A Jesús Rueda (Madrid, 1961) se le quedó cara de tonto escuchando a Chopin cuando era niño. Cree recordar que fue el Preludio núm. 4 el que le transmutó el rostro. “La música es como un perfume: tiene un poder arrebatador que te atrapa y ya no te suelta. Yo he visto esa misma cara luego en muchas otras personas mientras escuchaban a Beethoven, Mozart…”, afirma en su prolongada conversación con El Cultural. Aquella revelación le escoró hacia la composición. Desde entonces ha trazado una de las carreras creativas más sugerentes de la música española, embalada en los últimos años a golpe de encargos de instituciones como el CNDM, Ibermúsica y la Orquesta Nacional. Esta última, de hecho, estrena hoy su Quinta Sinfonía. Naufragios, bajo la batuta de David Afkham.
Pregunta. La forman cuatro movimientos que remiten a cuatro naufragios (el de Cabeza de Vaca, el del estado ambiental del planeta, el de los migrantes en el Mediterráneo y el del proyecto de Unidad Europea). Suena pesimista. ¿Lo es?
Respuesta. Sí, la verdad. Yo tiendo al pesimismo pero cuando construyes algo tienes que armarte de fe. Por lo tanto hay una tensión de contrarios.
P. ¿Esos naufragios tienen un correlato con su vida anímica?
R. Sí, he sufrido ansiedad en los últimos años. Es algo que se filtra. Pero cuando estás ahí abajo sólo hay dos opciones: quedarte en el fondo o tirar para arriba. Es la misma tensión de antes.
P. ¿Cómo reparó en la gesta de Cabeza de Vaca y qué le empujó a trasladarla al pentagrama?
R. Siempre me ha atraído la épica, aunque a mi edad se tiende ya más al drama. Leí Naufragios en 1999 y me impactó. No se sabe si es real todo lo que cuenta, porque era, dicen, alguien muy imaginativo. En cualquier caso, es un viaje tremendo. Desde entonces siempre tuve el impulso de escribir sobre él, de ‘pintar’ una especie de fresco antiguo.
P. ¿Hay una intención programática en ese primer movimiento?
R. Sí, pero digamos que no es una recreación gráfica detallada. No hay un argumento programático, pero sí está el naufragio náutico y otros de la peripecia vital de Cabeza de Vaca, tan alucinante.
P. Acabado ese primer movimiento ya no hay solución de continuidad. El segundo, el tercero y el cuarto se encabalgan. ¿Por qué?
R. Porque no quería que se perdiera tensión. Hay interrupciones en obras clásicas que no entiendo, porque muchas veces los movimientos terminan con un puente armónico que se retoma en el siguiente. Aquí sólo hago una interrupción entre el primero y el segundo porque aquel es muy denso, tiene una longitud notable y acaba con una resolución clara.
"El jazz me aporta muchas cosas. Las armonías estandarizadas del clásico son tan ambiguas que te permiten esquivar los discursos funcionales"
P. En el segundo resuena el free jazz de Ornette Coleman. El jazz es un estilo al que recurre habitualmente. ¿Qué le aporta?
R. Muchas cosas. Aunque las del jazz clásico sean unas armonías estandirazadas, son muy ambiguas. Eso te permite esquivar discursos funcionales. El jazz ha influido a muchos compositores en el siglo XX: Stravinski, Ravel… Se vieron atraídos no sólo por la cuestión armónica sino también por los recursos instrumentales, como las trompetas ultrasónicas.
Marsellesa vs. Cara el sol
P. El cuarto alude al futuro del proyecto de unidad europea. ¿Cree que acabará en naufragio?
R. Más que un vaticinio es una constatación. El Brexit le ha hecho perder estabilidad y equilibrio a toda la estructura. Pero antes ya era manifiesta la disolución de las políticas sociales de inspiración escandinava, sustituidas por el liberalismo capitalista y por el resurgir del populismo y el ultranacionalismo. Estuve a punto de contraponer La marsellesa y el Cara al sol. Funcionaba muy bien musicalmente pero al final preferí que toda la obra fuera original y dejé las citas a un lado. Quedó como un himno marcial.
A Rueda le hace particular ilusión que sea la Orquesta Nacional la que estrene Naufragios. Algunos de sus instrumentistas son viejos amigos. También tiene un muy elevado concepto de sus prestaciones sonoras (“Es estupenda”). Y desde 2002 no le estrenaba una partitura (fue su Primera sinfonía), aunque hay que apuntar que Pedro Halffter incluyó, en 2008, La tierra en uno de sus programas con la agrupación estatal. Para configurar el de los conciertos que se desarrollarán este viernes, el sábado y el domingo, estuvo ‘negociando’ con Afkham. “Me preguntó mis preferencias. Yo le di varios nombres, entre ellos el de mi admirado Dutilleux. Él eligió Métaboles, composición deliciosa y sutil, que va muy bien para articular mi enérgica Quinta sinfonía con El mandarín maravilloso, de Bartók, una obra maestra con recursos tímbricos geniales que también tiene sus momentos exaltados.
