El compositor y director de orquesta francés, uno de los grandes músicos del siglo XX y defensor a ultranza de la vanguardia, ha muerto en su casa de Alemania a los 90 años.

A los 90 años falleció en la noche de ayer el compositor y director de orquesta Pierre Boulez (Montbrison, 1925) en su casa de Baden-Baden, Alemania, donde vivía hacía varios años tras autoexiliarse por considerar al mundo musical francés demasiado "conservador". Figura fundamental de la vanguardia musical surgida a mediados de los años 50 en torno a los cursos de Darmstadt, en Alemania, testigo vivo de la revolución musical del siglo XX e interesado desde sus orígenes por tender puentes con las diferentes disciplinas, Boulez cambió la historia de la música francesa, protagonizando sonoras polémicas tan fructíferas como apasionadas.



El mítico Otto Klemperer, discípulo de Mahler y Schönberg lo bautizó como "el único hombre de su generación tan excelente como director que como músico" y los músicos de la Filarmónica de Nueva York lo apreciaron como "el mejor oído del mundo". Precisamente una de las claves de su figura es lo polifacético de su carrera. Boulez no sólo fue creador, sino también director de orquesta, gestor, pedagogo y teórico, lo que le lleva a formar parte de esa media docena de elegidos que se erigieron en motores de los grandes cambios acaecidos en el mundo de los sonidos tras la Segunda Guerra Mundial.



Estudiante de música en el París de los años 40 y 50, cometió el peor pecado imaginable en el mundo musical, adscribirse a la vía de la gran música contemporánea, la Escuela de Viena, Schoenberg, la dodecafonía... y crear composiciones que entraron muy pronto en disidencia con la música y la cultura oficial de la Francia de entonces. Como era previsible, el director terminó marchándose de Francia, para tomar el destierro alemán, instalándose en Baden-Baden, ciudad que noi abandonaría hasta su muerte. Allí comenzó su fama, su leyenda, su gran carrera internacional, europea y norteamericana, mucho antes de ser reconocido en un París musical dominado por las tradiciones estéticas más conservadoras. Tras lograrlo, desde hace unos treinta años, Boulez suscitó entusiasmos y odios muy profundos.



"Tiene que haber gente que vaya por delante de los demás y debe incitarse una cierta rebelión. Las hay duras y las hay suaves. Todas tienen en común la irrupción en un espacio imprevisible y el ánimo de la agitación, pero no es obligatorio que las rupturas abominen del pasado. Ni que rompan con él siquiera". Estas palabras ejemplifican que la intransigencia inicial de Boulez se fue moderando con el paso del tiempo y, aunque su propia música siempre mantuvo un serialismo cada vez más hermético, impopular y cerebral, su carrera alcanzó cimas de prestigio extraordinarias gracias a su reconocida faceta de director de orquesta.



Con él, se va el que es quizá el mito más grande de la música sinfónica de nuestro tiempo, y desde luego el último representante de una generación que tomó el legado de las vanguardias de la primera mitad del siglo XX y le abrió las puertas de las grandes salas, tendiendo puentes hacia las más variadas disciplinas artísticas y hacia los nuevos conocimientos científicos. Como afirmaba en 2013 al recoger el Premio BBVA, "la música y la ciencia son, al fin y al cabo, dos formas de pensamiento". Que no en vano él director durante toda su vida de vincular a través de la intuición, la imaginación y la poesía.