John Adams. Foto: Margaret Mitchell
La composición norteamericana contemporánea está protagonizando estas últimas semanas la oferta musical de Madrid. Charles Wuorinen se instaló en los aledaños del Teatro Real para comandar los ensayos y asistir al estreno de Brokeback Mountain. Ahora le toma el relevo en la capital otro de los principales agitadores de la escena musical estadounidense, John Adams (Worcester, Massachussets, 1947), que se ocupará de darle forma al ciclo Carta Blanca de la Orquesta Nacional. El autor de la emblemática ópera Nixon in China (1987), inspirada en la visita del expresidente republicano al gigante asiático, deberá afrontar una apretada agenda, que engloba conciertos, conferencias, proyecciones de películas cuya banda sonora llevan su firma, como la atmosférica y brillante Io sono l'amore de Luca Guadagnino... “Me hace muy feliz esta propuesta”, explica a El Cultural antes de poner rumbo hacia España. Expresa esa ilusión en un español bastante correcto y enriquecido por la lectura diaria de periódicos de aquí. “Empecé a sumergirme en el español cuando trabajaba en el oratorio navideño El niño, en el que utilizaba poemas de Rosario Castellanos, Gabriela Mistral, Rubén Darío... Desde entonces intento mejorarlo cada día. Me gusta mucho”. Adams no ha pisado nunca nuestro país. La invitación de la Orquesta Nacional ha sido la excusa perfecta para hacerlo al fin. Duda si continuar en inglés la entrevista o aventurarse con el español. Al final se decanta por este último, que abandona tan sólo puntualmente, cuando se adentra en las complejidades de su labor compositiva. Como cuando explica el programa que acometerá, desde el podio, en el Auditorio Nacional, los días 21, 22 y 23. Adams aprovechará para presentar uno de sus más recientes trabajos, la pieza Absolut Jest (Broma total), título que contiene un guiño a Foster Wallace y su novela cumbre, Infinite Jest (Broma infinita). La referencia literaria no es casualidad. Adams es un músico que se desenvuelve con solvencia y asiduidad con la pluma: en su blog, en sus colaboraciones con The New York Times Review... También tiene publicada una jugosa autobiografía, Hallelujah Junction: Composing an American Life. “Absolute Jest está basada en los últimos cuartetos de Beethoven. A partir de ellos he creado una obra para orquesta y cuarteto de cuerda. Es una decisión arriesgada, porque los cuartetos de cuerda son muy enérgicos y añadir el sonido apabullante de una orquesta puede provocar graves desequilibrios. Es una fórmula que no ha solido funcionar, pero yo espero conseguirlo”. Adams compuso Absolute Jest para la Sinfónica de San Francisco, agrupación con la que mantiene una estrecha y larga relación. De hecho, la primera obra que alumbró expresamente para ellos es Harmoniehlere (Lección de armonía), en 1985. Un impetuoso homenaje a Schoenberg que también sonará en el Auditorio, en una comparecencia redondeada con Fidelio, obertura en mi, de Beethoven. “Suelo incluir en los programas que dirijo obras propias con otras del gran repertorio. Aunque cuando me veo al lado de Beethoven me siento como un chihuahua frente a un gran danés”. En toda su trayectoria musical Adams ha simultaneado las actividades de componer y dirigir. De la una aprende para la otra. Estar en los dos frentes le otorga más recursos y reflejos. El impulso de empuñar una batuta le brotó cuando era muchacho de 8 o 9 años. “Me ponía delante del tocadiscos con una aguja de coser de mi madre”, recuerda. Leonard Bernstein le quiso encarrilar por la senda de la dirección pero, en mitad de una profunda crisis de identidad, Adams se volcó en el obsesivo empeño de emborronar pentagramas. El minimalismo fue la corriente que le arrastró en sus primeros balbuceos como compositor, en la línea de Steve Reich. Pero no tardó en sentirse encorsetado en unos códigos “demasiado rígidos”. “Quería hacer también grandes arcos y expresar con más vehemencia las emociones”, explica. Irrumpió entonces en sus páginas el romanticismo. Ahora esa taxonomía le trae bastante sin cuidado. Se considera un compositor poststyle: “Durante los 60, en la época que me formé, lo del estilo era esencial. Uno tenía que seguir a John Cage, a Pierre Boulez... Hoy ya no es así. Los jóvenes de entre 25 y 35 años que se dedican a la música no tienen estilos definidos u ortodoxos. Son mucho más eclécticos y están influidos por el indie pop, el heavy, el rock, las músicas étnicas, el jazz... Todos estos géneros son aborbidos y metabolizados por ellos. No puede ser de otra manera. Y no hay que escandalizarse. Shakespeare y Bach también estaban muy contaminados”. Estas nuevas generaciones afrontan las incertidumbres provocadas por la crisis financiera en su sector. Adams, sin embargo, ve el vaso medio lleno: “Antes era mucho más difícil dedicarte en exclusiva a componer o tocar un instrumento. Casi todos los músicos se ganaban la vida además en la enseñanza”. Pero para nada tira cohetes y denuncia una asignatura pendiente que, por lo general, en Europa pensamos que Estados Unidos tenía aprobada desde hace tiempo: el mecenazgo privado. “Sillicon Valley está lleno de millonarios a los que la cultura no les importa lo más mínimo”.
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