Manfred Honeck, durante un concierto con la Sinfónica de Pittsburgh. Foto: Chris Christodolou.

La Orquesta Sinfónica de Pittsburgh se postula como alternativa a las Big Five norteamericanas con una gira europea que arranca el jueves en Barcelona y recala después en Madrid. Su director titular desde 2008, el vienés Manfred Honeck, recibe a El Cultural en la sede de la orquesta en Pensilvania para hablar de sus comienzos musicales, del sentido profundo de las obras de Mahler y Bruckner, y de los retos de la crisis. "Nuestro enemigo es el aburrimiento".

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  • La primera vez que Manfred Honeck (Nenzing, 1958) dirigió la Sinfónica de Pittsburgh, uno de los músicos aprovechó el descanso del concierto para mandar un sms a Bob Moir, vicepresidente de la orquesta: "Lo tenemos, es él". Venía a cuento el tono mesiánico del mensaje, no sólo porque llevaran meses esperando agónicamente un sustituto al cardíaco Maris Jansons, sino porque el director austriaco se comporta en el podio como si tuviera una misión que cumplir. "Manfred no dirige", nos cuenta uno de los músicos que acompañan al maestro a la iglesia antes de cada concierto. "Manfred media".



    De vuelta a la sede de la PSO, en el Heinz Hall del Distrito Cultural de la ciudad, la primera cita de la temporada arranca con el himno nacional de John Stafford Smith, que levanta al público de sus butacas en un arrebato patriótico con repiques de tambor. Micah Howard, chelista del grupo, hace entrega de un cheque de 100.000 dólares [unos 77.773 euros] que han donado los propios músicos a la orquesta. "Sabemos que son tiempos difíciles y ésta es la prueba de nuestro compromiso", anuncia micrófono en mano. "El propio Honeck ha renunciado al 10% de su salario para hacer posible el proyecto y nuestro sueño. Sabemos que entre todos lo conseguiremos". Luego el público rompe en aplausos, y en plena catarsis colectiva aparece el gran barítono Thomas Hampson, que no ha podido contener la emoción entre bastidores. "Dios bendiga a América", se escucha por los altavoces.



    Mientras la dramática situación de las orquestas de varios estados pone en entredicho la viabilidad del modelo americano, Pittsburgh podría irrumpir por méritos propios en la lista de las Big Five, a la espera de que Nueva York, Boston, Chicago, Filadelfia o Cleveland dejen un hueco. San Francisco y Los Ángeles reclaman también su parte del pastel en una lucha descarnada por la supervivencia. Tras el ocaso del "sonido único" que imprimían Georg Solti y Leonard Bernstein se anuncian ya las madrugadas de orquestas autosuficientes y todoterreno.



    A Honeck no le falta fe en sus músicos, pero prefiere no comulgar con las listas "que convierten la experiencia musical en unas olimpiadas". Asegura que Dvorák no compuso su sinfonía para batir récords pero le cuesta disimular el gesto de satisfacción cuando lee la crónica de un diario local, que acuña el término Big Six para describir "una de las mejores Novenas de los últimos tiempos".



    En 1996, un equipo de cirujanos de Pittsburgh implantó un desfibrilador en el pecho de Jansons. El dato viene a confirmar el temperamento de la Sinfónica de Pittsburgh, que desde su fundación en 1895 ha conocido la ejecutoria de Edward Elgar y Richard Strauss y ha sido tutelada nada menos que por Otto Klemperer, Fritz Reiner, William Steinberg y André Previn. Entre 1984 y 1996, Lorin Maazel protagonizó la era más gloriosa y también una de las más polémicas que se recuerdan, según recoge en El mito del maestro (Acento) el periodista Norman Lebrecth. Se llegó a decir que el director francoamericano mandó habilitar un ascensor personal en el edificio para no tener que coincidir con los airados músicos, aunque no hay rastro en la actualidad del monta-egos, como se le conocía. Quizá porque Honeck prefiere subir a su camerino peldaño a peldaño. "Antes practicaba algo de deporte, pero ahora me escapo a la montaña o me voy ver a los Steelers con algunos músicos. Debo reconocer que, por más partidos que vea, no entiendo el fútbol americano...".



    De Estados Unidos le fascina su clima. "No me refiero al tiempo, que puede ser realmente duro en los meses de enero y febrero, sino a la paz que se respira". En los últimos 30 años, Pittsburgh ha pasado de ser una potencia siderúrgica ("cuya polución obligaba a encender las farolas al mediodía") a convertirse en uno de los puntos verdes del país, un ejemplo de ecología y eficiencia energética certificado por el Living Building Challenge. Recientemente The Economist y The Business Inside incluían a esta pequeña ciudad al suroeste de Pensilvania, residencia del compositor Leonardo Balada, entre las más prósperas del país. "Si algo he aprendido de esta gente es que todo es posible".



    Se ha dicho que Honeck es un experto en Mahler y Bruckner. "Me niego a hablar de la música en esos términos, como si de una patente se tratara. Una cosa está clara y es que no existe la receta correcta, sólo una forma honesta de enfrentarse a la partitura". Sin olvidar que no todo está escrito en el papel. "Me interesan las interpretaciones que son fieles a la partitura tanto como al momento en fueron concebidas". Por eso su primera medida como titular de PSO fue una modificación de la geografía de los instrumentos: cambió de sitio a las violas con los chelos y contrabajos, y colocó las dos familias de violines en primera línea de fuego. "Ésta era la distribución estándar de principios del siglo XX, y es la que muchos compositores tenían en mente cuando componían. Luego se alteró por una serie de exigencias técnicas de los ingenieros de sonido, obsesionados con el reparto de las grabaciones estereofónicas".



