Evelyn Herlitzius encarna a Elektra. Foto: Pascal Victor
El Liceo estrena este miércoles (7) la versión de la ópera de Strauss firmada por el regista francés: descarnada, virulenta, fulminante y ascética. El reparto lo encabeza la soprano Evelyn Herlitzius.
Es uno de los caminos para dar con la entraña dramática de una partitura genial, rompedora, que en lo musical se adelantó a su tiempo. Strauss, que luego volvería grupas, iba por delante de otros músicos coetáneos, Schönberg por ejemplo, todavía situado en un postromanticismo evolucionado. La semilla de Elektra nació después de que el compositor bávaro viera en 1906 la versión que el poeta Hofmannsthal había realizado de la obra de Sófocles en el Kleines Theater de Berlín. Inmediatamente apreció sus posibilidades operísticas. Divisaba atractivos puntos en la tragedia que parecían pedir música.
Un paso más allá de Salomé
En la ópera, como en la tragedia de Sófocles y como en la obra de teatro, el verdadero clímax se produce en el momento del reconocimiento de Orestes por parte de Elektra, una escena cuyas potencialidades, como Hofmannsthal admitió, son más claramente proyectadas cuando se comunican a través de la música. El hecho de que en esta obra se incluya más de un pasaje atonal y la aplicación de soluciones técnicas avanzadas, elevaron a Elektra un peldaño por encima de Salomé, con libreto del propio compositor. Hofmannsthal describía muy bien el ambiente musical de estas dos óperas: aquélla, decía, "tenía color púrpura y violeta y la atmósfera era tórrida". Ésta "es una mezcla de noche y día, de oscuridad y de luz". Las armonías de Elektra son ásperas, irreductibles a las leyes de la tonalidad. Las líneas vocales toman mayor independencia de la orquesta. La escritura es como una ampliación elíptica de los procedimientos wagnerianos. Es la línea que seguirá y perfeccionará más tarde Alban Berg.Las representaciones, a partir del miércoles (7), tienen una protagonista de excepción, la germana Evelyn Herlitzius, que concede a la hija de Agamenón un fuego, una rabia, una tensión casi insoportables gracias a una entrega absoluta, extenuante, en la que todos los resortes de la tragedia saltan a primer plano. Su voz no es la de una auténtica soprano dramática, una típica Hochdramatischer, en la línea de una Isolda, una Brünnhilde o una Turandot, que es el tipo vocal exigido, pero posee un timbre metálico refulgente, de agudos penetrantes y agresivos y, sobre todo, una expresividad agónica y lacerante; y una entrega que la deja exhausta.
El reparto se completa con el lirismo apasionado de la Chrysotemis de Adrianne Pieczonka, la veteranía inteligente de la Klytämnestra de Waltraud Meier, la autoridad compacta del Orestes de Alan Held y el histerismo bien entendido del Aegisth de Thomas Randle. Anotemos entre los secundarios la presencia del ya anciano e histórico barítono Franz Mazura (92 años) como preceptor de Orestes. Este último y las tres féminas acaban de participar en las triunfales representaciones berlinesas de hace una semanas. Josep Pons, con su precisión y facilidad de análisis de complejas texturas, facultades tan necesarias para dirigir una obra como ésta, se sitúa en el foso. La recreación escénica es del ayudante durante años de Chéreau, Vincent Huguet.