Maite Alberola en el papel de Maruxa. Foto: Javier del Real

El Teatro de la Zarzuela recupera Maruxa el próximo jueves 25, 'una égloga lírica' donde Amadeo Vives combina a Wagner y Strauss con muñeiras. Paco Azorín dirige la escena y José Miguel Pérez Sierra gobierna el foso.

Mucho antes de Doña Francisquita (1923), en el curso de una carrera de una inmensa productividad, Amadeo Vives ya había dado muestras de sus habilidades en los estilos líricos más diversos. Obras como Maruxa, bautizada como égloga lírica, habían dejado ya clara la disposición de este impar creador. Esta composición vuelve ahora, felizmente, al Teatro de la Zarzuela donde nació el 28 de mayo de 1914. Un acontecimiento que ocurre mucho después de lo deseado. La pieza aúna grandes virtudes y algunos defectos. Entre las primeras, sin duda, la pericia del autor para revestir de un robusto ropaje instrumental y armónico al conjunto y para, desde un punto de vista muy personal, recoger y variar temas populares. Vives los imbrica en una narración dramática que cojea no poco por lo tópico y anodino de un libreto -firmado por Luis Pascual Frutos- lleno de situaciones convencionales, pasajeramente cursis a día de hoy, y por la escasa entidad de los caracteres.



Las relaciones de los ingenuos pastores galaicos Maruxa y Pablo, las intrigas urdidas por la caprichosa Rosa, enamorada de éste, la inanidad de su primo y novio Antonio e incluso la simplona rudeza del capataz de la finca, Rufo, no interesan gran cosa. Pero está la música, que impulsa algunos de los vericuetos de la repetitiva acción y nos la hace momentáneamente creíble; y disfrutable. El más representativo de sus números es el famoso Preludio del segundo acto, de apariencia tan wagneriana con ese comienzo de resonancias heroicas que nos trae también a la memoria la figura de Strauss.



Pero la inspiración de Vives, que sabía amalgamar préstamos y darles su sello personal, se extiende a otros instantes de la rica partitura, en la que, por supuesto, escuchamos aires populares gallegos, muñeiras incluidas, según parece en algún caso proporcionados por el músico de la tierra José Losada. Así lo resaltaba Luis G. Iberni. Ese nacionalismo que podría clasificarse de folclorista se hermana con claras resonancias de la ópera verista, ya en plena decadencia, y de la opereta, tan en boga y en la cual era ducho el compositor. Para la memoria, entre las dieciocho escenas de la obra y los fragmentos únicamente instrumentales, quedan algunos momentos realmente memorables, como, aparte el mencionado Preludio, el dúo inicial entre Maruxa y Pablo, el célebre Golondrón de Rufo, el quinteto de corte italianizante que cierra el primer acto, la frase de Antonio "Maruxa del alma", la tormenta, tan wagneriana también, la romanza de Pablo "Aquí n'este sitio, sitio" -que tanta fama le diera al barítono italiano Carlo Galeffi- y el dúo final.



Repartos nacionales excelentes

En esta recuperación del Teatro de la Zarzuela, impulsada por la juvenil y conocedora batuta de José Miguel Pérez Sierra y la vis dramática del regista y escenógrafo Paco Azorín, se cuenta con dos repartos, lógicamente nacionales, de excelente nivel; y eso que no participa la inicialmente anunciada soprano Saioa Hernández. Se reparten el papel femenino protagonista -que estrenara la gloriosa Ofelia Nieto-, Maite Alberola, lírica amplia y tornasolada, y Susana Cordón, voz fresca y bien emitida.



El de Pablo estará en las gargantas de Rodrigo Esteves y Borja Quiza, barítonos muy distintos el uno del otro pero competentes. Las eslavas Ekaterina Metlova y Svetla Krasteva y los tenores Carlos Fidalgo y Jorge Rodríguez Norton, son respectivamente, Rosa y Antonio. Y Rufo el siempre eficiente Simón Orfila.