El holandés herrante en su estreno en Berlín. Foto: Mathias Baus

No hace mucho hablábamos de la presentación en el Teatro Real de la producción de La Fura dels baus de El holandés errante. A las pocas semanas nos enfrentamos de nuevo, ahora a propósito de su desembarco -y nunca mejor dicho- en el Liceo (3 de mayo), a este cuarto fruto operístico wagneriano, el primero en el que se empezaba a vislumbrar al futuro genio. Obra de un romanticismo subido, de enorme fuerza emocional y de una presencia formidable de los elementos naturales, que envuelven las tortuosas relaciones, de tan marcado simbolismo, entre el navegante maldito y la joven y soñadora doncella.



La ópera accedió al escenario del coliseo bercelonés por primera vez el 12 de diciembre de 1885. "Wagner es sin disputa el que ha logrado transmitir sus impresiones al espectador con una seguridad y energía tales que es imposible sustraerse al mágico efecto de su música y necesariamente hay que llorar o reír a voluntad del maestro", decía una crónica de la época. Para alcanzar la expresión deseada y acoplarse a la melodía continua y reproducir de manera audible las muy largas frases previstas, unas veces fusionadas con el conjunto, otras destacando por encima de él. Hay extensos fragmentos vocales, pesantes y agotadores en los que se dan cita distintos procedimientos canoros como el parlato, el recitado dramático, la larga voluta melódica. ¿Hasta qué punto encontramos estas condiciones en el reparto que nos propone el Liceu?



Al menos en las dos partes principales creemos que el nivel es bastante alto. Los dos personajes básicos, Senta y el Holandés, estarán servidos por cantantes muy capaces. La apasionada hija de Daland se la reparten la joven Emma Vetter, voz fresca y de rico metal, y la ya veterana Anja Kampe, más asentada, de timbre cuajado de claroscuros y de temple ya muy reconocido en la parte. El viajero será incoporado por Albert Dohmen, barítono oscuro, anchuroso y de gran presencia escénica, y por el letón, también madurito, Egils Silins, de timbre más claro y penetrante. La batuta la empuñará la ucraniana Oksana Lyniv, asistente en la Ópera de Baviera de Kiril Petrenko, lo cual es un buen indicativo.



La puesta en escena, original de Basilea, ha pasado antes por la Staatsoper unter den Linden de Berlín y está firmada por Philipp Stölzl, que ha creado un innovador acercamiento a la historia, que sitúa en la biblioteca de Daland donde Senta se muestra obsesionada por el libro que cuenta la historia del Holandés. La imaginación de la joven se proyecta en cuadros vivientes de hermosa plasticidad.