Fiesta bachiana la que se propone, el próximo martes, en el Auditorio Nacional con el primer recital de los cinco que integran la temporadita (por breve) de Goldberg: Mischa Maisky se acercará a tres de las seis Suites para su instrumento del Cantor de Santo Tomás: la 1, la 4 y la 5, piezas de la máxima brillantez y virtuosismo. En ellas, sin emplear las dobles cuerdas, el músico alcanza, como dice Alberto Basso, a plasmar una especie de “apología del momento lineal del contrapunto, la exaltación de una concepción particular de la polifonía”.
El carácter pretendidamente didáctico del ciclo queda explicado por la dificultad de los movimientos iniciales: los seis Preludios no solamente presentan un cúmulo impensado de problemas técnicos de todo tipo, sino que obedecen a una concepción en la que el exercitium es el único terreno sobre el que se conquista y adquiere el sentido de la música. En el concierto estas cuestiones serán evidenciadas por el elocuente arco de Maisky, un instrumentista de probada calidad, amigo de trazar nuevos e insólitos caminos y de proponer soluciones a veces inexploradas. Escucharle siempre es ameno y evita el sopor. Nacido en Riga en 1948, empezó con su instrumento a los ocho años, primero en la Escuela de Música Municipal y después en el Conservatorio de Riga. A los 14 ingresó en el Conservatorio de Leningrado y quedó sexto en el Concurso Internacional Chaikovski de 1966 en el que era jurado nada menos que Rostropovich, que lo acogió en su seno y se lo llevó a Moscú, donde Maisky acabó de perfeccionar su técnica y a penetrar en las dobleces de los pentagramas.
En este nuevo encuentro con él podremos degustar otra vez su estilo imaginativo –a veces puede que demasiado–, su sonido cálido y generoso, su amplitud soberana del fraseo, que sigue las pautas de su maestro, su fantasía para colorear unas páginas que encierran, debajo de una apariencia de extrema austeridad, exigencias sólo al alcance de los más dotados. Las necesarias para enfrentarse por derecho, por ejemplo, a ese miura que es la Suite nº 5, que prescribe una afinación distinta de la habitual al haber estado destinada a un violonchelo scordato, con la cuarta cuerda afinada un tono más bajo de lo normal.