Fernando Aramburu. Permíteme iniciar el diálogo con un episodio trivial. Soy aficionado al uso del sombrero. Tengo unos cuantos. Con gusto tendría más, pero ponérmelos en Alemania, mi país de residencia, entraña ciertas molestias. Sucede que, si llevo sombrero, tomo el aspecto de un célebre cantante alemán, Drafi Deutscher, que ya murió. Todo empezó hace unos años en el mercado navideño de Hannóver. Un chaval me abordó y, con aliento vinoso, se arrancó a cantarme a escasos centímetros de la cara un conocido estribillo del tal Drafi Deutscher. Sus acompañantes lo secundaron en el jolgorio. La escena, con grados diversos de insolencia, se repitió en varias ocasiones y en diferentes ciudades, al punto de que mi mujer me rogó/mandó dejar el sombrero en casa. Entiendo que lo que para mí es una simple anécdota, para artistas consagrados como tú puede alcanzar dimensiones de incordio incesante, tan desagradables como para evitar ciertos espacios públicos o salir a la calle camuflado con peluca y gafas de sol. Se diría que la gente ejerce una especie de derecho de propiedad sobre artistas famosos en los que proyecta determinadas expectativas o emociones, y se lanza al abordaje sin pararse a pensar que la vida privada de dichos artistas puede ser un tormento precisamente a causa del cariño y la admiración que se les profesa. Apostaría a que el susurro “Mira, mira, Luz Casal” te acompaña en la vida como a otros nos acompañan los trinos de los pájaros.
“He desarrollado una fórmula que me permite compaginar la exposición de mi persona como cantante con un escapismo cada vez más elaborado”. Luz Casal
Luz Casal. Empecé tan pequeña a significarme como cantante que creo que he desarrollado una especie de comprensión a las reacciones de la gente, así como una coraza para evitar el malestar que me pueda causar el reconocimiento allí donde me hubiera gustado ser invisible; ser una persona más, sea en un viaje transoceánico, en una peluquería o en un hospital. Todas las veces que he tratado de disfrazarme para convertirme en otro yo, por ejemplo con una peluca rubia platino, el resultado ha sido siempre, como poco, cómico y en ningún caso eficaz. Como a ti, también me han confundido con otras colegas mías alguna vez. Generalmente, con aquellas que salían mucho en los medios de comunicación, aquellas que en ese momento estaban más en el candelero que yo. Contrariamente a tu reacción, yo no les saco jamás del error. En todos los casos, si quiero pasar desapercibida, una cosa que no debo hacer nunca es hablar; si lo hago caigo seguro y entonces viene la pregunta y la confirmación en una sola frase: “Eres Luz, ¿verdad? Te he reconocido al escuchar tu voz”. ¿No es eso lo más importante para una cantante, el ser conocida por su voz? Después de muchos años de carrera musical, tengo la impresión de que el público respeta mi trabajo y ese respeto lo percibo casi a diario por lo que mi respuesta siempre es al menos atenta con quien se dirige a mí.
FA. Tengo el convencimiento de que numerosas personas, acaso sin ser conscientes de ello, acuden a los cantantes en busca de una plenitud y un bienestar internos que no les dan los libros de poemas, entre otras razones porque dichos libros rara vez pasan por sus manos. Te escucho cantar: Mi memoria es agua. Mi memoria es río frágil como un niño. Incluso sin el acompañamiento de la música siento un pinchazo de poesía. Y no me extraña que eligieras un título tan bello, Mi memoria es agua, para el libro autobiográfico que escribiste en colaboración con Magda Bonet. Sigo evocando letras de tus canciones. Me regalas lluvia con tu voz. Uno se encuentra con versos, con pasajes, que van mucho más allá del trámite rítmico o de la mera incitación al baile. Sería interesante que contaras cómo se gestan las letras de tus canciones, si sigues unos criterios determinados, si compartes la labor y con quién, y si te reservas la última palabra. Es sabido que sueles imponer un cuidado extremo en la elaboración de tus discos. En ocasiones han transcurrido años entre la publicación de uno y otro. Imagino que el mensaje, las letras, no se libra de un severo control de calidad.
