Juan Diego Flórez. Foto: Kristin Hoebermann
La mutación vocal del tenor peruano, cada vez con un instrumento más corpóreo y centrado, le ha permitido trascender el belcanto, en el que ha campeado durante los últimos años. Ahora ha asaltado el romanticismo francés. Con un repertorio salpicado por Gounod, Berlioz y Bizet comparece en el Teatro Real el domingo 11 de enero. Buen momento para testar sus progresos.
-¿Cómo desembocó en el romanticismo francés?
-Mi voz ha cambiado últimamente. Ahora siento que le va muy bien este repertorio. Este año he debutado con Romeo y Julieta y también lo haré con el Wether y Los hugonotes. Estoy muy cómodo con la lengua: el francés hay que moldearlo a tu voz para que te ayude a cantar. También estoy muy a gusto cantando en el centro, sin perder el agudo y la capacidad de hacer Rossini. De hecho lo cantaré pronto en el Met y la Scala.
-¿Hasta qué punto L'amour es indicativo del camino que pretende recorrer en los próximos años?
-Mucho, creo que por este terreno se moverá alrededor del 60% de mi repertorio. Seguiré con el belcanto, pero más romántico, como Lucia, que llevaré al Liceo en octubre. Un repertorio típico de un tenor lírico-ligero tipo Kraus, asentado en títulos franceses e italianos. Pero por supuesto quiero ampliarlo con nuevas incorporaciones: en septiembre estaré en el Covent Garden con el Orfeo de Gluck y también exprimiré más a Rossini: ya hay un proyecto para abordar Le siège de Corinthe.
-¿Diría que su voz ha ganado en cuerpo?
-Sí. Expresivamente ha madurado también. Puedo jugar mucho más con los matices y suena mucho más en el centro.
-Hace unos días se homenajeó a Kraus en el Real. ¿Qué era lo que más admiraba de él?
-Me gustaba mucho su línea, siempre ligada, elegante. También el control que tenía sobre la voz y el modo de hacer los agudos, la elegancia y aristocracia de ciertos roles como Werther y sus zarzuelas en español, que disfruto muchísimo.
-Aparte de a Kraus, ¿a qué otros tenores venera?
-A muchos otros, aunque Kraus y Pavarotti están por encima. De Pavarotti me quedo con la frescura del sonido, su capacidad para conectar inmediatamente con el público y su inteligencia al manejar la técnica.
-Sobre las tablas del Real, Camarena protagonizó recientemente un hito histórico: bisó dos días diferentes Ah, mes amis, de La hija del regimiento. ¿Lo toma como un desafío?
-No, no. Ni siquiera lo sabía. No cambia nada. Camarena lo hace bien, tiene buenos agudos. Estoy seguro que si hubiera estado en el Real hace cinco años hubiese conseguido lo mismo. Pero es ahora cuando está empezando a moverse.
-¿Cuándo le vamos a ver en el Real protagonizando una ópera? Usted se entiende bien con Matabosch, ¿no?
-Sí, hay conversaciones. Ahora estos días volveremos a hablar. Es un gestor con una especial sensibilidad hacia los cantantes, puede hablar de tú a tú con ellos. El calendario está repleto para los próximos años pero hay que estudiarlo.
-Parece que últimamente canta menos. ¿Es una impresión o una realidad que obedece a un plan deliberado para protegerse?
-No, estoy cantando más que nunca. Llevo dos meses de locura. Quizá lo parezca porque canto menos en España. También porque hago más conciertos que ópera, que suele tener más repercusión. Aunque ahora cantaré casi seguido La donna del lago en el Met y Don Pasquale en Viena. Eso sí: siempre trato de volver cada noche a casa. Tengo dos hijos y por eso elijo muy bien lo que hago. Y, además, estoy muy volcado con mi fundación en Perú.
-¿No le preocupa el desgaste de la voz?
-Habiendo dos o tres días entre cada función es un margen muy razonable. En los conciertos suelo ensayar una vez con la orquesta y no canto con toda la voz. Y los recitales apenas los ensayo porque ya estoy muy compenetrado con el pianista.
-¿Y todavía se concede la licencia de cantar algún tema pop o rockero?
-Sí, hace poco en la ONU de Ginebra, en un concierto de reivindicación de los derechos de los niños, canté Sólo le pido a Dios, la canción argentina, muy de la nueva trova. La cantaba con 12 o 13 años. Me encanta la música popular.
-Entró de hecho en el conservatorio de Lima para componerla. ¿Eso de componer ya lo ha descartado definitivamente?
-No tengo tiempo, imposible. Puntualmente compongo alguna canción o hago algún arreglo, como el la de La flor de la canela que interpretó Dudamel en Los Ángeles.
-¿Cuánto tiempo pasa al año en Perú? Ha crecido mucho estos años pero ¿lo ha hecho bien?
-Ahora he estado 20 días haciendo Romeo y Julieta. Es más o menos el tiempo que paso al año. Las desigualdades no se han reducido. No ha habido una política seria de redistribución de la riqueza. Nosotros lo notamos mucho en Sinfonía por el Perú, donde trabajamos con niños pobres a los que tratamos de integrar a través de los valores de la música. En sólo tres años hemos conseguido abrir 15 centros con más de 3.000 alumnos. Estoy muy contento.
-¿Sigue creyendo que en la ópera de hoy pesa más lo visual que lo musical?
-Sí, es así. Y no está mal: eso la convierte en un espectáculo más global, en el que la interpretación también tiene una importancia capital. Por eso hay tantos cantantes obsesionados con su peso. Es normal, al fin y al cabo somos verdaderos atletas, trabajamos con la respiración, y además gran parte de los roles son de veinteañeros.
-¿Entonces no le parece un error de enfoque?
-No, si no se pierde de vista que lo sonoro es lo primordial. El director ha de trabajar duro con los cantantes la concertación, que es algo en lo que antes se ponía mucho empeño pero que cada vez conservan menos directores, como Muti, Thielemann... El ensayo a la italiana, con orquesta y sin actuación, es hoy una rareza pero es fundamental.