José Manuel Zapata, Jonathan Mcgovern (con sombrero) Y Marysol Schalit en un ensayo de L´Orfeo. Foto: E. Moreno Esquibel
La celebración del 450 aniversario del nacimiento de Monteverdi trae a nuestros escenarios, el próximo 3 de mayo, Il ritorno d'Ulisse in patria, que dirigirá sir Eliot Gardiner en el Palau de la Música, y L'Orfeo (5) en el Teatro Arriaga, un encargo de Calixto Bieito a la checa Barbora Horákova con José Manuel Zapata, Marysol Schalit y Jonathan McGovern en el elenco.
Hoy nos asombra la gran novedad que, en el manejo y combinación de los distintos elementos, alcanzó Monteverdi, y no sólo en Orfeo. Por ejemplo, la impecable construcción por grados tonales, siempre en función de los acontecimientos dramáticos, ordenados en una obra de arte que, como tal, es espejo de la perfección divina y que da pie, como apunta René Jacobs, para la exposición de todas las maneras de cantar conocidas en la época, fundamentalmente: Cantar parsaggiato (o canto virtuoso); Cantar sodo (o canto simple) y Cantar d'affetto alla napolitana (canto moderno que da lugar a que los efectos vocales se dirijan a expresar los afectos).
Tales propuestas dan como consecuencia una partitura magistral, de un esplendor y una variedad extraordinarios, que daría pie a la construcción de sus óperas posteriores. La música es en este caso, y ello nos demuestra la modernidad e incluso la actualidad de la obra, el vehículo de la total unidad con el texto, con la letra del drama, pero también es impulsora del desarrollo de la acción, de su esencia profunda. Como ha subrayado el musicólogo Harry Halbreich, todos los medios del lenguaje musical conocido (melodía, ritmo, polifonía, monodia, armonía) y todos los medios sonoros (voces solas, coros, instrumentos, orquesta) conducen a la realización de los fines con una magnificencia y una audacia sin precedentes; por supuesto en relación con lo que se sabía en esa época temprana, pero también echando la vista hacia el futuro. Es muy probable que en el aspecto tonal, por ejemplo, ninguno de los sucesores de Monteverdi haya logrado tal sutileza, agilidad y expresividad. Tenemos que llegar al Pélleas et Mélisande de Debussy para conocer algo semejante.
Liberada de las servidumbres del contrapunto, la armonía monteverdiana se abre a posibilidades infinitas. Sin sacrificar el pasado, el compositor logró además conjugar las riquezas de la antigua modalidad -así lo manifiesta Halbreich- con las de la tonalidad moderna, de tal forma que se destacan los choques disonantes más ásperos, los encadenamientos más brutales e imprevistos, que se oponen a veces a tranquilas e idílicas consonancias. Todo ello manejado con sapiente prudencia, que evita ciertos excesos y exageraciones como los del compositor Gesualdo.
Ahora es el público de Bilbao el que está de enhorabuena, pues en el Teatro Arriaga se estrena (5 de mayo) una nueva representación de Orfeo, esta vez desde una óptica más novedosa que la empleada por los citados músicos franceses.
Ejerciendo su autoridad como director artístico del coliseo, el arrostrado Calixto Bieito ha encargado a la checa Barbora Horákova Joly una producción que tiene toda la pinta de romper moldes -como los que rompió en su día la propia obra- y que busca la más profunda emoción humana. "En este espectáculo -explica la regista- utilizaremos elementos para expresar, en un estilo más propio de nuestra generación, las mismas emociones que transmitió Monteverdi. Acercamos al siglo XXI la música, manteniendo el espíritu de su creación".
Un compositor del siglo XXI
Para este montaje, Horákova se inspiró en la guerra de Bosnia, que ha sufrido en carne propia. Por ello, su mirada es en parte autobiográfica. Monteverdi, comenta Bieito, "fue un compositor con una mirada abierta y creativa, capaz de volar a la hora componer, así que su espíritu casa perfectamente con la propuesta de este espectáculo". Se cuenta también con la dirección musical de otro checo, Karel Valter, con la oscura escenografía de Eva María Von-Acker y -ojo al peligro- la música electrónica de Janiv Oron. En los papeles principales están el barítono -que ha de ser muy lírico, pues la parte del cantor se previó para un tenor- Jonathan McGovern, la soprano Marysol Schalit y el tenor granadino José Manuel Zapata como Apolo.Las celebraciones monteverdianas tienen también su sitio en Barcelona, en cuyo Palau de la Música tendrá lugar (3 de mayo) otro acontecimiento: un concierto en el que se ofrecerá, en versión semiescenificada, la segunda ópera de las tres que se conservan íntegras del músico de Cremona, Il ritorno d'Ulisse in patria de 1640, una vez que se ha confirmado que es, sin ningún lugar a dudas, de su autoría. Como apunta Joan Vives, la obra supone un escalón más en el camino hacia la llegada y futura consolidación del bel canto, que se percibe especialmente en la técnica del llamado arioso, que aparece en situaciones dramáticas más ligeras, "como las de amor o las festivas, que a menudo hacen uso de virtuosismo vocal y que contrasta con los amplios pasajes de recitativos escritos todavía en el estilo temprano".
La interpretación tiene todas las garantías pues corre de cuenta de las huestes de sir John Eliot Gardiner, es decir los dos grandes conjuntos de su creación, el Coro Monteverdi (¡qué mejor nombre!) y los English Baroque Soloists. Un amplio abanico de voces, algunas provenientes del coro, se sitúa en el hemiciclo del histórico recinto barcelonés, con el barítono lírico, experto en estas lides, Furio Zanasi a la cabeza, que se mete en la piel del navegante. Penélope será Lucile Richardot, Telemaco, Kryistian Adam, Minerva y Fortuna, Hana Blaziková, Tempo, Nettuno y Antinoo, Gianluca Buratto, Eurimaco, Zachary Wilder… Así hasta dieciocho cantantes. Elsa Roke actúa como codirectora.