La Traviata minimalista de Willy Decker. Foto: Hans Van Den Bogaard.

Valencia abre mañana su temporada de ópera con la controvertida 'Traviata' de Willy Decker, que profundiza en los pliegues psicológicos del sufrimiento de la cortesana Violetta. En el foso, el fraseo natural y vivificante de Zubin Metha.

Llega al Palau de les Arts la controvertida, minimalista, intelectual e inteligente producción de La traviata que Willy Decker estrenó en el Festival de Salzburgo de 2005. Una visión absolutamente rompedora, pero no totalmente original, de la obra, en la que casi todos los elementos tradicionales, las premisas al uso, las recomendaciones de Verdi y su libretista, las acotaciones escénicas, los rasgos habituales saltan por los aires para conseguir una acción dramático-musical concentrada fundamentalmente en los caracteres. Todo está focalizado en las psicologías de los protagonistas, que se mueven las más de las veces en un decorado vacío trazado en semicírculo, con el solo aditamento de unos sillones, que rompen con su color rojo la monotonía cromática del azul pálido de la escena.



De esta manera Decker pretende, y logra, que todo sea miga, substancia, y que la atención del oyente-espectador se centre exclusivamente en la peripecia dramática interiorizada. Una idea espartana, radical, que requiere desde luego una participación muy activa. Y que se acepte como normal que los demás personajes aparezcan indiferenciados y vestidos de la misma forma, como auténticas máscaras frías y observadoras. El drama de la cortesana cobra así el impacto emocional adecuado y nos puede conducir, si se admite el planteamiento, a descubrir los pliegues psicológicos del personaje principal, sus sufrimientos y anhelos, su íntima tragedia, maravillosamente recogidos en una partitura de una minuciosidad increíble, cuajada de claroscuros, de melodías difícilmente olvidables, de muy avanzadas propuestas de construcción de un sugerente y conversacional recitativo dramático. Todo ello presidido por un soberano empleo de la armonía, que planifica los colores y las palpitaciones del ánimo, y de una discreta y climática orquestación, propia ya del Verdi maduro, pasados con éxito los años de galera.



No hay duda de que el libretista, Francesco Maria Piave, realizó un buen trabajo de adaptación del drama La dama de las Camelias de Dumas, aunque dulcificó no poco los aconteceres de la historia. Sobre el libreto resultante, que, en cualquier caso, poseía un alto contenido literario, Verdi fue capaz de edificar una música muy fluida, con escasos números realmente tradicionales y con un empleo muy avanzado del parlato, elemento conciliador y que dicta el pulso a la narración, desde el principio muy intimista, por mucho que haya números que miran más al exterior como los de las gitanas y los toreros del segundo acto. Y hay, precisamente al final de éste, un extraordinario concertante, el único en toda la obra, que viene construido sobre un Largo en 4/4 y que se constituye en diáfana exposición de conductas, sentimientos y conflictos. Un número verdaderamente grandioso; algo que no pensó el público del estreno, aquella noche del 6 de marzo de 1853, ya que al final mostró su desagrado. Verdi escribió: "No me inquieto. O yo estoy equivocado o ellos yerran. En lo que a mí respecta, no creo que anoche se haya dicho la última palabra sobre La traviata. ¡Volverán a verla, y entonces hablaremos!". ¡Qué razón tenía el maestro!



La habilidad de Decker para sintetizar, intelectualizar y proyectar ese mundo y la tragedia que en él se desarrolla es lo que podrá comprobarse en las representaciones que a partir de mañana se inician en el teatro valenciano y que tienen la ventaja de contar en el foso con Zubin Mehta, un director seguro, flexible, de fraseo natural y vivificante, de muy elocuente batuta, capaz de soldar, de unir y de establecer un discurso rigurosamente fiel y al tiempo darle alas. Será el complemento idóneo de la versión escénica. Se cuenta con tres voces jóvenes, que aún han de mejorar pero que son ya una realidad, dos de ellas salidas del concurso Operalia de Plácido Domingo. Una es la soprano búlgara Sonya Yoncheva, de muy interesante timbre de lírica, habituada ya a meterse en la piel de 'la descarriada'. La otra pertenece al bisoño barítono italiano Simone Piazzola, de timbre pastoso, que aún ha de ganar en soltura y expresividad. El tercero en discordia es el catanés Ivan Magrì, de emisión algo cabrilleante, pero de agudo firme y penetrante.