Otro compositor que muere en su castillo en apenas unos días. Curiosa coincidencia. Battiato falleció en su fortín siciliano de Milo la semana pasada y esta arranca con el deceso de una leyenda de la música culta española, Cristóbal Halffter, cuyo último suspiro ha tenido lugar, a los 91 años, en el Castillo-Palacio de los Marqueses de Villafranca del Bierzo. No es que sean creadores equiparables pero tampoco son del todo ajenos. Les emparenta el encierro tras robustas paredes para, desde el silencio, construir universos sonoros, que en ambos casos siempre estuvieron presididos por el afán experimental. No en vano, si por algo se recordará el legado proteico de Halffter en nuestro país será por ser introductor de las corrientes de vanguardia que impulsaron músicos como Stravinski, Bartok, Schönberg y, más tarde, sus coetáneos Stockhausen, Boulez, Berio...
Una labor clave para que España no perdiera del todo el paso de lo que acontecía en los auditorios europeos. Esa labor la comenzó en la década de los años 50, cuando por estos pagos la actividad musical, en su vertiente más ‘elevada’, se reducía a unos pocos círculos de iniciados. No es extraño que fuera Halffter, sobrino de los también compositores Rodolfo y Ernesto Halffter, uno de los pioneros en la importación de esas influencias foráneas dado que se formó en Baviera, circunstancia propiciada por la huida de su familia a Alemania como consecuencia de la Guerra Civil.
A su regreso a la piel de toro, continuó forjando su vocación compositiva bajo el magisterio de Conrado del Campo en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, donde se graduó en 1951. Este año tiene su relevancia en su trayectoria ya que da nombre a la generación que agrupó a los grandes agitadores del panorama musical nacional en esa época. Hablamos de Luis de Pablo, Ramón Barce, Carmelo Bernaola, Joan Guinjoan…
Para entonces ya había adquirido cierta nombradía gracias a su combinación de las ‘rupturas’ centroeuropeas (serialismo, dodecafonismo…) con la tradición local, tejiendo su personal discurso estético. Un maridaje que plasmó en una panoplia formal variada que abarcó la música coral, la electrónica, la camerística (el Cuarteto Quiroga estrenó hace apenas unos meses en la Fundación Juan March su último cuarteto, un molde que trabajó en particular) y la operística (recordemos que los fastos de la reinaguración del Teatro Real, en 1997, tuvo como ingrediente principal su versión lírica de Don Quijote, que dirigió, por cierto, su hijo Pedro, con el que tuvo sus tensiones durante los ensayos, producto de su afán por controlar la ejecución de su partitura). En total, su catálogo sobrepasa el centenar de partituras.
Durante su prolongada carrera, Halffter, cuya mujer fue la pianista Manuela Caro Carvajal y Carvajal, también desarrolló la faceta de director de orquesta, teniendo a sus órdenes a lo largo de estos años agrupaciones tan señeras como la Filarmónica de Berlín, la Suisse Romande, la Sinfónica de Londres, la Tonhalle de Zúrich, la Orquesta de la Radio de Baden-Baden, la Nacional de Francia, nuestra Orquesta Nacional…
Asimismo, recibió reconocimientos como la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, el nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad de León y, en 2010, el Premio Fronteras del Conocimiento de Música Contemporánea de la Fundación BBVA, por su “coherencia, continuidad y compromiso”. Por otro lado, también ostentaba la condición de académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de la Academia Europea de las Ciencias, las Artes y las Letras de París y de la Akademie der Künste de Berlín.
A finales de 2014, Halffter se fracturó la pelvis jugando con sus nietos. La ilusión del rejuvenecimiento terminó en desastre. No sólo físico sino también creativo. La quietud absoluta que le prescribieron los médicos en una determinada posición le impedía escribir música. Pero no para escribir su biografía profesional, diseccionando motivaciones y claves de lectura de su obra. Aprovechó esa posibilidad, dando como fruto un libro de significativo título, Una vida para la música. En la entrevista que concedió a El Cultural entonces argumentaba por qué creía, con Hegel, que la música es un tipo de comunicación que supera toda verdad y toda filosofía: “El hecho de que sea abstracta y no represente nada en concreto tiene el poder de absorberlo todo y de moverse en una esfera de la total abstracción a la que la filosofía ni llega ni tiene intención de llegar”.
El crítico Arturo Reverter, que ha seguido muy de cerca su evolución desde aquellos años 50 en que se dio a conocer, afirma que “toda su producción ha venido delimitada por las mismas constantes: total libertad de concepto y de construcción en pos de pentagramas siempre sentidos, expresivos, que calibran con raro refinamiento el espectro sonoro, con ese lenguaje ya conocido y, diríamos, tradicional del maestro, lleno de fogonazos y de un lirismo atenazador cargado de amenazas”.