LC. Convengo contigo en que sí que se consigue a través de la letra de una canción llegar al descubrimiento, al amor, a remover sentimientos y sensaciones, a instantes de felicidad. En mi caso siempre he escrito un poema o una letra pensando o dependiendo de la música. Cuando hice Mi memoria es agua durante un viaje en coche, no lo hice pensando en una melodía específica, pero sí imaginaba el paisaje sonoro que acompañaría a esas palabras. (Finalmente la música fue compuesta por el portugués Rui Veloso.) En el caso opuesto, sobre una canción preexistente del francés Etienne Daho, está Un nuevo día brillará, también hecha durante un viaje en coche bajo una gran tormenta desde Santiago de Chile a Viña Del Mar. En los 15 discos de canciones originales grabados hasta el momento, he trabajado con mucha gente y muy diversa. En algunos casos han sido colaboraciones breves y fortuitas, en épocas, espacios y lugares distintos, pero en la mayoría de los casos mi relación con los coautores de algunas de mis letras es larga, extensa. Fiel. Puedo hablar de al menos tres situaciones o fórmulas para explicar cómo llego a las letras que canto: las que han escrito otros, las que escribo en colaboración y las que escribo sola. En el primer caso, casi siempre se produce una especie de encendido interior que me avisa de que ahí hay algo interesante, una especie de enamoramiento súbito; puede ser porque describe una historia que yo nunca tuve la osadía o la capacidad de expresar o por la concreción o sencillez. Ejemplo de esto sería Piensa en mí, escrita por el mexicano Agustín Lara. En el segundo caso, estarían las colaboraciones con otros autores y/o poetas con los que establezco un diálogo donde la suma o resta de palabras o el uso de un adjetivo inesperado puede cambiar el primer objetivo y por tanto modificar el resultado final. Siempre es enriquecedor. Carmen Santonja, Pablo Guerrero, Carolina Cortés y Pablo Sycet son los colegas con los que en más letras he trabajado. Los textos escritos en soledad poco tienen de aventura y, en cambio, mucho de intimidad volcada. La satisfacción por el trabajo bien realizado sólo llega cuando estoy segura de que mi voz expresa algo personal. El esfuerzo que eso suponga jamás lo contabilizo.
“No es raro que lo tomen a uno por impostor y por cosas aún peores si se dedica al oficio de escritor y, para colmo, logra cierto renombre y algún premio”. Fernando Aramburu
FA. El poeta Francisco Javier Irazoki publicó recientemente un libro titulado Ciento noventa espejos. En realidad, los espejos son sus propias palabras. La idea es que en ellas se refleja quien las escribió, aun cuando el autor no tiene por qué exponer en sus textos de manera explícita hechos de su vida. Vamos a decir que reconoce un hilo directo, una estrecha conexión personal, entre sus vivencias, su natural íntimo y lo que finalmente él comparte en las páginas del libro con sus lectores. Algo parecido percibo en muchas de tus canciones. Quizá, para ser más exacto, lo que uno percibe en ellas (en la modulación de la voz, en la calidad de las letras) es una constante vibración de verdad personal. No es raro que abordes asuntos en modo alguno festivos, más bien inadecuados para convertirte en la intérprete de la canción del verano. La experiencia del desengaño amoroso, la ruptura sentimental, la soledad, en fin, están muy presentes en tus temas, confiriéndoles una particular hondura, sin descartar, claro está, canciones dedicadas a los buenos momentos o a la esperanza. Es habitual que tus letras estén escritas en primera persona. Lo que el oyente pueda sentir o pensar cuando te escucha es cosa suya. A mí me interesaría saber qué clase de vinculación mantienes tú con el material elegido, si tus canciones, como para Irazoki sus palabras, son tu espejo. Yo no te imagino cantando trivialidades ni siquiera debajo de la ducha.
LC. No tengo la más mínima duda de que cada canción que he elegido hacer a lo largo de mi vida es un reflejo preciso o sutil, real o deseado. Cantar es algo más que ajustarse a una melodía y una letra, y hacerlo en primera persona implica meterse en la piel de lo que describo del personaje, ser eso que describen las palabras, sentir el dolor o la alegría, porque conoces esos sentimientos a través de tus experiencias vitales. Asumir el riesgo de que todo lo que tú dices a través de tu voz es verdad. Sé, y no es arrogancia, que podría cantar cualquier texto por anodino o frívolo que pudiera ser, pero me parece que tener la oportunidad de ser escuchada es algo muy poderoso y no quiero desperdiciarlo. Podría añadir a esto que de alguna manera siento también sobre mí la responsabilidad de ofrecer a todas esas personas que me siguen y que me han sostenido a lo largo de mi carrera mis sensaciones y sentimientos de manera casi impúdica. Es paradójico que reconociéndome como una mujer reservada e incluso tímida pueda ser capaz de compartir aspectos tan íntimos y que acepte que estos puedan llegar a ser interpretados de maneras completamente distintas. Ya sabrás que las canciones pertenecen al público una vez publicadas. Por si te interesa, debajo de la ducha aprovecho para hacer ejercicios vocales.
