¡Da-da-da-dum! Son seguramente las cuatro notas agrupadas más famosas de la historia de la música. Las que encienden la Quinta sinfonía de Beethoven, que, bajo diversas apariencias, van aflorando a lo largo de toda la fulgurante composición. “Así llama el destino a la puerta”, dicen que dijo el sordo heroico. Esa llamada (qué mejor reclamo para convocar la atención de inmediato) es la que también utiliza Symphony, el ambicioso proyecto audiovisual de la Fundación ”la Caixa” que introduce a los espectadores en el corazón de una orquesta sinfónica. Se estrenó en Barcelona el pasado mes de septiembre y, a partir del próximo lunes, 22, podrá verse en la Plaza de Oriente de Madrid.
“Es un sueño hecho realidad”, reconoce Gustavo Dudamel, figura estelar de una iniciativa que se ha gestado durante cuatro años y ha movilizado a unas 250 personas. Realidad virtual habría que precisar. El público se calza unas gafas y, desde su butaca, viaja al interior de la ‘fábrica’ que produce los sonidos: los del primer movimiento de la mencionada Quinta sinfonía de Beethoven más el allegretto de su Séptima, el comienzo de la Primera de Mahler y el agitado Mambo que Bernstein compuso para West Side Story y que Dudamel empleaba como bis recurrente en sus conciertos con la Orquesta Simón Bolívar de Venezuela. En Symphony tiene a sus órdenes a la Mahler Chamber Orchestra, agrupación cosmopolita donde las haya, sin sede fija y con unos instrumentistas que se congregan, a la voz de ya, en cualquier punto del planeta para derrochar talento y pasión por la música. Dos autoexigencias consustanciales para esta tropa de élite que alumbró, en 1997, Claudio Abbado.
“Symphony te sumerge en la música de una manera mágica que enamorará. Es un sueño cumplido”. Dudamel
Dudamel tiene ya cierta familiaridad con esta orquesta, que tampoco cuenta con un director fijo. Mantiene colaboraciones más o menos estables, como la que le une al propio maestro venezolano, que recientemente ha renovado como titular de la Filarmónica de los Ángeles hasta 2026 tras truncarse su rumoreado salto a la Filarmónica de Berlín. En su opinión, Symphony es “un maravilloso experimento tecnológico que consigue unir el arte con el alma del pueblo”. Una manera, en fin, de propagar la afición por la clásica. De democratizarla, que es un objetivo que siempre ha perseguido. Lo lleva grabado en su ADN como músico gracias a su formación en El Sistema fundado por Daniel Abreu, acaso el proyecto más exitoso de integración social a través de la música en el mundo.
Y no le falta razón a Dudamel porque la idea es que los dos grandes remolques donde se proyecta recorran durante los próximos diez años un total de cien ciudades españolas y portuguesas. Se calcula que, para cuando termine tan prolongada peregrinación, habrán visto las dos filmaciones que conforman Symphony en torno a dos millones de personas. En cada ‘unidad’ (que así llaman los responsables logísticos del proyecto a esos habitáculos portátiles de 100 metros cuadrados) se pasa una película. Son píldoras concentradas de 12 minutos donde no hay margen para el aburrimiento o la distracción. Los espectadores se asoman primero a una pantalla curva de 10 x 3 metros en la que tres jóvenes músicos, Ruth Mateu, Daniel Egwurube y Manuela Díaz, empiezan a envolverlos en un universo sonoro salpimentado con la Pièce en forme de Habanera de Ravel, el popular estándar jazzístico Take Five y El pájaro amarillo de Rafael Campo Miranda. Son pasajes rodados, respectivamente, en la costa mediterránea española, Nueva York y Colombia
Apabullante pero delicado
El orden lo ha establecido Igor Cortadellas, guionista y director de Symphony. La gente, tras este trance relajante, rompe el ritmo que trae de la calle y su sensibilidad se abre a las notas. Queda así en un óptimo estado para recibir el baño sinfónico que les dará Dudamel. Las sensaciones, por momentos, son apabullantes, pero Cortadellas no ha querido recurrir exclusivamente a recursos bombásticos para epatar. “Es un proyecto grande, sí, pero también tiene la fragilidad y la delicadeza de una caja de música”, advierte. De hecho, el viaje a la vida interior de la música no se limita a la incursión en el núcleo de la Mahler Chamber Orchestra. La experiencia tiene también una vertiente más minimalista, porque nos adentra en las entrañas de los instrumentos. “Comprobamos cómo con un simple trozo de madera de un violín o de la rudeza del metal de una trompeta se puede levantar la belleza de una sinfonía de Beethoven”, explica Cortadellas, fundador de la agencia Igor Studio, que ha prestado sus servicios a figuras como Cecilia Bartoli, Valeri Gergiev, Martha Argerich… Los instrumentos se deconstruyen pieza a pieza. Una deconstrucción que propicia el lutier David Bagué, en cuyo taller en el barrio barcelonés de Gràcia nos cuela Cortadellas. En ese fortín de la tradición, reivindica el legado intemporal de predecesores suyos como Antonio Stradivari, el mítico lutier cremonés.
No demasiado lejos, en el Gran Teatro del Liceo, fue donde se grabaron las tomas de la segunda película, con un prototipo de una cámara Meta One diseñado específicamente para Symphony. Este dispositivo les permitió rodar en un rango lumínico muy bajo, lo cual concuerda con el espíritu de la Quinta sinfonía. Beethoven, como nos recordaba Jan Swafford en su monumental biografía publicada por Acantilado en 2017, decidió prescindir de cualquier sostén dramatúrgico para su partitura porque creía que el conjunto de notas resultante era suficientemente elocuente. No hacía faltar ni aclarar ni subrayar nada: la historia que hay de fondo es un periplo de la oscuridad a la luz, de do menor a do mayor, del azote del destino al triunfo jubiloso. “Symphony –concluye Dudamel– te sumerge en la música de una manera mágica que enamorará”. Que iluminará.