En su nutritivo viaje a través de algunos de los más conspicuos compositores actuales, la Carta Blanca de la ONE, creada hace unos años por el tándem Pons-Puchades, que rigió por un tiempo los destinos de esa Orquesta y de su Coro, le llega ahora el turno al estonio Arvo Pärt, un músico que, lejanamente, muy lejanamente, podría tener alguna concomitancia con el anterior destinatario del homenaje, el norteamericano John Adams. Sólo en lo que uno y otro deben a las técnicas minimalistas, aplicadas en todo caso de manera muy diferente y que en el europeo poseen una dimensión mucho más espiritual y espartana.
Resulta curioso, en verdad, que este ascético individuo, nacido en Paide en 1935, alumno en el Conservatorio de Tallinn de Heino Ellee y graduado en 1973, hiciera su primeras armas dentro de lo que podríamos denominar los confines de la música soviética (Estonia dependía entonces de la URSS) de aquel periodo y que, partiendo de un neoclasicismo de libro, conectado con Shostakovich, Prokofiev o, por otros caminos, Bartók, realizara prospecciones en torno al serialismo y postserialismo y a la música aleatoria; y, no podía dejar nada por explorar, a la música atonal. Schoenberg fue durante un tiempo un faro para él.
Durante unos años, el compositor calló y guardó silencio. Estaba buscando su auténtica senda. Y la encontró tras profundos estudios de la música medieval y renacentista, en especial canto gregoriano, la escuela de Nôtre Dame, Guillaume de Machaut, Johannes Ockeghem y Josquin des Pres. Al tiempo, se entregaba a la meditación religiosa con verdadera unción y buceaba en las reglas de la Iglesia Ortodoxa. La primera obra que cimentó su nuevo estilo y que fomentó rápidamente su fama en esos años fue una simple, pero extensa, pieza para piano titulada Für Alina, redactada en 1976, que consiste, y la describe muy bien Alex Ross, “en sólo dos voces, una moviéndose por tonos melódicos y la otra rotando por las notas de una tríada de si menor”. Los acordes repetidos que parecen separar las distintas secciones, cada una prácticamente igual a la otra, tienen algo de hipnótico.
Enseguida vinieron Fratres y Cantus in memoriam Benjamin Britten, creador que le obsesionaba. En ella Pärt sigue en cierto modo los presupuestos de las músicas con cambios de fase de Steve Reich. Für Alina no hay duda de que bebe en ese hontanar. Como lo haría en 1977 Tabula rasa, un singular concierto para dos violines, piano preparado y orquesta de cuerda, que recibe, a trasmano, también la influencia de John Cage, de cuya gelidez estructural participa esta sorprendente composición. En otro sentido, Pärt conecta asimismo con el adormecedor polaco Henryk Górecki y el espirituoso británico John Tavener.
A Pärt le gusta afirmar o hacer creer que elabora sus creaciones desde la nada, aunque eso no sea evidentemente cierto porque, en el fondo, hay un refinado trabajo de preparación y pulimento e, incluso, como ocurría en Tabula rasa, un sesudo estudio alusivo a procedimientos racionales conectados con la filosofía medieval. Es correcto manifestar que sus exquisitas y alígeras construcciones nacen, no de la nada, sino del silencio. Tal y como acontece, por ejemplo, en el final del Stabat Mater (1985), para tríos vocal y de cuerda o en el dramático cierre del Cantus de Britten, donde el acorde fortísimo de la cuerda da paso a la seca resonancia de una campana. Momentos como ese, que en otros compositores son eso, momentos aislados, en Pärt tienen una importancia esencial a juicio del compositor Gavin Bryars.
Movimiento contemplativo
El propio músico defiende su economía de medios cuando afirma: “He descubierto que es suficiente con tocar una sola nota. Trabajo con poco material, construyo a través de la materia más rudimentaria, un acorde, una determinada tonalidad”. Ulrich Dibelius se ha encargado de recordar que, dado que este movimiento contemplativo en torno a un material realmente parco nos trae a la memoria el sonido de una campana, el compositor ha bautizado como 'estilo titinnabuli' este absoluto ascetismo de medios. 'Estilo tintineante', podríamos traducir para entendernos mejor. En sus últimas obras Pärt hace un uso frecuente de los textos sagrados, que emplea en sus versiones latinas u ortodoxas antes que en su lengua materna. Ha definido su música como “una luz que pasa a través de un prisma”, pues tiene un significado diverso para cada oyente. De ella nace “un espectro sonoro de múltiples experiencias que puede asimilarse al arcoiris” y que ha causado la admiración de creadores de otras disciplinas musicales proceentes del pop/rock (Björk o Nick Cave) o el jazz (Keith Jarret).
En los conciertos que ha programado la Nacional podremos escuchar composiciones modernas y antiguas del músico estonio. Este fin de semana, la orquesta, bajo la dirección de John Storgårds, acometerá precisamente esa tan nombrada Tabula rasa, una de sus creaciones más originales y famosas. Junto a ella, la también mencionada Fratres, la muy moderna Swan Song (2013) y Como cierva sedienta (1998). En la parte vocal la exquisita soprano Sylvia Schwartz. A la semana siguiente, el 14 de marzo, en concierto extraordinario bajo la batuta de otro especialista, Tonu Kaljuste, se oirán Orient & Occident (2000), Te Deum (1985), la citada Cantus, Salve Regina (2001-2011), Adam's Lament (2009) y 2 Wiegenlieder (2002). Ya en mayo (16 y 17), se le ha abierto un hueco a sus partituras en diversos programas de los Conciertos Mini del Auditorio 400 del Reina Sofía.
La Fundación del Orfeò Català, además, le homenajea en la Basílica de Santa María del Pi de Barcelona con motivo de 80° cumpleaños (días 6, 7 y 8). Tres sesiones tituladas como sigue: Pärt + Vivancos = un diálogo (Meditaciones de belleza espectral); La Pasión según San Juan (Una simplicidad poderosa) y El éxtasis de la voz y el órgano. Se escucharán partituras de Bernat Vivancos (1973), de Peteris Vasks (1946) y, naturalmente, de Pärt. Actúa el Coro de la Radio de Letonia dirigido por Sigvards Klava. Si sus circunstancias personales no lo impiden, el compositor estonio estará en Madrid y Barcelona.