Janine Jansen. Foto: Carlos Díaz.
La violinista holandesa, una de las más emprendedoras y decididas en la actualidad, desembarca en L'Auditori en companía de un conjunto de cámara compuesto por colaboradores asiduos suyos. Todo a propósito de Bach.
Sin duda Juan Sebastián Bach es uno de los compositores de la historia de cuyas obras se han hecho más versiones y arreglos, más parodias y aproximaciones. Y Janine Jansen ha participado más de una vez en aventuras de este tipo. Recordemos su singular disco para Decca en el que se proponía un acercamiento a las Invenciones BWV 772-786 y 787-801, previstas en principio para clave. No conocíamos un replanteamiento global de estas 30 obras para dos y tres cuerdas respectivamente. El trabajo estaba realizado con notable cuidado, de tal manera que en los arcos del violín y viola para las primeras y en los de estos mismos instrumentos más el violonchelo, seguíamos las dos y tres voces. Desde este punto de vista la versión nos parecía especialmente didáctica, ya que así todo se escuchaba con mayor claridad.
A las virtudes comentadas de Jansen, hay que añadir su arco ágil y preciso, la sonoridad, delgada pero intensa, bien regulada, con matices y ataques muy refinados y un estilo recuperador, pero desde un punto de vista muy moderno, de ciertos aspectos de fraseo propios del barroco. La instrumentista suele hacer alarde de gusto y dibujar con exquisitez las animadas figuras que pueblan las obras del más estricto repertorio. Los más importantes Conciertos, como el de Mendelssohn o el n° 1 de Bruch encuentran en sus dedos perfecto acomodo y sutil recreación. En la exposición del bello Adagio de Bruch, la violinista se revelaba refinada pero no sacarinosa, una amenaza siempre al acecho.
El sonido de Jansen, fino y brillante, no muy grande, la intachable afinación, el rico fraseo, el arco vibrátil nos han cautivado en otras composiciones, así el Concierto de Brahms, que interpreta de forma quizá en exceso rarificada y preciosista, algo alejado del toque agreste tan propio del compositor. El refinamiento, el toque aéreo y sutil y también, por qué no decirlo, un cierto amaneramiento expresivo son sus máximos peligros en obra semejante. De Jansen retenemos por ello en todo momento no el volumen, pero sí la igualdad y la tersura, la pulcritud ejecutora, la firmeza de las dobles cuerdas, lo muelle del fraseo, las filigranas a media voz. Y cuántas veces su arco delicado nos ha impresionado en el más repetido bis: la Sarabanda de la Suite n° 2 para violín de Bach.