Bernard Haitink durante un concierto. Foto: Todd Rosenberg
Llegan al Auditorio Nacional el equilibrio, el conocimiento y el buen sentido del director Bernard Haitink con dos programas de repertorio con la Sinfónica de Londres, y el sonido terso y la energía irrefrenable del pianista ruso Evgeny Kissin.
Será momento de comprobar otra vez sus características directoriales, envueltas ahora en la pátina que dan los años. Sin duda estamos ante una gloria venerable, un director que ha ido a más hasta asentarse en una posición de magisterio que resume en cierto modo las tendencias y corrientes estéticas, los vientos que han venido soplando en el campo profesional en el que trabaja. En sus primeros años, tras el contacto con profesores como Felix Hupke y Ferdinand Leitner, en un momento en el que las más grandes batutas del siglo estaban aún en activo, no parecía despegar claramente por encima de una corrección musical, de una solidez constructiva y de una solvencia narrativa heredada del maestro nombrado en segundo lugar, con evidentes anclajes en la propia tradición de su país y del conjunto del Concertgebouw, que gobernaría de 1956 a 1988 y del que es hoy director honorario.
En efecto, Haitink, que siempre puso de manifiesto una aplicación y una profesionalidad extraordinarias, se fue forjando, ampliando sus registros expresivos, penetrando en los secretos del repertorio, perfeccionando su gesto, en todo momento contenido, parco, austero, económico, como lo era el de Van Beinum, o el de Eugen Jochum, con quien compartió en un principio el puesto de director permanente. Hoy Haitink se nos sigue revelando, en los compases finales de su gran evolución, como un maestro maduro, serio, sesudo, dominador y, a diferencia de otros tiempos, con una actitud muy sugerente ante la orquesta, con una amplitud de miras y de criterio que a día de hoy y con el panorama que tenemos es casi insólita. La cortedad de inspiración, de vuelo según para qué músicas, la escasez de fantasía, de imaginación, las suple sobradamente con un oído muy fino y un temple sabio, que preside todas sus interpretaciones, adornadas siempre por el buen sentido, el equilibrio y el conocimiento.
En esta ocasión, Haitink dirige dos pogramas de repertorio, y lo hace al frente de la espléndida Sinfónica de Londres, a la que ha estado casi siempre muy ligado. Los días 22 y 23 colocará en los atriles del Auditorio Nacional la obertura La Gruta de Fingal y el Concierto para violín de Mendelssohn (con la talentosa Veronika Eberle como solista), el Emperador de Beethoven (con el reconocido y veterano Emanuel Ax) y las Sinfonías Segunda y Tercera de Brahms, obras aptas para una batuta serena y diseccionadora.
Será un placer volver a escuchar un recital de Kissin, siempre serio, impávido, sin mover un músculo, muy tieso, pálido; como ausente. Pero de eso, nada. En cuanto se sienta comienza a desplegar una energía irrefrenable y a realizar un despliegue técnico de impresión. Sus virtudes, atesoradas desde la infancia, han acrecido lógicamente. Continuamos admirando su sonido terso y redondo, carnoso, muy bello, su exquisito fraseo, su amplio juego dinámico, su legato sutil. Es artista que mantiene en todo momento un control admirable y que alcanza las mayores proezas sin inmutarse. Lo comprobaremos de nuevo el día 25 durante la ejecución de un programa de bigote presidido por la monumental y contrapuntística Sonata n° 29, Hammerklavier de Beethoven, auténtica prueba para unas manos, unos pies y una mente. Como complemento, una selección de los Preludios op. 3, 23 y 32 de Rajmáninov, de un pianismo enérgico y rotundo.