Laura Aikin, intervienen en el oceánico reparto, sostenido desde el foso por la Filarmónica de Viena. Anotemos la participación de la veterana Gabriela Benacková como Condesa de la Roche. En este capítulo es curiosa la exhumación de una ópera del austriaco Peter von Winter estrenada en Viena en 1798, Das Labyrinth oder Der Kampf mit den Elementen, escrita sobre libreto de Schikaneder, una especie de continuación de La flauta mágica mozartiana, que también se exhibe este año en producción de Jens-Daniel Herzog y Nikolaus Harnoncourt. Las novedades líricas restantes son La bohème, Ariadne auf Naxos, Carmen y Giulio Cesare.



    Pereira se ha sacado de la manga dos propuestas de interés: Obertura espiritual (conciertos con obras religiosas a comienzos del festival: Misa en mi bemol de Schubert por Claudio Abbado, El Mesías de Händel por Christopher Hogwood, Misa en do menor de Mozart y en re mayor de Dvorák por Laurence Equilbey, Avodath Hakodesh de Bloch y Te Deum de Bruckner por Zubin Mehta, que anuncian la futura participación de otras creencias) y Salzburgo moderno: hasta 14 sesiones dedicadas a la música contemporánea servidas por los mejores grupos de cámara, orquestas y directores. En una de ellas aparece el nombre del joven granadino Pablo Heras-Casado, que gobierna un concierto muy apetecible en el que participan el Klangforum Wien y la mezzo Elina Garança con obras de Lutoslawski, Dallapiccola, Berio, Boulez y Castiglioni. Palabras mayores.



    Al lado de lo expuesto, que ya es mucho, se sitúan los consabidos recitales a cargo de solistas del más alto prestigio, como los pianistas Andras Schiff, Maurizio Pollini, Krystian Zimerman, Daniel Barenboim, Murray Perahia y los cantantes Thomas Hampson, Magdalena Kozená, la citada Garança, Christian Gerhaher, Matthias Goerne... y, todavía, José Carreras. En el apartado de grandes conciertos sinfónicos se dejarán escuchar la Filarmónica de Israel con Mehta; la Filarmónica de Viena con Valeri Gergiev, Mariss Jansons y Riccardo Muti; la de Berlín con Simon Rattle; la Sinfónica de Londres con Gergiev; la de Cleveland con Franz Welser-Möst; la Gewandhaus con Riccardo Chailly; la Concertgebouw con Jansons... Y, naturalmente, las habituales Matinées, conciertos de cámara y un etcétera que sería vano siquiera resumir aquí. Toda una fiesta. Esperemos que la gestión de un hombre tan hábil como Pereira, que elevó al máximo nivel a la Ópera de Zúrich, pueda dar aún mayores frutos en años venideros. Es persona convincente y es muy posible que logre los patrocinios que pretende. En caso contrario, el Festival vivirá días aún más difíciles.

    El factor despacho

    "Nos gustaría llegar a transmitir y difundir a las próximas generaciones el significado que tienen hoy las óperas de Wagner". Se lo contaban a El Cultural las bisnietísimas Katharina y Eva Wagner (1978 y 1945), que siguen reservándose la artillería pesada para la próxima edición del Festival de Bayreuth, que celebrará el bicentenario del nacimiento de su bisabuelo. Una cosa está clara y es que, tras la sonada espantá de Wim Wenders como director del Anillo, la esperada tetralogía permanecerá en secreto hasta el último momento. Mientras, en el Festival de Salzburgo el vienés Alexander Pereira (1947) se estrena como director artístico, rescindiendo así el contrato que le vinculaba a la Ópera de Zúrich. A diferencia de las hermanastras Wagner, Pereira se ha propuesto acabar con las reposiciones, eso sí, a base de contratos de coproducción. "Quiero que cada año sea especial e irrepetible", decía durante su presentación a los medios. "Que el público sienta que Salzburgo es la punta del iceberg de la música clásica".