El director Paco Azorín, la pianista Rosa Torres-Pardo y el actor Pedro Aijón Torres
La Juan March recupera el próximo miércoles, 8, los dos melodramas de Richard Strauss, dos composiciones no muy valoradas por el autor pero que tuvieron un gran éxito. El espectáculo dirigido por Paco Azorín cuenta con Torres-Pardo al piano.
La han desarrollado músicos como Benda, Mozart, Beethoven, Weber, Mendelssohn, Schumann, Grieg, Martinu, Ullmann, Humperdinck, Schulhoff, Nielsen, Schönberg, Hindemith... y Strauss. Todo había partido realmente de Rousseau que, con su Pygmalion de 1770, planteó, en el seno del iluminismo francés, esta fórmula original y experimental. El musicólogo italiano Cesare Orselli recoge también algunas obras posteriores prácticamente desconocidas como Sofonisba de uno de los maestros de Beethoven, Neefe, o Werther de Pugnani. Recordemos también a nuestro Iriarte, autor de un hermoso melodrama: Guzmán el Bueno.
Pero lo que interesa, sin duda, es dar cuenta de este nuevo acontecimiento que nos trae esas dos verdaderas rarezas del gran creador bávaro, autor de hitos operísticos como Salomé, Elektra o El caballero de la rosa, o de poemas sinfónicos de la talla de Don Juan, Una vida de héroe, Till Eulenspiegel, Así habló Zaratustra o las llamadas Sinfonías Alpina y Doméstica. Como nos cuenta Miguel Ángel González Barrio en sus ilustrativas notas, Strauss no valoró nunca estas dos composiciones, pertenecientes a un género "antipático" y que fueron escritas por un puro cálculo: "hacerle la pelota", valga la expresión, al director de la Ópera de Múnich, el antiguo actor Ernst von Possart. Y consignó expresamente en su diario, respecto a Enoch Arden, que no deseaba en modo alguno que se contara jamás entre sus obras, pues era "una pieza indigna y ocasional (en el peor sentido de la palabra)". Aunque más tarde, ante el inesperado éxito, le acabaría asignando el número 38 de opus.
El propio González Barrio comenta y ejemplifica los cuatro principales temas de la partitura, en un excelente empleo de la técnica wagneriana del leitmotiv y que se refieren a los tres protagonistas y a la presencia del mar. Con ello la narración, que parte de un extensísimo poema de Alfred Tennyson, adquiere unidad. Claro que en realidad lo que escuchamos es un más bien moroso y algo altisonante recitado sobre la triste y patética historia, con moralidad conclusiva de gusto victoriano, pespunteado ocasional y expresivamente por el piano. En él se nos informa de la relación de dos amigos, Enoch y Philip, rivales en amores desde la infancia por la gentil Annie, con la que el primero ha tenido dos hijos. Tras un naufragio y pasados diez años, se le da por muerto y Annie se casa con Philip. A su milagroso regreso, el desaparecido se da cuenta de la situación y renuncia a darse a conocer. Tras su muerte, Annie se dará cuenta del sacrificio.
El otro melólogo, mucho más breve, y que en estas sesiones del 8, 10 y 11 de marzo, se interpreta en primer lugar, es, sin embargo, más interesante por su concisión. Pone en música un poema de Johann Ludwig Uhland. Aquí el acompañamiento pianístico es continuo y, como resalta González Barrio, viene a ser como una especie de canción, con la diferencia, claro, de que en este caso, la voz es hablada, no cantada. La escritura es más bien efectista y no deja de ser virtuosa y emplea suaves colores, en una línea bastante más próxima a los melodramas de Liszt. La atmósfera, fantástica y fabulosa, está muy lograda. Asistimos a una suerte de diálogo acerca de un majestuoso castillo, sus propietarios, el rey, la reina y la hermosa princesa. Al final sabemos que los padres guardan luto por la muerte de su hija. Espléndido uso de la armonía, con un negrísimo cierre en do menor.
El reducido espectáculo de la Juan March está en las buenas manos escénicas de Paco Azorín, en las musicales de Rosa Torres-Pardo y en las actorales de Pedro Aijón Torres.