"Salir de la vanguardia te sitúa en una posición incómoda. Muchos empiezan a mirarte como un traidor"
P. Tiene su mérito estrenar una sinfonía siendo un compositor contemporáneo español en el aplastante Año Beethoven, ¿no?
R. (Ríe). Sí, un poco sí. Lo de Beethoven, como ocurre con Cervantes o con Shakespeare, es inevitable. Son pesos pesados. Habrá cosas maravillosas y otras que acaben resultando agobiantes. La verdad es que ya lo tenemos asumido porque su monopolio es una constante.
P. ¿Cómo describiría su evolución sinfónica desde su Primera sinfonía hasta hoy? ¿A qué se aferra y de qué ha abjurado?
R. Permanece el espíritu épico. En la forma sí ha habido muchos cambios. He retomado elementos clásicos. Por ejemplo, la Primera tenía muchos movimientos, más breves. En Naufragios son cuatro, lo que la acerca al molde canónico. También la aproxima el hecho de que el segundo movimiento sea un scherzo y el tercero discurra en un tempo lento. El cuarto no es un rondó pero sí contiene rápidos cambios de espacios sonoros con ritornelli que se repiten. Y el primero no es una sonata en absoluto pero sí aspira a crear una forma ambiciosa.
P. Es llamativo que usted y los compositores de su generación, como David del Puerto y Jesús Torres, hayan ido atemperando su vanguardismo y empezado a sentirse cómodos con esos patrones clásicos.
R. Bueno, yo no diría cómodos. Más bien lo contrario: salir de determinados sitios te coloca en una situación de incomodidad. Muchos empiezan a mirarte como un traidor, que es un concepto que está muy de moda ahora en la política española. Empiezas a sentir presiones. Es lo que le pasó a Umberto Eco cuando escribió El nombre de la rosa. Aunque es verdad que, gracias a internet, los pensamientos únicos se han dispersado mucho y el peso de las escuelas ya no es tan opresivo. De todas formas, este fenómeno va más allá de España. Mire a Wolfgang Rihm en Alemania, o a Jörg Widmann. Mire también a los autores finlandeses…
"De Nono aprendí la mística de que el compositor debe vivir en su música. Era un soñador perdido y ensimismado"
P. ¿Y a qué se debe? ¿A una convicción propia o a la necesidad de conectar con más públicos?
R. A las dos cosas. Uno se da cuenta de que renunciar al legado clásico es perder riqueza. Y luego la sociedad ha cambiado y no tiene sentido interpelarla con códigos cuya semiótica no sabe interpretar. Pero esto es un debate largo y complejo…
Vivir en la música
P. Usted se formó en Granada con uno de los grandes popes de la vanguardia, Luigi Nono. ¿Qué fue lo más importante que aprendió de él?
R. Una mística… Cuando lo conocí ya era una persona madura, que había pasado por todo pero vi en él a un soñador, es verdad que algo perdido y ensimismado. Me atrajo mucho porque, en realidad, un músico debe vivir en su mundo, en su música, crearla y vivir en ella.
P. Aunque su gran mentor quizá sea Luis de Pablo, ¿no?
R. Bueno, fue mi primer profesor. Me daba clase en el conservatorio cuando tenía 19 años. Sus lecciones eran como el sombrero de un mago. Su predicamento era muy variado, conectaba la música con todas las disciplinas artísticas. Eran muy enriquecedoras.
Este 2020 será, además, un buen año para la música de cámara de Rueda. En junio Miguel Ituarte estrenará en Madrid su Sonata núm. 3 (Círculo de Bellas Artes), el ensemble Sonido Extremo grabará en otoño varias piezas suyas en un disco para Naxos y la pianista Noelia Rodiles lanzará en febrero un álbum con su Sonata núm. 5. The Butterfly Effect. Por otro lado, está rumiando zambullirse en un proyecto lírico de fuste, una ópera con Dalí como protagonista. “Lo empezamos a escribir Ian Gibson y yo hace un tiempo. Tengo que hablar con Llorenç Caballero, que fue el padre de la idea. Veremos…”.
P. Ha sido y es profesor de composición en varias instituciones. ¿Cuál es la sugerencia que más reitera a sus alumnos?
R. Antes, cuando era más joven, intentaba transmitirles entusiasmo, que lucharan por lo que creían y todo eso. Pero esto puede conducir a equívocos contraproducentes. Ahora me centro en la técnica y la forma, yendo a los detalles y los conflictos.
P. Hace unos años decía que los compositores en España valen menos que el chocolate del loro. ¿Lo sigue pensando?
R. Entonces era más partidario de lloros y lamentos, ahora soy más práctico, y más táctico. Es cierto que casi todos mis compañeros se han tenido que marchar. Y es una pena porque hay un talento musical tremendo. Pero hay partituras que llevan décadas sin ver la luz en archivos como el de la SGAE. Ahí está Conrado del Campo, un autor magnífico al que ahora la Juan March le está dando un poco de aire. Y como él, tantos y tantos… España no es un país para compositores, ni lo es hoy ni lo ha sido nunca.