FA. Por supuesto que me interesa e incluso, si me lo permites, voy a detenerme en este asunto. El público de tus conciertos o el oyente de tus discos asiste al resultado de un largo trabajo, pero quizá desconozca los preparativos, los ensayos, las cuestiones técnicas y los entresijos de toda índole. Te agradecería que explicaras de qué naturaleza son y cómo se llevan a cabo los ejercicios vocales que acabas de mencionar, da igual si practicados en la ducha o en cualquier otra parte, y, en fin, que contaras cómo ha de cuidar la voz, su mayor tesoro, una cantante profesional. Ahora mismo me vienen a la memoria imágenes de Michael Jackson o de Miguel Ríos con la boca tapada por una mascarilla, entiendo que a fin de protegerse. A los escritores se nos acaba la tinta de un bolígrafo y compramos otro. Se nos estropea el ordenador; lo mandamos a arreglar o lo sustituimos por uno nuevo. En cambio, no parece probable que se puedan cambiar las cuerdas vocales como quien cambia las ruedas de un coche.
LC. No, no se pueden cambiar y esa certeza produce mucha ansiedad. Cada vez que te resfrías o agarras un catarro piensas que eso nunca debería pasarte a ti. ¿Puedes imaginar esa sensación cercana al miedo que aparece al oír una nota falsa provocada por una flema mientras estás delante del público? ¿O la tos que aparece justo cuando ya ha pasado el interludio musical y te toca cantar? Cuidar la voz a veces sólo conlleva tener un poco de sentido común aplicado a los ejercicios físicos diarios de afinación, fortaleza y resistencia; tener los músculos que intervienen en la respiración y espiración bien engrasados y añadir a esto el no fumar y no usar alimentos que agredan a las cuerdas vocales, como son los picantes. Huyo de los lugares fríos en verano y calientes en invierno, y en cambio adoro la humedad. Me resulta muchas veces más cansado hablar que cantar y, si puedo, permanezco varios minutos en silencio después de un concierto, aunque eso exija paciencia a los seguidores que quieran felicitarme. He provocado preocupación y perplejidad en el personal de vuelo de muchos aviones y también rechazo en pasajeros (¿posible contagio?) por ir tapados mi boca y mi cuello con un pañuelo, e incluso mis fosas nasales con algodones húmedos. Desde que trabajo en Japón, me he aficionado a usar las mascarillas que ellos emplean diariamente. Son fantásticas. Como te pasará a ti con tus libros, un disco puede llevar años hasta ser terminado. En el caso del último, que a punto está de finalizarse, comencé a prepararlo el 7 de agosto del 2014.
FA. Cierto, si bien los escritores a menudo tenemos que acoger en nuestros tímpanos la opinión de personas que no ven, ni siquiera comprenden, el esfuerzo y la dedicación que requiere la escritura. Estas personas tienden a considerar que cualquiera sabe escribir, habilidad que se aprende en la escuela primaria y ya es para siempre. No es raro que lo tomen a uno por impostor y por cosas aún peores si se dedica a su oficio con voluntad profesional y, para colmo, logra cierto renombre y algún premio en el ejercicio de la práctica literaria. Les es más fácil reconocer a dichas personas que no saben tocar la guitarra o que tienen voz de cuervo. Así y todo, esto no es nada en comparación con el desprecio al trabajo ajeno que supone la piratería, y aquí me temo que sois los profesionales de la música, junto con los del cine, los más damnificados, aun cuando los escritores tampoco estamos libres de padecer esta acción que algunos, beneficiarios de ella, no creen delicitiva. Estoy seguro de que no te digo nada nuevo si te revelo que he visto algún disco tuyo convertido en mercancía de manteros. Ignoro si las copias eran de calidad. Los precios, en cambio, estimulaban la participación en el negocio. Mucho más perjudicial para los intereses y la dignidad de los creadores es a buen seguro el mercadeo de copias fraudulentas en Internet. Y luego habría que estudiar si la legislación española protege o no adecuadamente la propiedad intelectual. No sé cómo lo ves.
