Con su 'Lady Inchiquin' Zimmermann propicia un sonido pleno y satinado. Foto: Fernando Marcos

Frank Peter Zimmermann y David Afkham se reencuentran, este viernes, 22, en el Auditorio Nacional para interpretar el Concierto para violín de Beethoven y el Réquiem de Fauré. El violinista alemán demostrará sus habilidades con su Stradivarius del siglo XVIII.

Dos artistas de primera línea coinciden de nuevo en el hemiciclo del Auditorio Nacional, el violinista Frank Peter Zimmermann (Dusiburgo, 1965) y el director David Afkham, actual titular, como se sabe, de la Orquesta y Coro Nacionales. Feliz reencuentro, que se producirá este viernes en el segundo concierto de la temporada, que lleva a los atriles dos obras extraordinarias, el Concierto para violín de Beethoven y el Réquiem de Fauré.



Zimmermann es un acreditado servidor de la composición beethoveniana, como ya ha demostrado en multitud de ocasiones, gracias a su arco seguro, a su afinación, a su sólida técnica, propiciadora de un sonido pleno y satinado, no muy grande pero corpóreo, dotado de vetas penumbrosas, aunque de una especial penetración tímbrica, adecuadamente modulado y no exento de episódica dulzura. El vibrato es fino y puede llegar a ser sutil y delicado, ideal para alcanzar un atractivo juego de claroscuros y para enriquecer un fraseo que casi siempre es elegante y refinado.



Virtudes que seguramente podrán plasmarse en su interpretación del Concierto del compositor de Bonn, con sus largas cantilenas, sus repetidos arabescos, sus contrastados y líricos temas; con el vigor y rotundidad de su Rondó, en el que es tan importante un flexible manejo del ritmo y de la técnica del spiccato. El instrumentista podrá ofrecer lo mejor de sus habilidades puesto que desde hace algún tiempo maneja de nuevo su famoso Stradivarius Lady Inchiquin de 1711, cedido hace años por la caja de ahorros alemana West LB, que se lo reclamó cuando la crisis económica hizo mella en la entidad y tuvo que sacar a una subasta neoyorkina todo su patrimonio.



Afortunadamente, en el verano de 2016 el Estado de Renania del Norte-Westfalia anunció la adquisición de todo el lote subastado por 30 millones de euros con la intención de que Lady Inchiquin volviera a las manos del ilustre solista nacido en esa región. Zimmermann, que mientras tanto había tañido otro espléndido Stradivarius, el General DuPont, recuperaba así por fin su primitiva y más auténtica voz. Con ella lo volveremos a escuchar en esta nueva oportunidad con el acompañamiento controlado por Afkham (Friburgo, 1983), otro artista de raza de quien hemos tenido oportunidad de hablar en estas páginas múltiples veces. De nuevo lo hacemos para recordar algunas de las virtudes que definen su pensamiento musical, anclado en antiguos valores humanistas que se traslucen en los modos y en la disposición, siempre humilde, de un eficaz trabajador.



Su gesto, muelle, fácil, claro, abarcador, elegante es sin duda un elemento de acercamiento. Como lo es su capacidad para regular con facilidad las dinámicas y establecer un ritmo de base con la pericia de los maestros pertenecientes a su rica tradición, en la que, evidentemente, ha bebido. De la misma manera que ha heredado ciertas características artísticas y la sobriedad definitorias de un maestro como Bernard Haitink, con el que ha trabajado. El mando seguro y la habilidad para buscar refinamientos tímbricos inesperados son otras de las virtudes del director.



Podrá mostrarlas de nuevo en este concierto, cuya segunda parte viene ocupada por el exquisito Réquiem de Fauré, interpretado por orquesta y coro no hace tantos años bajo la dirección de López Cobos. El tremendismo de otras misas de difuntos es sustituido aquí por un lirismo consolador. Son reveladoras estas palabras del compositor: "Se ha dicho que mi Réquiem no expresaba el temor de la muerte. Incluso alguien lo ha llamado la berceuse de la mort. Y es así como yo siento la muerte: como una liberación, como una aspiración a la felicidad del más allá; no como un paso doloroso". La partitura es de una ligereza de texturas y de una efusión maravillosas, como las que encierra el último movimiento, In Paradisum, verdaderamente celestial, tal es la delicuescencia de la música, enunciada en piano por las angélicas sopranos sobre arpegios del órgano y de las arpas y cuerdas con sordina. Paz y recogimiento a partes iguales emanan de este sublime final.