En la temporada de la Orquesta Nacional desembarca (días 26, 27 y 28) otro artista singular, por partida triple: compositor, clarinetista y director. Facetas en las que se desempeña con soltura el músico alemán Jörg Widmann (Múnich, 1973), que fue el creador residente hace poco del CNDM, donde demostró sus virtudes. Es propietario de un lenguaje muy suyo, pero anclado en la tan variada y recurrente estética de lo ecléctico, con recursos de buena ley y una caligrafía muy refinada, que siempre busca efectos sonoros y hallazgos formales a veces sorprendentes.
Como los que podemos descubrir en su composición Con brio, una suerte de collage que viene a ser una obertura de concierto encargada por la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera y que recurre a diversos materiales procedentes de las Sinfonías n.º 7 y n.º 8 de Beethoven. El propio Widmann da las claves de la partitura: “No empleo materiales textuales de las dos obras, sino que he elegido su misma instrumentación en busca de un ejercicio de furiosa y rítmica insistencia. En un muy estrecho espacio se presenta una forma de sonata antes de que el material recurrente se organice en un scherzo. La obertura está llena de riffs, florituras y humor beethovenianos y es como una deconstrucción de Beethoven. Los timbales están en el centro de atención desde el comienzo”.
Una definición que nos anima muy mucho a la escucha de la pieza, que requiere un amplio conjunto orquestal y que fue estrenada en Múnich por la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera dirigida por Mariss Jansons el 25 de septiembre de 2008. Aparece enmarcada en la sesión madrileña por otras dos composiciones que avivan nuestro interés. La primera e inaugural es el Concertino para clarinete y orquesta en Mi bemol mayor op. 26 de Carl Maria von Weber, que tantas y tan jugosas partituras destinó al instrumento de madera, tocado aquí, lógicamente, por el propio Widmann.
La segunda, que coronará la cita, es la imponente, y no tan habitual en los cartellone, Sinfonía n.º 5, ‘De la Reforma’, de Mendelssohn, que fue en realidad la segunda de la colección. Está presidida en su movimiento final por un fugato sobre el coral luterano Ein feste Burg ist unser Gott. Un arma muy curiosa empleada por el compositor como símbolo o estandarte de una fe en la que no había nacido. Ese canto religioso había sido utilizado ya por Bach para idéntica celebración: el aniversario de la Confesión de Augsburgo de 1530. El músico puso al descubierto las dos tendencias que anidaban en él en opinión de René Jacobs: la tradición musical de una Alemania inmersa en el coral luterano y el lenguaje más resueltamente moderno.
Ya en el primer movimiento, Andante, Allegro con fuoco, comprobamos la aparición de elementos de la liturgia que se encadenan hábilmente por secuencias. Interesante es la breve ascensión de cinco notas sobre un tema de la Iglesia de Dresde, un Amén que más tarde Wagner emplearía como recurrente en Parsifal. Siguen un Allegro vivace, un Andante en menor y el determinante Finale, que se cierra Maestoso con una fuerza verdaderamente apoteósica a la manera de un himno.