Escena de la Trilogía de tonadillas de Blas Laserna. Foto: F.J.M.

La fundación estrena este viernes (8) la Trilogía de tonadillas de Blas de Laserna, un primer paso en la recuperación de un género relegado al limbo de los archivos. El segundo será la representación en abril de El pelele de Julio Gómez.

La apuesta de la Juan March por el teatro musical de cámara continúa sumando montajes. Su vocación por este formato arrancó con Cendrillon de Pauline Viardot hace dos temporadas. En la anterior escenificaron los Fantochines de Conrado del Campo, y levantaron un programa doble ensartando Los dos ciegos de Barbieri y Une éducation manquée de Chabrier. La serie se alarga este curso con la Trilogía de tonadillas de Blas de Laserna, que se estrena este viernes (8). Una sugerente elección por muchas razones.



De entrada supone la recuperación de un género olvidado, cuyas partituras, cientos, llevan décadas criando polvo en diversos archivos. El más nutrido es el que alberga el Conde Duque, donde convergieron los fondos de dos de los principales teatros públicos de la capital: el de la Cruz (actual Español) y el del Príncipe. En ambos ejerció como director musical Blas de Laserna, un cargo que le obligaba a manufacturar tonadillas a mansalva. Debía componer del orden de 40 o 50 al año. Eran piezas cortas, destinadas a amenizar los descansos de representaciones teatrales, de entre 15 o 20 minutos de duración y herederas de la tradición escénica del Siglo de Oro. "Fueron muy populares desde mediados del XVIII. Se caracterizan por su comicidad, por su dinamismo, por su mordacidad y por su reflejo de la cotidianidad. En esto último se contrapone a la ópera, más dada a la trascendencia", explica a El Cultural Miguel Ángel Marín, director musical de la Fundación Juan March.



Pero no hay que despistarse, advierte también Marín: "Manejan un doble código. Bajo esa jocosidad encontramos siempre una moraleja de fondo, cuestiones de calado. Muchas de ellas interpelan nuestro presente". Buen ejemplo son las tres composiciones elegidas. La España antigua (1784), La España moderna (1785) y El sochantre y su hija (1779). En las dos primeras, de hecho, palpita la dialéctica entre modernidad y tradición, tan enquistada en nuestro país, donde todavía colea el debate de hasta qué punto caló el ideal de la Ilustración. Ambas tienen un carácter satírico-alegórico en el que la risa da paso a la reflexión. La tercera se inscribe también en esa tensión. Bajo un código costumbrista desgrana las contradicciones de la institución matrimonial.



Las tres tonadillas son hilvanadas por Pablo Viar (director de escena) y Aarón Zapico (director musical), al frente del conjunto barroco Forma Antiqua. El primero hace de la necesidad virtud. El escenario del auditorio de la Juan March es el de una sala de conciertos, no el de un teatro. La limitaciones estructurales las salva con imaginación. Juegos lumínicos y tules le permiten crear un efecto de profundidad y diversidad espacial. El espectáculo, de poco más de una hora, es es la parte visible de un iceberg con una base muy trabajada. La producción de estas piezas, compartida con la Zarzuela, ha sido muy compleja, ya que implica bucear en archivos, analizar la calidad musical de las partituras, editarlas para el uso de los músicos...



Sobresfuerzos que explican la escasez de propuestas similares y el escaso interés por un género intrínsecamente español que dormita en el limbo. Miguel Ángel Marín señala que hay mucho trabajo pendiente. Al menos ya se ha catalogado el contenido del archivo del Conde Duque pero no hay apenas estudios críticos sobre su calidad. El más sustancioso lo desarrolló el musicólogo José Subirá. Animado por el impulso neoclásico de volver a las raíces locales, analizó parte de ese legado. A ese intento de resucitarlo a principios del siglo XX se sumó el compositor Julio Gómez, autor de El pelele, tonadilla que también estrenará la Juan March en abril, junto a Mavra de Stravinski.



@albertoojeda77