    Primera revelación

    Manfred Honeck emprende el jueves en Barcelona (L'Auditori) una nueva gira europea con su orquesta. Visitará también Madrid (Auditorio Nacional) los días 26 y 27 de octubre, dentro de la temporada de Ibermúsica. Interpretarán la Segunda sinfonía ‘Resurrección' de Mahler (con el Orfeó Català y el Cor de Cambra del Palau), el Concierto para violín de Sibelius, los Dreamwaltzes del norteamericano Steven Stucky (1949) y su plato estrella: la Sinfonía n° 9 ‘Del Nuevo Mundo' de Dvorák.



    -¿Cómo recuerda su primera experiencia musical?

    -Soy el séptimo de nueve hermanos que estudiamos música. Cada uno tocaba un instrumento diferente, así que éramos como una pequeña orquesta. Cuando cumplí 14 años mi padre me llevó al Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena en manos de Willi Boskovsky. Yo venía del campo, no estaba acostumbrado a la alta cultura de las ciudades. Aquello fue una revelación.



    -¿Hasta qué punto sus convicciones religiosas han marcado su estilo en el podio?

    -Las experiencias espirituales y las musicales hablan un mismo idioma. Yo soy católico, pero cuando dirijo no apelo a un Dios en particular, sino a un sentimiento de trascendencia. Dicho de otra manera: yo creo en la música. Por eso me entrego a ella sin condiciones. Le aseguro que no se puede mentir con una batuta en la mano, aunque muchos lo hayan intentado.



    -¿No fingió Mahler cuando compuso su Resurrección?

    -Más allá de sus orígenes judíos o de su conversión al catolicismo para dirigir la Hofoper, en su Segunda Mahler habla de la transfiguración de la existencia. Su intención es dar respuesta a una pregunta universal: ¿Hay vida después de la muerte?



    -Viéndole dirigir aquí, da la impresión de que el concierto no es tanto un ritual sagrado como...

    -Sé por dónde va, y le seré franco. En mi primera visita a Estados Unidos me sorprendió la espontaneidad del público norteamericano, sobre todo si lo comparamos con el centroeuropeo. Pero debo confesarle que no me importa que la gente aplauda entre movimientos, una costumbre muy saludable que, por cierto, se practicaba en otras épocas. Hace poco un hombre del público soltó un rotundo "¡uauh!" al final del Adagio de la Novena de Dvorák. Le salió del alma. ¿Cómo voy a censurar eso? Nuestro enemigo no es el público sino el aburrimiento.



    -El fin de la vieja escuela ¿se ha llevado por delante la personalidad de algunas orquestas?

    -Me alegro de que me haga esa pregunta, porque hemos pasado de la dictadura en fosos y podios a poner en manos de jóvenes de 19 años las grandes obras del repertorio. El trabajo de un director consiste en tomar decisiones, en materializar en dos días de ensayo una obra que llevas años estudiando. Quiero decir que hacen falta canas en la cabeza para entender ciertas cosas. Recuerdo una conversación con Andrés Cárdenas, que fue durante años concertino de la PSO. Le decía que a mí me ha llevado 30 años entender el sentido profundo de Bruckner, claro que uno siempre puede plantarse ahí y agitar los brazos como un guardia de tráfico.



    -Nada que ver con el método de su admirado Carlos Kleiber...

    -Kleiber era un catalizador de emociones. Con él la música no sonaba sino que sucedía. Su técnica estaba alejada de las matemáticas tanto como de la rutina. En sus conciertos, un pianissimo podía ser intenso, cálido o áspero. Era algo que sabía transmitir a los músicos sin aspavientos, como si una simple mirada valiera más que mil palabras.



    De las Big Five a la bancarrota

    Las orquestas de Louisville, Saint Paul, Dallas, San Antonio y Minnesota llevan meses al borde de la bancarrota. En Atlanta y Detroit las huelgas y los cierres patronales han interrumpido la temporada, mientras formaciones emblemáticas, como las de Boston y Nueva York, han entrado en números rojos por primera vez en su historia. Especialmente preocupante es la situación de la Orquesta de Filadelfia de Yannick Nézet-Séguin, que podría llegar a desaparecer, según su presidente Richard B. Worley, si no se toman cartas en el asunto. Con un agujero de 145 millones de dólares, la Sinfónica de Chicago es la más endeudada de las Big Five, a pesar de que el "efecto Muti" ha conseguido recabar ayudas y donaciones donde no las había. En Pittsburgh saltaron las alarmas el pasado noviembre, tras la dimisión de su director ejecutivo y "gurú anti-déficit" Lawrence Tamburri. Como medida cautelar los miembros de la PSO se recortaron el salario voluntariamente. "Decidí renunciar al 10% de mi sueldo después de que los músicos donaran cien mil dólares de su bolsillo a la casa. Me habría dado vergüenza no hacerlo", cuenta Honeck, que ha renovado su contrato hasta 2020. El resultado de las elecciones a la presidencia de Estados Unidos (6 de noviembre) será determinante para la supervivencia de las orquestas afines a Romney y Obama. A los músicos de la PSO los comicios les pillarán en plena gira. "Nos enteraremos en el aeropuerto de París, mientras esperamos nuestro vuelo a Colonia". Buen viaje.