Pese a la pandemia, los organizadores y responsables de programar en las distintas entidades e instituciones, oficiales y privadas, que gobiernan y administran en nuestro país la música clásica, han debido en ocasiones estrujarse la mollera a la hora de sacar adelante proyectos inicialmente previstos. No siempre ha habido suerte, pero, con todo, han logrado salvarse en muchos de los casos los muebles.
Así lo han hecho, con matrícula de honor, una excelente y previsora organización y unas disposiciones ad hoc –contando también con el apoyo de las administraciones–, el Teatro Real y el Teatro de la Zarzuela. Aquel ha sido sin duda el primer teatro europeo en lanzarse al ruedo. Lo hizo con La traviata, representada con muchas precauciones en el mes de julio, tal y como estaba previsto, aunque, lógicamente en una puesta en escena cautelosa y de movimientos milimetrados. Con un resultado musical más que digno. La temporada ahora sigue su curso con las debidas reducciones de aforo.
En el haber de La Zarzuela hay que resaltar sobre todo la reposición de la histórica producción de La del manojo de rosas de Sorozábal ideada hace 30 años por Emilio Sagi. Quizá lo más importante haya sido, sin embargo, la exhumación, bien que en versión concertante, de la ópera Marianela de Jaime Pahissa, una obra espléndida y bien servida en esta ocasión. Representaciones a las que, mal que bien, se han sumado otros teatros como el Campoamor de Oviedo (Fidelio, Madama Butterfly), Sevilla (Così fan tutte) o el Palau de les Arts (fundamentalmente, con la sorprendente Fin de partie de Kurtág, estrenada en España).
Hemos de destacar asimismo los esfuerzos desarrollados por algunas de las formaciones sinfónicas del país, de las cuales hemos dado cuenta en El Cultural, que han mantenido el fuego sagrado en medio de las implacables limitaciones. A este respecto merece subrayarse, a los 250 años del nacimiento del compositor –acontecimiento a nivel mundial–, la programación por parte de la Orquesta Nacional de todas las sinfonías de Beethoven, que han sido interpretadas por distintas batutas, en conciertos por lo general de alto nivel. El titular, David Afkham, ha dirigido la Primera, la Tercera, ‘Heroica’, la Cuarta y la Sexta, ‘Pastoral’, y lo ha hecho con buenos resultados, sobre todo en la última partitura. La Segunda fue encomendada a Giovanni Antonini, la Quinta a Nathalie Stutzmann, la Séptima a Josep Pons, la Octava a Thomas Adés (que estrenó también su magnífico Concierto para violín) y la Novena, en conciertos celebrados justo el fin de semana pasado, a Juanjo Mena.
Muy loables, por otra parte, son el diseño de la temporada de la Orquesta de la RTVE, con el ágil e imaginativo Pablo González al frente, y el planteamiento de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, ideado por Víctor Pablo Pérez. La Fundación Juan March, siempre en la brecha de la novedad, ha desarrollado su didáctica programación en streaming –a falta de pan…–, y lo ha hecho, como es habitual, enarbolando la bandera de lo nuevo, lo insólito o lo desconocido: apetitosos ciclos fueron Offenbach, compositor de zarzuelas, Corselli en Palacio, Los Halffter, La huella de Bach, El esplendor del laúd…
En cualquier caso, es obligatorio reseñar como colofón y reflexión final, que, por las circunstancias que vivimos, se ha hecho una decidida apuesta por los artistas españoles. Las programaciones se han volcado en busca de un mayor contacto con lo nuestro. Algo que se evidencia repasando la totalidad de las iniciativas que están encima de la mesa. Un hecho del que hay que congratularse y que esperemos tenga su continuidad en épocas venideras.