Martirio (Huelva, 1954) y Chano Domínguez (Cádiz, 1960) nacieron ya mirando a Cuba. Y podría añadirse que con Cuba mirándoles a ellos. Juego de espejos oceánicos. Viajes de ida y vuelta. Sones que van y que vienen. No es extraño pues que ambos compartieran fascinación por Bola de Nieve, pianista y cantante de leyenda (Domínguez, por cierto, se quedó alucinado cuando descubrió que a aquella voz tierna y cautivadora la acompañaba al piano el mismo hombre que la emitía). Esa pasión común les ha alineado a ambos de nuevo para manufacturar un nuevo disco, dedicado (y tiulado) A Bola de nieve (Universal), tras sus dos colaboraciones previas: Coplas de la madrugá (1996) y Acoplados (2005). Trabajos en los que demostraron la buena sintonía entre el jazz y la copla, con el flamenco, claro, como sugerente intermediario e intensificador de sabor.

“Bola de nieve es uno de los intérpretes que más verdad concentra en su voz. A la altura de Chavela Vargas”, dice Martirio, sentada en un velador del ambigú del Teatro de la Zarzuela, donde presentará este álbum el próximo 23 de noviembre. El 7 estará en Tenerife y el 9 en Las Palmas. Más tarde, ya en diciembre, hará lo propio en Palma de Mallorca. El 28 de noviembre tiene otro bolo, en Barcelona, este marcado por un detalle que la emociona particularmente: “Actuaremos en la Sala Barts, que era el antiguo Teatro Circo Español, donde él también tocó”, explica. También recuerda que Bola de nieve, homosexual aunque muy cercano al castrismo primerizo, hizo una gira con Concha Piquer en los años 47 y 48. Y su querencia por el romance español, como el de El Conde de Olmedo.

Le gusta fantasear con un posible encuentro de Bola con Lorca. Se apoya en Alberti, que dijo: "Bola era un Lorca negro". “Él era un gran amante de la poesía. Creo que hubiera cantado de maravilla los Sonetos del amor oscuro, aquello de Por tu amor me duele el aire / el corazón / y el sombrero”. Lo cierto es que fue un personaje que se metió en el bolsillo a muchos escritores e intelectuales. Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Pablo Neruda… Este último consignó una descripción con su sello lírico y surreal: “Bola se casó con la música y vive con ella en esa intimidad, lleno de piano y cascabeles, tirándose por la cabeza los teclados del cielo”. En esa intimidad se han sumergido Martirio y Domínguez, sin querer emular su peculiar estilo, porque, apunta ella, “eso es imposible”. Su manera de aproximarse a Bola ha sido por la vía emocional. “Hemos intentando proyectar lo que él nos hacía sentir. Este es el disco que más me ha obligado desnudarme y a buscarme muy dentro. Aquí ni las gafas ni las peinetas me sirven para taparme, tampoco me valen algunos tics o alardes que normalmente me funcionan. Cuando toca la tecla de la tristeza es apabullante. Yo soy muy cómplice de sus canciones”.

Aunque Martirio reconoce que en esta reivindicación de un músico cuya huella parece diluirse en España ha eludido adentrarse en la zona de su repertorio que le resulta más ajena: la de la santería y la negritud afrocaribeña. Y eso a pesar de que ha compartido notas con Compay y el Santiago Auserón más cubanizado. Ahí no se sentía segura de poder transmitir su verdad y por tanto ha preferido quedarse en la barrera. Se ha concentrado en los terrenos del bolero filin, género que conecta muy bien con la copla por sus estructuras sintéticas, su potencial simbólico y su hondura sentimental. Tú no sospechas, Ya no me quieres, No quiero que me olvides… son buenos ejemplos “Es muy fácil convertirlo en falseta”, explica Martirio, que conoció a Chano Domínguez a principios de los 80. Fue Kiko Veneno el que propició un encuentro que dio lugar a una prolongada amistad y a una admiración mutua que, eventualmente, conduce ambos de la mano al estudio de grabación.

Y al escenario. Al que Martirio se sube siempre con un muy desarrollado sentido teatral, aunque aquí tendrá que cargar la suerte todavía más en esa faceta, al tener como único sostén el piano de Domínguez. Esta vez saltan a las tablas con un objetivo muy claro: poner de nuevo en circulación el nombre de Bola de nieve en España. Por supuesto, confiesa, también le encantaría (“Sería un sueño”) ir a Cuba con el disco y ganarse el silencio atento de los cubanos, el mejor premio que el público le puede regalar a un artista. Una recompensa, como decía Bola, muy superior a un aplauso al final de cada canción. La cantante onubense considera que en esta época su música puede hacerle mucho bien a una sociedad formada por “personas infelices, que no tienen ni tiempo de pensar qué quieren ser realmente en la vida porque las urgencias del dinero lo dominan todo”. En este contexto, Bola puede propiciar la catarsis: “Él hace que se caigan todas las máscaras”.

@albertoojeda77