Beatles, Dylan, festivales de rock, psicodelia y estética de la época, entre los iconos que integran You Say You Want a Revolution? Records and Rebels 1966-1970

1966-1970, cinco años que lo cambiaron todo. El museo Victoria & Albert de Londres explora las revoluciones culturales, sociales y políticas que, promovidas por una juventud idealista, transformaron el mundo. You Say You Want a Revolution?, pregunta el título.

You Say You Want a Revolution? Records and Rebels 1966-70 se presenta como documentación histórica de un momento utópico que cumple medio siglo. Es todo un espectáculo (también en el sentido de representación mediadora que le diera Debord), y eleva el concepto marxista de fetichismo de la mercancía hasta la plataforma del Arte. Patrocinan Levi's y Sennheiser, multinacionales alentadoras del consumo joven desde hace décadas. No las mencionamos para cumplir con una política de cortesía obligada, sino porque su colaboración facilita aún más entender la principal clave propositiva de la muestra: cómo las democracias capitalistas burguesas supieron deglutir y redirigir la propuesta de la contracultura y la revuelta antisistema de finales de los 60 y asumieron una buena parte de sus llamamientos revolucionarios a transformar el mundo. No es fácil saber hasta qué punto aparecer como ejemplos de la presente subsunción real es un riesgo tomado intencionadamente por parte de ambos patrocinadores, pero los comisarios, Victoria Broackers y Geoffrey Marsh, sí parecen haberlo tenido en cuenta.



Lo que hallamos es un desfile de memorabilia industrial: esos objetos singulares de consumo cuyo valor reside en que nos permiten conectar con un momento pasado, evocándolo. Una tremenda cascada de información analógica donde las carátulas de cientos de LPs nos acompañan señalizando el camino y sirviendo, además, como compendio de la ciclópea y fantástica variedad de la creatividad de aquellos años, transformándose en mercancía. Metraje de la época sobre temas diversos y fotografías, letras de canciones originales, posters, vestimentas, instrumentos, pasquines... suenan música o voces. El muy laborioso montaje resulta tan ambicioso como impresionante su factura. Bien podría ser un pequeño museo posmoderno estable. Y, por momentos, la cantidad de información (hay que sumar a los objetos, el aparato de notas en forma de carteles y citas) abruma.



El recorrido se estructura en seis ambientes diferenciados que presentan, en cierto orden cronológico, seis facetas de aquella revolución. Comienza con el Swinging London del 66 y su propuesta de vida furiosamente contemporánea y de actitud libertina. Transita, como les ocurrió (a partir del 67) a muchos jóvenes, hasta la contracultura underground, la experimentación con psicotrópicos, ocultismo, la psicodelia y el principio de los modos de vida alternativos.



En la parte central aparecen los movimientos juveniles de solidaridad con causas políticas, convertidos ya, en torno a 1968, en revuelta física y violencia en la calle. Varias pantallas muestran cómo la teoría y estética de la rebelión conectaron con la práctica, en la calle, en el día a día. Entonces, cuarta estancia, se señala cómo el sistema globalizante responde con más estímulos de consumo. La misma TV que enseña la guerra y la manifestación casi en directo, instala virus mentales de insoportable deseo, a la vez que llegan las primeras tarjetas de crédito. Parte del diseño aún quiere cambiar el mundo, pero triunfa la visión de futuro de las Expos de Montreal-67 y Osaka-70, y la otra parte del diseño se vuelve masivo para las sociedades opulentas y se enfoca en una tecnología que no sirve tanto para cambiar la vida como para acrecentar la obsolescencia.



Una imagen de la exposición You Say You Want a Revolution?

Hay últimos coletazos. En 1969, Hendrix aún deconstruye e incendia el himno de EE.UU. en Woodstock. Los festivales de rock sintetizan buena parte de las propuestas utópicas de hermandad y liberación colocada de la juventud contracultural, a menudo ya inmersa en el hipismo. Después, la mayoría regresan al mainstream, tras la breve saturnalia del fin de semana en Utopía. Algunos cientos de miles, radicalmente comprometidos con el cambio de vida, intentan poner en marcha formas alternativas de comunidad, inspiradas por el movimiento agrarista Back to the Land y la ecoarquitectura alternativa siguiendo a Bucky Fuller, y la liberación sexual y laboral. Lo interesante es que, del fracaso de esas comunas no sale sólo la Manson family, sino también la ilusión por un mundo computerizado y cibernético de información en Red. La conexión entre los domos geodésicos de Drop City, el Whole Earth Catalog y la Apple de Steve Jobs, entre el hipismo puesto de ácido y Silicon Valley, se torna cristalina.



Esta exposición es varias cosas. Trampa de melaza para nostálgicos y retromaniacos que recupera, en plan TOC, los ecos fantasmales del fetichismo de aquella utopía. Pero, además de su innegable poder documental inmersivo en la época, contiene también una reflexión sobre el fracaso del éxito de buena parte de su herencia. Sirve, así, como herramienta para hacer una cala en el subsuelo de nuestra época. El mundo hoy aparece como una versión 2.0 de aquél. Mientras se confirma la asunción de la democracia capitalista, en su propio vientre, de aquella proyección utópica desradicalizada, toda vez desactivados sus propósitos de alter-futuro, puedes ver muchas de las contradicciones del sistema actual. Una parte importante de sus valores y estéticas siguen flotando en el aire, aunque sea como materiales semisólidos que se parecen sospechosamente a células muertas. Así surgió el presente estado de guerra global (y paranoia seguritaria), así la inflación de consumismo y deuda. Claves de nuestra actual miseria.



Pero puede proponer algo más que la aceptación de un éxito convertido en derrota. Ver la exposición quizá pueda provocar que nos enfrentemos a la falta de componente utópico de nuestros días, de ver cómo aún estamos usando no-utopías de tercera mano. Y, de intentar algo nuevo, cómo podrían ser evitados algunos errores de antaño. Quizás.



@abelhernandez__