Música

¿Réquiem por la ópera en Italia?

31 octubre, 2014 01:00

Montaje de Gianni Schicchi de Puccini en el Teatro Regio de Turín. Foto: Ramella&Giannese.

La renuncia de Muti a dirigir en Roma ha destapado la alarmante situación de las instituciones operísticas del país que inventó el género lírico. El musicólogo Carmelo di Gennaro analiza los conflictos que han provocado el caos actual

Nadie se podía imaginar, ni siquiera el mismo director, que la carta que Riccardo Muti escribió desde Chicago el pasado 15 de septiembre, dirigida al alcalde de Roma Ignazio Marino y al Superintendente de la Ópera Carlo Fuertes, tuviera una importancia trascendental: la de ser el auténtico detonador de la implosión del sistema de los teatros de ópera de Italia en su conjunto. Sencillamente, Muti -que en aquel teatro tenía en realidad el cargo de Direttore onorario a vita, es decir totalmente honorífico- renunciaba a dirigir los dos títulos programados que preveían su presencia (Aida y Las bodas de Fígaro), anunciando que desde ese momento no participaría más en las futuras temporadas del teatro, ya que no se daban "las condiciones ideales" para poder desarrollar su trabajo. Pero la de Muti ha sido la clásica gota que colma el vaso, desencadenando un efecto desgarrador que aún no ha cesado. Que los teatros italianos sufran desde hace años una crisis endémica, eso lo sabe todo el mundo; pero la mayoría de sus trabajadores (y sobre todo, hay que decirlo, algunos de los más importantes sindicatos que los representan) siguen defendiendo unos privilegios hoy día ya inconcebibles (como por ejemplo el plus que cobran los coristas de un importantísimo coliseo para cantar en idioma extranjero), sin darse cuenta que, frente a los recortes de la financiación pública, hay que apostar por la calidad y al mismo tiempo subir la productividad. Efectivamente, el FUS, la financiación global del estado italiano destinada al sistema de las artes escénicas, ha llegado en 2013 a los niveles más bajos desde 1985, 389 millones de euros, con una reducción desde entonces del 56% en términos absolutos , y nada apunta a que se vaya a contrarrestar dicha tendencia.

Poco antes, a finales de agosto, incluso uno de los teatros más virtuosos de Italia, el Regio de Turín, entraba en un caos institucional debido al enfrentamiento entre el director musical Gianandrea Noseda y el superintendente Walter Vergnano sobre el modelo del teatro de mañana, que según el maestro Noseda se tendría que acercar mucho al sistema americano de financiación privada, para paliar la bajada progresiva de la financiación pública. Hubo un duro enfrentamiento entre los dos, que acabó en las páginas de The New York Times y de Le Monde; pero, a pesar de un acuerdo que se produjo hace poco, no parece se hayan solucionado las discrepancias entre los dos conceptos de gestión. Unos pocos días después, el director musical del Teatro San Carlo de Nápoles, Nicola Luisotti, anunciaba que no podía seguir al frente del coliseo napolitano. Y luego, también el joven y prometedor Daniele Rustioni (31 años, antiguo asistente de Antonio Pappano en el Covent Garden, ahora reclamado por muchos prestigiosos teatros en París, Londres, Nueva York) enviaba a su vez una carta al alcalde de Bari (ciudad en la cual trabajaba como director musical del Teatro Petruzzelli) y al superintendente Massimo Biscardi confirmando la intención de no prorrogar su contrato más allá de enero de 2015. Aducía la cancelación repentina y no concordada con él de dos títulos de la actual temporada lírica y una falta de perspectivas preocupante.

Resumiendo: distintos directores italianos, pertenecientes a generaciones diversas, con carreras y experiencias muy diferentes entre sí, coinciden en afirmar, más o menos suavemente, que en los teatros italianos hoy por hoy es imposible trabajar, no sólo por falta de dinero, si no sobre todo por falta de programación y planificación a largo plazo, aparte de una asfixiante conflictividad interna.

Todos prefieren dirigir en el extranjero. Por cierto, hace poco el mismo Rustioni tuvo constancia directa del caos que vive la Ópera de Roma, ya que el pasado verano tenía que dirigir una Bohème en Caracalla y, de las nueve funciones previstas, tres se cancelaron por una huelga de la orquesta. Miles de turistas, que habían adquirido sus entradas con mucha antelación se quedaron sin espectáculo, llevándose a su respectivos países una imagen de la capital y su teatro muy negativa.

Por otro lado, hoy día los gastos de personal se comen más del 70% del presupuesto total de cada teatro, frente a una productividad inferior con respeto a la media europea. Italia, de hecho, también en términos absolutos ha bajado a la quinta posición en Europa en número de funciones, a pesar de ser el país que inventó el melodrama (6 de octubre de 1600) y de tener 13 teatros de "interés nacional", como dice la ley.

Por eso, no sorprende que, en una decisión sin precedentes, el pasado 2 de octubre el alcalde de Roma y el superintendente de la Ópera anunciaran que se despedirá a los trabajadores de la orquesta y el coro, para volverlos a contratar sobre la base de un convenio de servicio, como lleva haciendo desde su reapertura el Teatro Real, citado no por casualidad como uno de los modelos de esta reforma. Lo que parecía imposible se ha concretado ya, y a partir de ahora es muy probable, por no decir seguro, que muchos teatros más seguirán este camino, entre los cuales están los de Florencia (Mayo Musical), el Carlo Felice de Génova, el San Carlo de Nápoles y el Comunale de Bolonia. La deuda global acumulada por las fundaciones líricas en Italia asciende a una vorágine de 360 millones de euros (eran 349 en 2010); sólo la Ópera de Roma en el pasado 2013 llegó a los 12,9 millones de pasivo. Las responsabilidades de este auténtico desastre hay que repartirlas entre todos, incluyendo un management en la mayoría de los casos inepto, unos sindicatos muy corporativos y potentes, unos políticos miopes y desinteresados por la cultura en general y el melodrama en particular, lo que tendría que ser justo al revés: uno de los orgullos de la cultura italiana. Como escribió hace años el gran Ennio Flaiano, en Italia la situación suele ser dramática, pero casi nunca es seria. Nunca mejor dicho.