Image: Philip Glass, amable y nada repetitivo

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Música

Philip Glass, amable y nada repetitivo

1 abril, 2016 02:00

Philip Glass. Foto: Raymon Meier

Máxima figura del minimalismo y de la música repetitiva, el estadounidense Philip Glass protagonizará, desde el 7 de abril, la Carta Blanca de la Orquesta Nacional. El Auditorio Nacional se llenará con sus hipnóticas composiciones, entre las que destaca la Sinfonía n° 8 y The light.

La Orquesta Nacional dedica la Carta Blanca de este año a Philip Glass, el compositor estadounidense más conocido desde John Cage y Leonard Bernstein. Glass, nacido en Baltimore en 1937 en una familia de judíos letones, es la principal figura del minimalismo, una corriente musical muy americana que surgió en los años setenta a partir del arte minimal, las influencias orientales y africanas, la música popular, la herencia de John Cage y el desdén hacia el academicismo de la modernidad. La Orquesta Nacional lleva desde 2005 dando cada año ‘carta blanca' a un gran compositor internacional para que programe a su sabor dos o tres conciertos, generalmente dos sinfónicos y uno de cámara. Hasta el momento, el honor ha recaído en Henze, Benjamin, Dutilleux, Carter, Gubaidulina, Halffter, Golijov, Guinjoan, Cerha, Adams y Pärt. Es también una forma de acercar a los abonados de la Nacional en las mejores condiciones posibles la música de su tiempo. Y es, por último, una manera de situar a España en el circuito de la contemporánea. El programa ha tenido éxito y es ya uno de los exponentes de la normalización de nuestra vida musical.

Algunos programaron monográficos de su propia música. Otros prefirieron ponerla en contexto. Eso también les define. Glass se ha reservado los dos programas sinfónicos y ha compartido el de cámara con dos compatriotas de la siguiente generación: Lita Grier y John Corigliano. Dennis Russell Davies, compañero de Glass en muchas batallas sinfónicas y operísticas, dirigirá The Light, la Sinfonía núm. 8, Days and Nights in Rocinha, y los conciertos para violín, para violonchelo y para dos pianos. En este último, la propia Orquesta figura como entidad encargante junto a la Filarmónica de Los Ángeles. El estreno absoluto lo dirigió allí el año pasado Dudamel y lo protagonizaron las mismas pianistas que lo tocarán en Madrid: Katia y Marielle Labèque. Philip Glass tuvo una formación musical clásica, con profesores prestigiosos de la rama conservadora: Vincent Persichetti y la inevitable Nadia Boulanger, madrina de todos los americanos en París.

Un viaje formativo

A diferencia de nuestro Joan Guinjoan -otro compositor ‘carta blanca' de la ONE que también estuvo en los años sesenta en París-, a Glass no le impresionaron nada los conciertos del Domaine Musical de Pierre Boulez. Su París era otro, el de Boulanger, la Filmoteca, la Nouvel Vague, Richard Serra y los demás americanos, Ravi Shankar... Glass recaló después en la India, en los círculos del exilio tibetano, y culminó su viaje formativo en Nueva York donde conoció a personajes como Sol Lewitt, Laurie Anderson y Chuck Close. En 1967 oyó allí una música que le cambio la vida: Piano Phase, de Steve Reich, su viejo compañero de estudios. Con el tiempo, sus vidas y sus estéticas se separarían, pero el vocabulario nuevo de esa obra se convirtió en el fundamento estético del Glass compositor: sonidos consonantes, hipersencillos, dominados por un ritmo transparente, que se organiza en patrones obsesivos capaces de hipnotizar (o impacientar) al oyente.

Es la música repetitiva, o minimal. A lo largo del decenio siguiente, Glass maduró su estilo y, en 1975, presentó en el Festival de Avignon, y luego en el Metropolitan de Nueva York, la que sigue siendo su principal contribución al arte: Einstein on the Beach, una ópera nueva, de dramaturgia completamente estática, tanto en lo musical como en lo escénico. Bob Wilson contribuyó mucho a su concepción y realización. En España la conocimos en el marco de la capitalidad europea de Madrid, en 1992. Siguieron otras dos óperas retrato: la del gran Gandhi, Satyagraha (1980), y la del faraón monoteísta: Akhnaten (1983). La ópera cinematográfica Koyaanisqatsi (1983) tuvo mucha repercusión. Para el teatro hizo también una trilogía Jean Cocteau y El cuervo blanco, que el Teatro Real presentó en 1998. La puesta en escena, deslumbrante en su limpieza radical y evocadora, era de Bob Wilson. En 2013, el Real presentó The Perfect American, una bio-ópera de Walt Disney encargo del Teatro.

Ópera y cine

El Palau de les Artes de Valencia programó en 2008, con puesta en escena de los hijos de Milos Forman, La Bella y la Bestia, que es un extraño mix de ópera y cine. Glass toma tal cual la película de Cocteau y le pone encima una ópera, embutiendo el canto en el lugar de los diálogos. El resultado es desigual. Ya se había presentado anteriormente en Madrid. Aparte de la ópera, Glass ha compuesto mucho para la orquesta y los conjuntos de cámara. La música de la que es campeón, la llamada música repetitiva, viene a ser la contrapartida musical del arte minimal americano. Parece repetirse siempre, pero en realidad no se repite nunca, porque experimenta constantemente cambios leves y graduales. Junto a Glass y Reich, se mencionan siempre en esta tendencia a John Adams, Michael Nyman, Terry Riley y Lamonte Young. También Christian Wolf, Alvin Lucier, Gordon Mumma, Cornelius Cardew y algunos otros.

La sencillez del estilo de Glass no es apararente, sino muy real. Su música se entiende toda a la primera y es lo que suena. No hay que buscar nada detrás. Sobre todo en Einstein y las obras de los primeros setenta. Su minimalismo tenía fuerza entonces, cuando era descarnado y radical. Ahora que su música canta y quiere sonar bonita y expresiva corre más riesgo de quedar en terreno de nadie y caer en banalidad. Su lenguaje sigue siendo repetitivo, pero menos. Los cambios son más visibles y frecuentes y tienen vocación expresiva en vez de estructural. Glass ha dejado atrás el hipnotismo mareante de aquella especie de op-art sonoro, pero sus logros se ven limitados por las restricciones de un vocabulario que sigue siendo mínimo. Lo que practica Glass en el último cuarto de siglo -con enorme éxito, por cierto- es un minimalismo suavizado, de escucha amable y tranquilizadora. El espectador sonreirá si le gusta o se aburrirá si no, pero difícilmente se inquietará. De Glass ya no cabe esperar desazón.

@GuibertAlvaro