Rosalía en Madrid: poderío enlatado
La cantante cierra en la capital la gira de 'El mal querer' con su prodigiosa voz y una puesta en escena algo pobre
11 diciembre, 2019 11:21Hay muchas Rosalías: la que emociona y se emociona hasta las lágrimas cantando “Catalina” con una voz prodigiosa y desgarrada; la que se pasea seductora con gafas de sol en “Brillo”; la que se muestra tímida en su interacción con el público, mientras deja ver en su sonrisa angelical unas fundas de oro propias de un gángster; la que muestra en canciones como “Que no salga la luna” y “Di mi nombre” el poderío de esa mezcla de flamenco, samples, graves atronadores y efectos varios que ha llevado por bandera alrededor del mundo en este año de su consagración internacional; y la megaestrella del urban latino. Ninguna de ellas sorprendió anoche en el Wizink Center de Madrid, escenario del fin de su gira mundial, con un espectáculo medido al milímetro y, salvo por una duración mayor, muy parecido al que pudimos ver en su anterior actuación en Madrid, en el festival Mad Cool.
El mal querer es el disco que marcó el cambio de rumbo de Rosalía y el que la ha lanzado al estrellato definitivo este año. Después de sus dos conciertos consecutivos en Barcelona , su tierra, el concierto de Madrid con uno de los primeros éxitos del álbum, “Pienso en tu mirá”, y siguió con “A palé”, su último lanzamiento, que pasa de la delicadeza a la contundencia en cuestión de segundos para perderse por las sendas oscuras del trap. Rosalía y sus bailarinas se movían como hechiceras poseídas en una danza del fuego. A sus espaldas, en la pantalla gigante, un laberinto nocturno de contenedores de carga, símbolo de esa estética de extrarradio mezclada con diamantes que exhibe la cantante y compositora.
“No sé cuándo volveré a cantar en un sitio como éste y unas canciones como éstas”, dijo Rosalía visiblemente emocionada, una frase que parecía anunciar un periodo de descanso o un cambio de ciclo en su meteórica carrera. Ante sí tenía a 15.000 personas que abarrotaban la pista y las gradas, un público absolutamente transversal como suele ocurrir en los conciertos de los ‘fenómenos del momento’, de distintas edades pero con una ligera mayoría de veinteañeros y veinteañeras ataviados según los cánones actuales de lo ‘urbano’ —chándal, plataformas, gorros de lana, uñas postizas— y adolescentes acompañados de unos padres que se habían dejado arrastrar con gusto para ver a la cantante catalana.
Al espectáculo de Rosalía, atronador sonora y lumínicamente, se le puede reprochar que está excesivamente enlatado, con toda la parte instrumental comandada en exclusiva por El Guincho, productor talentoso y aventurero que conduce el show por interesantes paisajes sonoros pero que a nivel escénico no da pie a la comunión con el público. La carencia instrumental la compensa un excelente cuarteto de palmeros y coristas, que jalean a la diva y mantienen arriba el espíritu flamenco; la carencia escénica, media docena de bailarinas que con sus espasmódicas coreografías llevan a lo corporal esa mezcla de flamenco y pop que define la música de Rosalía.
Uno de los momentos álgidos del concierto fue la aparición por sorpresa —relativa, teniendo en cuenta que la noche anterior estuvo en El Hormiguero— de Ozuna, ultimísima estrella latina con el que Rosalía ha lanzado recientemente un dueto titulado “Yo x ti, tu x mi” (sic). La presencia del puertorriqueño sacudió al público, que terminó de venirse arriba cuando a continuación sonó “Con altura”, otro dúo con otro astro latino de nuestra época, J Balvin, al que en este caso sustituyó El Guincho.
Ya en la ronda de bises, Rosalía regaló otro derroche de poderío vocal con “A ningún hombre”, uno de esos contados casos en los que la máquina —léase Vocoder— se revela capaz —bien dirigida por el Guincho desde el teclado— de añadir calor y emoción al arte humano. “Aute cuture”, ese manifiesto que resume la ética y la estética de Rosalía abogando por mezclar la sangría con Valentino y el Palace con el chino, precedió al cierre con “Malamente”, el hit que lo empezó todo, cuando algunos se atrevieron a vaticinar, sin equivocarse, que aquella estrella naciente revolucionaría el mundo de la música dentro y fuera de nuestras fronteras.