Música

Oneohtrix Point Never, la irrealidad emocional

1 noviembre, 2013 01:00

Oneohtrix Point Never. Foto: Tim Saccenti.

En 'R Plus Seven', su estreno para el sello Warp, el músico asentado en Brooklyn Daniel Lopatin depura alquímicamente lo encontrado en sus tres anteriores álbumes como Oneohtrix Point Never y encuentra una fórmula esencial de lo irreal.

R Plus Seven (Warp/PIAS) es un disco tirando a inabarcable, cual imagen que desborda su marco. Abusar de la etiqueta "cubista" para explicarlo resulta tentador. Como la brecha pictórica abierta hace un siglo, reivindica la visión múltiple de un objeto en un único plano y la tendencia a sintetizar la forma se apoya en el hallazgo de estéticas primitivas. El nuevo artefacto de Daniel Lopatin (Wayland, EE.UU,1972) está poblado por cosas que suenan a emulación de músicas exóticas para el occidental pero no nos referimos a eso. El primitivismo de OPN es el de mundos tecnológicos desfasados.

Si sus estancias en la obsolescencia en Rifts (2009), Returnal (2010) y Replica (2011) permanecían atadas a un cálido romanticismo, la de ahora suena libre, alienígena y robótica, con una emocionalidad congelada. En R Plus Seven los aparatos analógicos y el robo texturado de fuentes sonoras anticuadas, sin llegar a borrarse, han sido en buena parte sustituidos por las ciberréplicas de instrumentos reales de sintetizadores digitales, las posibilidades de edición MIDI y el sampleado de conversores de texto a voz.


Videoclip de Problem Areas, realizado por Takeshi Murata

Ausencia de verdad absoluta

La nueva paleta, digital, de acabado impoluto y cuantizado, es simulación en sí pero ha sido desmontada y reformateada para poner de manifiesto su brillo engañoso, su calidad de replicante. La elección no es capricho de distinción ni guiño retromaniaco sino que subraya el desinterés por representar la apariencia de las cosas, su supuesta realidad determinada por un punto de vista dominante, desapego cuya bandera cosieron los cubistas y luego enarbolaron los sucesivos vanguardistas. En su lugar, el compromiso es enfocar a lo que se sabe de esas cosas, en su resbaladiza y abierta ausencia de verdad absoluta.

Lopatin lleva a cabo aquí el más claro y serio de sus intentos de plasmar la irrealidad que domina nuestra experiencia de lo real. Una mordaz apropiación de la estética y el sustrato ético-erótico del capitalismo avanzado, con un poder ya económico basado en la imagen de las multinacionales y la globalización mediante el nuevo paradigma tecnológico. Suena a desarraigo urbano, a psicofármacos, a simulación de realidad (videojuegos, vida virtual, apps visual-táctiles, juegos de rol), a vertiginosas transferencias de data, a inteligencia artificial, transgénicos y conocimiento del planeta (guerras, paisajes, culturas) a través de la pantalla de los media. También a pensamiento contemporáneo: deconstructivismo, teorías rizomáticas, Badiou, Realismo Especulativo... Además, reciclando sonidos, aparatos y prácticas que las grandes compañías dictan que nadie quiere, Oneohtrix Point Never sitúa junto a su práctica sonora una de las fuentes de irrealidad más potentes hoy: la obsolescencia tecnológica y sus conexiones culturales.

De poco valdría todo ello si no funcionara como música pero lo hace, asombrosamente bien. La música adecuada para una era en que la virtualidad de Internet se teje de intercambios emocionales y sensuales y la información y su código se revelan como amor, odio y muchos sentimientos entre medias, incluidos el hartazgo y la indiferencia. Un disco tan pensado y complejo como fluido y sensual, tan esquivo a la primera memoria como subyugante por sonido y composición. Más allá de lo ambiental, cada uno de sus diez pasos puede ser visto como una tentativa de agotar un lugar.

Pintura metafísica

Los elementos que los componen son sintéticos y menos numerosos de lo que puede parecer. Pero su gran singularidad aporta gran variedad de momentos sonoros que aparecen y desaparecen, a menudo en oblicuo, ordenándose en los oídos para entonces volatilizarse, como en el Tetris. El puzzle se conecta también, imaginación mediante, ante los ojos, pues estas músicas logran un sentido espacial surround, arquitectura que es ritmo y objetos sonoros que funcionan como 'objetos encontrados', capaces de representar realidades ajenas a su uso. Así, R Plus Seven conecta con otra receta de las vanguardias artísticas, la pintura metafísica de De Chirico, Carrà o Morandi que ayudó a fundar cierto surrealismo, en el que las arquitecturas urbanas o las estancias desoladas acogen como escenarios el encuentro entre enseres cotidianos descontextualizados que parecen cobrar vida y establecer diálogos secretos.

R Plus Seven es un logro impresionante que acaso capte por vez primera la contradictoria e ilusoria emocionalidad de nuestro siglo, en todo su ruido y su furia, inaugurando una etapa de música mental, pero llena de misterio metafísico, donde se alcanza cierto trance y cierta sacralidad en la irrealidad fragmentada.