Roberto Alagna. Foto: Ken Howard.

El tenor franco-italiano vuelve al Liceo para encarnar al teniente Pinkerton en la nueva producción de Madama Butterfly que se estrena el jueves. El Cultural ha hablado con Alagna sobre su conflicto con La Scala y de su esperado debut como Otello. "Siempre respetaré la reacción natural de un teatro lleno".

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  • Acude Roberto Alagna (París, 1963) al Liceo como reclamo de la Madama Butterfly que se estrena el jueves. No es un título del repertorio habitual del tenor franco-italiano. La de Barcelona será su tercera inmersión en la partitura de Puccini tras su debut en 2007. Se fogueó como Pinkerton en Nueva York al abrigo de Anthony Minghella en el famoso montaje metropolitano y repitió poco después en la Staatsoper de Berlín para demostrar que, a falta de pirotecnias vocales, "el teniente yanqui merece otra vuelta de tuerca". Se refiere a las sacrílegas connotaciones de un personaje prohibido por las autoridades estadounidenses durante la II Guerra Mundial. "Para cantar bien a Pinkerton hay que entender sus emociones", explica en un depurado castellano. "Es un hombre que encuentra el amor lejos de casa, y se ve obligado a partir. Ni le mueve el egoísmo ni es Cio-Cio San una mujer despechada. La prueba está en que el marino termina regresando a por su hijo, que es la prueba material de un amor verdadero".



    Sobre éstas y otras cuestiones discute entre bambalinas con Jorge de León, a la cabeza del segundo reparto de las funciones barcelonesas (que continuarán en julio). "Nos gusta intercambiar opiniones, pero prefiero no dar ni recibir consejos. Como decía Di Stefano, para equivocarse ya está uno mismo". Ya se trate de invocar las esencias verdianas o de satisfacer compromisos discográficos, Alagna se basta y se sobra solo. Viene de grabar la Marseillaise para la Legión de Francia y está pendiente de publicar el DVD del concierto de ópera francesa (de Grétry a Berlioz) que ofreció en 2009 en los jardines de Versalles frente a 7.000 espectadores. "Fue un homenaje a mi país y al repertorio de tenor".



    Su agenda, plagada de compromisos hasta 2019, no le impide hablar de las inclemencias del gremio. "La ópera pasa hoy por su peor momento. Vengo de ensayar Pescadores de perlas con un coro reducido y una orquesta de conservatorio. Nos convocaron una sola tarde en una especie de garaje a menos dos grados. Entiendo que no haya dinero, pero esta forma de hacer las cosas terminará pasando factura". Se queja de que los cantantes se vean obligados a vivir al límite. "Sin ensayos, sin descansos, expuestos a los rigores de los medios. Y lo que es peor: se nos ha negado el derecho a equivocarnos".



    Sobre el escenario, Alagna tiene diez años menos. Se lo gritan sus fans por Twitter y él se lo cree. "Al público nunca le falta razón. Por eso siempre respetaré la reacción natural de un teatro lleno. La crítica y los medios de comunicación son cosa distinta. No pongo en duda su criterio musical, pero es evidente que se mueven en una compleja telaraña de intereses. Es inadmisible que una mala noche pueda dar al traste con la carrera de un cantante que lleva años dejándose la piel en los escenarios". A punto estuvo de pasarle a él en La Scala durante una de las funciones de la Aida verdiana en 2006. Un sector del público contestó a su Celeste Aida con abucheos, y él reaccionó con un irreverente mutis, editado después en DVD, que fue la rúbrica de su divorcio con los teatros italianos. "El caso ya está en manos de la justicia, así que no se me permite hablar de ello", se excusa.



    Stéphane Lissner, amigo del tenor y superintendente del templo milanés, trató en vano de resarcirle con un Simon Boccanegra, que Alagna ha rechazado insistentemente. "También me han ofrecido una Carmen en Sicilia, un Otello en La Fenice y otros tantos proyectos. Pero no quiero cantar más en Italia". Le ampara el antecedente histórico de Caruso, que fue víctima de los hooligans napolitanos. "Los cantantes somos gente muy sensible. No podemos ser tratados como gladiadores a los que la grada pueda mandar a los leones con un giro de pulgar".



    Habla Alagna con la mano en el corazón y la mirada en el calendario. Sabe que en 2015 Lissner sustituirá a Nicolas Joel en los despachos de la Bastilla, lo que le procurará no pocas veladas al calor del público parisino. "Me ha prometido al menos dos títulos por temporada". No es ningún secreto su sintonía con el director artístico del Liceo, Joan Matabosch (que ha impedido su desembarco estos días en Nueva York para cubrir una baja del reparto de Francesca da Rimini), y le gustaría volver al Palau de les Arts de Valencia. En Madrid, donde ofreció un recital en 2008, no tiene planes. "El ambiente del Teatro Real es muy parecido al de La Scala. Y Mortier es un personaje de lo más peculiar. Cada vez que coincidimos me agasaja con proyectos. Incluso ha estado en casa de mi hermano cerrando fechas. Pero todavía estoy esperando su llamada...". Fue el mismo Mortier que le escribió una carta laudatoria a Angela Gheorghiu, con la que Alagna está en trámites de divorcio. Se resiste a hablar de su vida privada, aunque las fotos de su perfil en Facebook (posando cariñosamente al lado de la soprano polaca Aleksandra Kurzak) son suficientemente elocuentes. "Nunca soy feliz al cien por ciento. Quizá porque todo lo que tengo de fuerte lo tengo de frágil".



    Llevan diez años preguntándole por el debut escénico de Otello, y ya tiene fechas. "Lo haré el verano de 2014 en el Festival de Orange". No le impone el más exigente de los roles verdianos. "Soy consciente de mis limitaciones. En casa mis padres me decían que no sabía cantar. Y aquí estoy, a punto de convertirme en Otello". No en un Otello cualquier. "Sino en el de Viñas, Paoli, Thill, Merli, Martinelli y Tamagno. Grandes tenores que supieron imprimir dramatismo al personaje a base de color y no de oscuridad. Sabían que cuando Verdi escribió cupo no quería decir oscuro, sino triste. De otro modo habría compuesto la parte para barítono".



    Alagna es un tenor de su tiempo, curtido en mil batallas (incluidos crossovers como Siciliano y Pasión) pero no quiere ni oír hablar del año Verdi. "Desde mi debut en 1988 todos mis años han sido Verdi". De Wagner (también de bicentenario este 2013) destaca su "estilo titanesco" y su "capacidad para contar en varias horas las historias más sencillas". Nada que ver, dice, con su coetáneo italiano. "Wagner tiene su festival. Pero sólo hay una forma de peregrinar a Verdi. Y es con el corazón".