Benjamin Britten. Foto: Roland Haupt

En una entrevista de 1968 sobre jóvenes compositores y tendencias en la música, Dmitri Shostakovich expresó su deseo de ver "más brittens, rusos, ingleses y alemanes. Todos los posibles. Y de diferentes generaciones".



El joven Britten (Lowestoft, 1913- Aldeburgh,1976) tuvo la rara suerte de que su familia, sus padres, y sobre todo su madre, le apoyaran tanto en su deseo de ser músico, y específicamente compositor, como en su reconocida homosexualidad desde edad muy juvenil. Edith Britten tuteló a su hijo Benjamin, sin abandonar la formación de las hermanas y hermano del joven, y hasta le secundó en su idea de viajar a Viena para hacerse discípulo de Alban Berg, el ídolo musical del artista adolescente. El proyecto no fructificó y Britten volvió su mirada hacia un músico progresista inglés, Frank Bridge, al que tuvo que convencer con tenacidad incansable para que lo tomara como alumno. De su padre, Robert Britten, heredó su sentido del humor, profundamente irónico, y su amor por el trabajo, pero paradójicamente no su agnosticismo militante, aunque en sus años mozos él también se definió como no creyente, postura que, sin embargo, choca con el enorme legado de obras religiosas que el músico ha dejado y con su afirmación personal en los años 60 de ser un "declarado cristiano, aunque de ideas radicales". En otro orden de cosas, el compositor presumía de no haber votado jamás al Partido Conservador.



Britten tenía 23 años en1936, cuando falleció Edith, la madre, una pérdida para él devastadora, que vino a mitigar, casi en las mismas fechas, el encuentro con el joven tenor Peter Pears (1910-1986), que sería duradera pareja toda su vida y la fuente de inspiración de buena parte de sus obras, especialmente las operísticas. Declarado pacifista, Britten abandonó Inglaterra en los albores de la II Guerra Mundial instalándose con Pears en Estados Unidos, pero en el año 42 el tenor le convenció de la necesidad de volver al Reino Unido por motivos patrióticos, aunque ambos se declararon objetores de conciencia a su regreso.



Apenas terminada la contienda, Britten dio la vuelta al lánguido mundo de la ópera inglesa con su imponente Peter Grimes, basado en el poemario The Borough (1810), de George Crabbe. Ya la lectura de los poemas de Crabbe sobre las costas de Suffolk había despertado en Britten una profunda nostalgia por el suelo inglés. A partir de Grimes, la dedicación de Britten a la causa de una moderna ópera británica produjo obras maestras como Billy Budd (Herman Melville), The Turn of the Screw (Henry James), El sueño de una noche de verano (Shakespeare), Owen Wingrave (James de nuevo) o la casi final Muerte en Venecia (Thomas Mann), su personal y hondo tributo a Peter Pears cuando el compositor ya se sabía herido de muerte por la recurrente enfermedad cardíaca que le había perseguido desde la infancia.



Aunque sea descaradamente telegráfico, no se puede entender a Britten sin referencia a sus dos más amados autores del pasado, el lejano -Henry Purcell- y el cercano -Gustav Mahler, al que descubre en 1930, a los 17 años-; a través de este último, se refuerza la amistad que nace en 1960 con su colega ruso Dmitri Shostakovich, porque ambos coinciden en considerar a La canción de la tierra la obra más hermosa de toda la historia de la música. Vía Shostakovich llega, casi a la vez, la vinculación con el intérprete que, después de Pears, más ha influido en la obra de Britten, Mstislav Rostropovich, al que, entre otras obras, dedica las tres magistrales Suites para violonchelo.



Para más de un tratadista -su buen amigo, el mahleriano Donald Mitchell; su estricto biógrafo Humphrey Carpenter-, y desde luego para el citado Shostakovich, la cima de la creatividad de Britten está en su Réquiem de Guerra de 1963, compuesto para la reapertura de la Catedral de Coventry, y en donde el músico marida el ordinario de la Misa de Réquiem latina con los desgarrados poemas de Wilfred Owen, muerto en las postrimerías de la Gran Guerra. En su día, todo un Stravinsky ridiculizó la partitura del inglés, pero el tiempo no ha dado la razón al genio ruso y sí al pacifista británico.



Como al inicio, son palabras de Shostakovich las que mejor resumen a Britten: "Lo que me atrae de su arte es la fuerza y la sinceridad de su talento, su aparente sencillez y la intensidad de su efecto emocional. Y es que posee la capacidad de crear música capaz de transformar al oyente que la escucha en una persona diferente".