El barítono Thomas Hampson durante un recital

La Orquesta Nacional cerrará una temporada que ha tenido puntos de gran brillantez con la gran Misa de difuntos de Verdi, que será dirigida por el titular de la formación, David Afkham -en su haber, entre otras cosas, una espléndida Elektra de Strauss-, pero un par de semanas antes y bajo la misma conducción nos ofrecerá una de las sesiones (16, 17 y 18) más interesantes del curso, la que va a protagonizar el barítono estadounidense Thomas Hampson, un sesentón todavía en buena forma que va cantar una selección de los lieder de Des Knaben Wunderhorn (1888-1901) de Mahler, compositor de su total especialidad.



La conexión entre creador e intérprete viene de largo. El cantante es coautor de una reciente edición de las obras vocales y se ha convertido en adalid de la causa, erigiéndose en rector de los actos desarrollados no hace mucho con motivo de los aniversarios del nacimiento (1860) y de la muerte (1911) del compositor, en su ciudad natal, Kailsté, actual República Checa. Hampson ha ido oscureciendo, aunque no mucho, el color, lo que le proporciona base para acercarse a ese universo tan esquivo para otros barítonos de su nacionalidad que es el de la canción de concierto. Es cierto que esa voz, ahora algo más llena, ha perdido lustre, tersura, facilidad en la zona alta, que los graves, nunca plenos, son más débiles y que la nariz hace acto de presencia con demasiada asiduidad, aplicada a unos sonidos que se bambolean claramente en las notas mantenidas. Pero sigue conservando una excelente línea de canto, un considerable fiato y una rara prestancia vocal.



Sentido del fraseo, matización para llegar al claroscuro, capacidad reguladora, afinación y ductilidad son cualidades necesarias para enaltecer el mundo liederístico del Wunderhorn, colección de temas folclóricos recopilada por Archim von Arnim y Clemens Brentano, publicada en tres volúmenes, en 1805 y 1808. La candente imaginación del músico, su fantasía colorista, su sentido del claroscuro, se pliegan admirablemente a los versos populares, que se elevan más allá de las palabras y de su contenido histórico para penetrar en las interioridades del ser humano y para obtener, a la postre, un autorretrato y, de paso, un recorrido a través de su experiencia y de sus inquietudes. Mahler, jugando con la ambigüedad tonal, otorga a cada canción una dimensión y un alcance nuevos, casi expresionistas, cargados de significados y sugerencias actuales.



En ese mundo profundizará Hampson con su entendimiento de la tradición popular, su flexibilidad fraseológica, su dominio de la coloración expresiva y su sabiduría para manejar los silencios, contribuyendo a la construcción de un programa modélico, que se cierra, muy lógicamente, con una obra verdaderamente grandiosa cual es Pelleas und Melisande de Schönberg, complejo y espinoso, grandioso y elocuente poema sinfónico compuesto pocos años más tarde, en el que se trabajan a toda presión mil y un motivos, antesala de sus obras atonales y seriales.