Daniel Barenboim. Foto: PDMC

En esta época de recortes, limitaciones presupuestarias, carencias varias, ‘ivas' por las nubes y demás lindezas, he aquí que en algunos ámbitos de la cultura parece haber una actividad inusitada, sobre todo en el teatro y, curiosamente, en la música. Claro que muchas veces se va a taquilla y los cachés andan por los suelos. No extraña por tanto que por los mismos días coincidan en nuestro país -en agosto sucederá en mayor medida- dos orquestas de talla como son la Staatskapelle de Berlín y la Orquesta de París.



La primera actúa dentro de la temporada del Palau de la Música Catalana, y lo hace de la mano de su titular Daniel Barenboim. Es la formación que toca en el foso de la Ópera del Estado berlinés. Cuerdas oscuras y plenas, maderas tornasoladas y metales briosos establecen un interesante espectro sonoro muy alemán. Se aguardan por tanto con interés sus interpretaciones de páginas wagnerianas tan características como Los encantos de Viernes Santo de Parsifal y la obertura de Los maestros cantores de Nuremberg, que junto a la Sinfonía n° 1 de Elgar constituyen el primer programa de los dos anunciados (6 de julio). El director quiere demostrar la influencia que, particularmente en lo que se refiere al tratamiento de la cuerda, tuvo el compositor alemán sobre el británico.



El segundo programa (7 de julio) se centra en Verdi: oberturas de Las vísperas sicilianas y de La fuerza del destino, preludios de los actos I y II de La Traviata y las Cuatro Piezas Sacras. Barenboim nunca ha sido tenido como director verdiano, pese a su estancia al frente de La Scala. Pero es músico fogueado y variopinto, capaz de afrontar cualquier reto y de edificar, desde una muy característica gestualidad, que dibuja la música un poco a tironcillos en todos los planos, y de un pensamiento musical muchas veces clarividente, las más espinosas superficies sonoras. Dos conciertos, pues, muy diferentes, pero enjundiosos. En el segundo el director contará con el Coro de Cámara del Palau y el histórico Orfeò Catalá.



Si nos trasladamos más al sur nos encontramos, en pleno Festival de Granada, con la segunda formación sinfónica, de sonoridades más mediterráneas y claras, que actuará con dos directores. El primero, el finlandés Juka Pekka-Saraste, batuta segura, manejada con criterio, adecuadamente desentrañadora. Hombre menudo, ágil, fácil y desenvuelto, un tanto alicorto de expresión, siempre serio y circunspecto, que abordará dos obras de archirrepertorio, el Concierto para violín n° 1 de Bruch, página un tanto azucarada pero melodiosamente muy bella, que se escuchará en el arco solista del francés Renaud Capuçon, artista sensible y musical, y la espectacular y triunfante, entreverada de ecos nacionalistas fineses, Sinfonía n° 2 de Sibelius, la más tocada de las suyas. El segundo maestro es Josep Pons, tantos años al frente de la Orquesta de la ciudad, luego de la ONE y ahora del Liceo. Batuta siempre incisiva, de rara objetividad. En sus atriles un programa netamente francés: dos suites muy famosas, la de La Arlesiana de Bizet y la de Dafins y Cloe de Ravel. A su lado, el Poema op. 25 de Chausson con el violinista Rolan Daugarail.