“Confieso que la primera vez que vi un disco mío en la acera de una calle sentí algo parecido a una violación”. Luz Casal
LC. Cantar o escribir son actividades que cualquier persona puede y debe hacer habitualmente. Otra cosa muy distinta es hacerlo de manera profesional. Ese algo que empieza siendo vocacional: cantar o escribir, se convertirá al poco tiempo en una entrega total, donde los horarios no cuentan; las fiestas de guardar son días hábiles; las vacaciones, las disfrutan otros; la noche se confunde con el día y hasta es posible que tengas que decir adiós para siempre al amor de tu vida. Quizás por todo esto confieso que la primera vez que vi un disco mío en la acera de una calle sentí algo parecido a una violación, a la que además se añadió el comentario de un idiota, que me dijo que esa era la prueba del gran éxito popular que había alcanzado. Fin de una era. Creo que es imprescindible adaptarse a los nuevos usos, hábitos, modos y modas que los avances tecnológicos nos ofrecen, aunque nos cueste mucho esfuerzo adaptar nuestro paso y nuestras leyes a ese ritmo vertiginoso y frenético. Hay una enorme confusión sobre los derechos ineludibles que un creador tiene sobre su obra, ya sea guionista, coreógrafo, ilustrador, compositor, pintor, autor o músico. Y a esa falta de conocimiento de lo que significan esas profesiones, esos trabajos, se añade, incomprensiblemente para mí, la sospecha. Algo que no ocurre con otros colectivos cuando reclaman sus elementales derechos.
FA. Los avances tecnológicos y cibernéticos nos han sacado de la madriguera a los que practicamos una actividad, como la literatura, no necesariamente vinculada a una actuación en público. Antes uno mandaba al editor sus textos escritos en soledad, se prestaba a una ronda de presentaciones y adiós muy buenas. Los lectores debían conformarse con la foto de la solapa y una sinopsis biográfica para averiguar cuatro bagatelas personales acerca del autor. Ahora los escritores, a poco que sean conocidos, lo tienen difícil para persistir en su cómodo aislamiento. Hoy día se filman y se difunden en tiempo real por las redes sociales hasta las entrevistas radiofónicas. También, por supuesto, se suben a Internet las presentaciones de libros, las charlas, las mesas redondas. Así que cualquiera puede ver, aunque no se interese por la literatura, cómo va vestido el novelista, si el poeta tiene ojeras o si le sobran kilos. Supongo que el imperio de la imagen, para los de tu oficio, cobra una relevancia particular. No se trata tan sólo, según creo, de escribir buenas canciones e interpretarlas como los ángeles, sino que un determinado aspecto (en el caso de algunos artistas, incluso con retoques quirúrgicos) forma parte del producto y va más allá del mero accesorio ornamental. Te agradecería que me contaras si tienes quien te asesore; si te reservas la decisión sobre la foto de portada de tus discos; en fin, si prestas atención a la imagen asociada a tu música.
LC. Es paralizante, si no eres exhibicionista, saber que todo aquello que haces, aunque sea para un grupo pequeño de personas, va a ser grabado y compartido con otros, que harán comparaciones y analizarán cada gesto o detalle de tu persona. Esas grabaciones, en la mayoría de los casos, serán testigo y memoria indeseada para nosotros. Yo no he vivido en madriguera alguna, pero sí he desarrollado una especie de fórmula que me permite compaginar la exposición que de mi persona hago como cantante con un escapismo cada vez más elaborado. Toda la música popular ha estado siempre asociada con una determinada imagen, una determinada actitud en el vestir, desde el foxtrot hasta el día de hoy. Yo no analizo cuál es mi imagen, pero sí que la varío según el tipo de álbum que esté haciendo. En ese sentido hay una gran diferencia entre lo que proyecto en la portada del álbum La Pasión y la de Vida Tóxica. Una de mis preferidas es una foto de Cristina García-Rodero para Un mar de confianza, realizada en una playa solitaria de Asturias con el pelo recién lavado, maquillada por mí; con dos vestidos ya usados y la única compañía de mi madre y una amiga.
FA. En un futuro lejano, cuando te reencarnes, ¿cómo te reconoceremos? ¿En el canto del ruiseñor, en el grito de la gaviota, en el aullido de una loba?
LC. Esa posibilidad de volver a ser materia me anima mucho. Elegiré ser reconocida por el aullido de una loba siempre que sea hembra alfa.