Javier Camarena, Cecilia Bártoli y Franco Fagioli
Cecilia Bartoli recala en Madrid, Oviedo, Bilbao, Barcelona y Valencia con un ecléctico recital. Javier Camarena debuta en el papel del Duca en el Rigoletto del Liceo. Y Franco Fagioli desgrana a compositores como Porpora, Hasse, Pergolesi, Cafaro y Vinci en el Teatro Real. Una buena ocasión para radiografiar sus trayectorias y prestaciones vocales.
En esta nueva visita a nuestro país Bartoli recorre algunas de las principales plazas: Madrid, Oviedo, Bilbao, Barcelona, Valencia, ofreciendo en todas idéntico, largo, variado y atractivo programa integrado por piezas en algún caso muy caras a ella y determinantes de su constante éxito, firmadas por Caccini, A. Scarlatti Caldara, Vivaldi, Porpora, Mozart, Rossini, Bellini, Donizetti, Puccini, Tosti, Donaudy, Mario, Gambardella, Curtis… y Modugno, una amplia selección en la que conviven arias de ópera, canciones de concierto y canciones populares. Entre medias se introducen breves piezas pianísticas, como, lo cual no es ninguna tontería, la Fantasía en re menor K 397 de Mozart, a cargo del acompañante, Sergio Ciomei.
No cabe dudar de la preparación, de la disposición y del virtuosismo vocal de Bartoli, que sigue siendo hoy uno de los adalides del belcantismo y que fue adiestrada desde niña por sus padres, ambos cantantes, Angelo Bartoli, corista de la Ópera de Roma, y Silvia Bartoli-Bazzoni, miembro del Coro de Santa Cecilia, que fue donde estudió antes de debutar en el papel de pastor de Tosca. Escucharemos de nuevo esa voz de mezzosoprano de agilidad, oscura, cálida, bien emitida, con ligeras cavernosidades y algunos sonidos plenos exentos de belleza, que rozan a veces lo destemplado y que emplea en pasajes que piden reforzar un dramatismo que el timbre, en sí mismo, no posee. Constituye este aspecto el punto menos positivo de su arte que, por lo demás, brilla en unas agilidades, unas fioriture, de excepción: trinos maravillosos, regulados sabiamente; saltos interválicos que aprovechan una notable extensión de más de dos octavas; notas staccato expelidas con una precisión casi inhumana y pasajes spianato de sabor violonchelístico.
El estallido tardío de Camarena
Más joven es el mexicano Camarena, nacido en Xalapa, estado de Varacruz, en 1976. Flautista en sus comienzos, estudiante de ingeniería, se decidió por el canto y recibió enseñanzas de Armando Mora y María Eugenia Sutti. Tardó bastante en sacar la cabeza. Su primer espaldarazo tuvo lugar en el Met neoyorquino en 2011, donde interpretó el Almaviva de El barbero rossiniano, una parte escrita para un baritenor (Manuel García) y que tradicionalmente han cantado en tiempos modernos tenores ligeros o lírico-ligeros. La voz es timbrada y bien coloreada, tiene extensión y metal. En los últimos años se ha venido especializando en una parte nada fácil, la de Tonio de La fille du régiment de Donizetti, con la que ha triunfado en distintos escenarios, el Real entre ellos, donde brindó, lo recordamos bien, un bis de la famosa aria de los nueve does que emitió afinados y justos, con desahogo, con brillo y un pequeño cambio de color con respecto al resto de la tesitura.Posteriormente, en el mismo escenario, nos ofreció un Arturo de Puritani seguro, de buen control respiratorio, hábil en la sfumatura y en el filado. A la voz, la de un lírico-ligero, agradable, bien esmaltada, lo pudimos apreciar, le falta quizá un poco de cuerpo, de solidez, pero llega estupendamente. Es extensa y, en ocasiones, cálida. Como otros tenores de sus características, Flórez es el ejemplo, ha decidido pasarse ya, con armas y bagajes, a un papel como el del Duca de Rigoletto, con el que va a debutar en el Liceo el próximo día 21 de este mes. Nos parece que a la voz del tenor le falta aún algo de cuerpo y robustez para un cometido que precisa de un lírico o lírico-ligero de mayor amplitud. Aunque recursos técnicos, fuelle y sentido musical tiene el mexicano, que se alternará con el italiano Antonino Siragusa, de voz más feble, de agudos menos restallantes, al que por ello vemos aún más problemático en el personaje del calavera.
Damos un salto tímbrico y estilístico para hablar ahora de Franco Fagioli, contratenor argentino, nacido en 1981 en Tucumán, que ofrece, el día 22, en el Real un concierto de especial interés integrado por obras de Sarro, Porpora, Hasse, Avitrano, Leo, Vinci, Pergolesi, Ragazzi, Cafaro y Manna. Un auténtico festival en el que estará acompañado por el magnífico conjunto de época Il Pomo d'Oro, con el virtuoso y peculiar Dmitry Sinkovsky en funciones de concertino y director. La técnica de los contratenores, un tipo vocal basado en el manejo del falsete y en el trabajo de los resonadores superiores, ha ido perfeccionándose, hasta alcanzar cotas impensables hace tan sólo veinte años. Y Fagioli es uno de sus emblemas.
Antes las sonoridades agudas, que se daban con dificultad, eran estridentes y escasamente vibradas, los timbres no resultaban bellos y los colores siempre parecían pálidos. Hoy tenemos cantantes que pueden abordar con bastantes garantías partes destinadas tradicionalmente a los castrados, como las de tantas óperas de Haendel. Y uno de ellos es Fagioli, que estudió con Annelise Skovmand, Ricardo Yost y Mercedes Alas. En 2003 ganó el primer premio del concurso Bertelsmann Neue Stimmen, ha cantado en los grandes teatros y con las mejores batutas. Es miembro de la Ópera de Zurich.
No hay duda de que es uno de los grandes representantes de la cuerda en la actualidad junto a David Daniels, Bejun Mehta, Andreas Scholl, Brian Asawa, Max Emanuel Cencic o Philippe Jaroussky y, en España, entre otros, Carlos Mena, Flavio Oliver o Xavier Sabata. Fagioli se caracteriza por la penetración tímbrica, la extensión, que abarca un robusto registro modal y la posibilidad de llegar por arriba al re bemol sobreagudo, la facilidad para las más endiabladas agilidades, el firme fiato y la elegancia y capacidad de matización, lo que le puesto en la cima y lo facultan para servir los más espinosos cometidos de los géneros más diversos.